diego maradona
La puerta de la clínica donde está internado Maradona.
NOTA DE OPINIÓN

Dejen en paz a Maradona

"Hay que dejar más tranquilo a Diego”, pide el periodista desde el estudio. Y le da paso de inmediato al cronista que hace guardia frente a la clínica de Olivos. Para que entreviste fans, muestre tatuajes, devociones de amor, hablen familiares o para que ponga el micrófono porque llega el nuevo parte médico. 
Peor había sido la semana pasada, cuando la cámara de un canal de noticias subió a algún edificio y los asistentes de la clínica tuvieron que improvisar un techo levantando un biombo para que el paciente Diego Maradona tuviera un mínimo de dignidad y discreción mientras salía en camilla de la clínica de La Plata. 
La salida de la ambulancia graficó la locura. Hinchas corriendo junto a la ambulancia como si fuera una caravana del equipo campeón. Dentro de la ambulancia, claro, había un enfermo en estado delicado, no un trofeo deportivo.
La salud, sabemos, es un asunto privado. Llámese Diego Maradona o José Pérez. Pero para Maradona casi no hay nada privado. Ya no es el neurocirujano el que informa cómo salió la operación. También es el sicólogo. Y el siquiatra anterior. Que responde que ya no se trata de cocaína, sino de alcohol. Y los periodistas que quieren saber más. Si la familia dice que sí o dice que no. Si están todos unidos o todos peleados. Y si la culpa es del entorno o de quién sea. Alguien a quien culpar.
El médico dice que “la operación fue un éxito”. Y entonces creemos que ya estamos a salvo. Y no advertimos que “el partido ni siquiera empezó todavía”. Me lo dice alguien que, en rigor, ya vivió muchos de estos “partidos”. Y que teme que, en serio, este acaso sea uno de los últimos. Porque sabe que Diego ya no tiene treinta ni cuarenta años. Y porque, como dijo el colega Andrés Burgo, “ser Maradona y tener un solo cuerpo suena a pelea desigual”. Y porque desconcierta escuchar al médico que asegura que Diego “está bien” y al otro médico que, a las pocas horas, anuncia que Diego sufre “síndrome de abstinencia”.
Suena también algo extraño escuchar que “Diego está solo” y que precisa cariño. Nos cuesta aceptar que el dolor íntimo suele ser demasiado complejo. Por eso acaso resulta más cómodo pensar siempre que el responsable es el otro. El eterno entorno. Y creer que todo se solucionará cuando podamos ver a Diego otra vez dentro de una cancha. “Porque cuando pisa el césped -dicen muchos- le cambia la cara”. Esa cara, hay que decirlo, genera cada vez más preocupación. ¿Cómo trabajar para que el supuesto remedio, cada vez más débil, deje de tapar todo? La Maradona-dependencia.

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