El sainete alrededor de la vacuna rusa y el resto de versiones (china, Pfizer, Oxford) no es solo un tema sanitario que coloca al gobierno de Alberto Fernández en otra encrucijada sin resolver; es también otro sacudón político y electoral en vista de las legislativas de octubre próximo. A pocos días de terminar el año, aún no hay certeza sobre cuándo empezará la campaña de vacunación y como se aplicará, un tema sensible que tendrá un efecto directo sobre las perspectivas económicas del 2021. En las oficinas del ministro de Economía, Martín Guzmán, los cálculos sobre qué sucederá el año próximo y las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional, parten del supuesto que la pandemia sería superada y no haría falta ayuda especial del Estado, IFE y otros planes que habrían sumado unos cuatro puntos del PIB este año.
La vacunación se inició en los principales países desarrollados, alentando la expectativa de una recuperación económica en V pese a las últimas olas de contagios del Covid: China (uno de los únicos con crecimiento este año) tendría otro vigoroso salto de 8/9 por ciento; el impulso en el mercado norteamericano sería algo menor, igual en Europa, con saldo también positivo en Chile, Uruguay y Brasil. La Argentina, tras una caída del 12 por ciento recuperaría la mitad, con un rebote del 6 por ciento. Un retraso en la vacunación, que afecte a un número significativo de personas, con otra ola de contagios, frustraría esas expectativas y costaría al menos un punto del PBI, al rebote del año próximo.
Las estimaciones oficiales o de los economistas son por ahora pronósticos que, podrían ocurrir o con más probabilidad, empeorar. La incertidumbre que transita la actividad económica en el país es de tal magnitud que los números previstos no generan certeza.
La declaración del titular de Diputados, Sergio Massa, augurando el mayor crecimiento de la última década, solo puede ser considerada como parte del inicio de la campaña electoral del 2021 y mirando el punto de partida de este año, con la mayor debacle de la historia del país, que llegaría al 12 por ciento. Es decir que si el rebote fuera importante, solo sería recuperar parte de lo perdido.
Los datos de los últimos trimestres arrojan resultados positivos, desestacionalizados, que reflejan la progresiva reapertura de las actividades en medio de la pandemia. Igual, las aperturas son dispares y persisten actividades como el turismo, viajes, hotelería y todos sus servicios, espectáculos, etc. que siguen cerradas. Los límites provinciales que funcionaron como aduanas infranqueables, e impidieron la libre circulación de personas y productos, ahora se han flexibilizados, pero sin garantías que los gobernadores vuelvan a esas restricciones ante un rebote.
Estos aspectos, de todos modos, son solo una parte de las incertidumbres.
Las elucubraciones electorales del oficialismo están dando por tierra las expectativas de avanzar hacia un rebote sólido el año próximo. La versión oficial de que habría un esfuerzo fiscal el año próximo se diluyó rápidamente, con la excepción de las jubilaciones que siguieron sufriendo recortes, las negociaciones con el FMI continúan en el limbo, la emisión monetaria sigue, las tarifas de los servicios públicos continuarán congeladas o quizás recibiendo aumentos limitados, igual con otros precios regulados a lo cual se agregó en los últimos días un plan oficial para la telefonía que deja en riesgo la continuidad de ese negocio y de una de las mayores inversiones privadas previstas.
El rebrote inflacionario y una emisión monetaria que se trata de neutralizar con las letras que emite el Banco Central, abre escenarios de riesgo con probables crisis financieras que se alejan de un escenario de normalización. Algo similar ocurre con la gestión oficial para frenar el alza del dólar blue y aumentar la deuda argentina a tasas del 16/17 por ciento en dólares. El último episodio es de la semana pasada con una colocación por 750 millones de dólares efectuada a medida, para facilitar la dolarización de fondos extranjeros que estaban con bonos en pesos y a tasas fijas. La tasa pagada es otra señal de la magnitud de la desconfianza sobre la solvencia del estado argentino.
No existe alquimia para eludir los problemas económicos.
En una coyuntura de gran liquidez en el mundo, con tasas negativas en Europa o apenas positivas en EE UU, 16/17 por ciento es cuatro veces más de lo que paga Bolivia, Uruguay o Perú, en la misma región. Más temprano que tarde, estas distorsiones se manifiestan en nuevas crisis, con destrucción económica y empobrecimiento social. Las elucubraciones electorales actuales, ocurren con un nivel de pobreza que alcanza a 20 millones de personas, con un desempleo real que bien medido está por encima del 20 por ciento, una inflación del orden del 50 por ciento un desequilibrio fiscal cercano al 8 por ciento y reservas líquidas disponible del Banco Central negativas. La estabilidad del blue, gestionada con endeudamiento al 1 7 por ciento en dólares y presiones sobre operadores y agentes del mercado, no puede considerarse una solución real que se prolongue en el 2021. En pocas palabras, no sería prudente esperar un milagro económico con este tipo de gestión.
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