Emmanuel Macron decidió cumplir un rol de “jefe guerrero” en la lucha contra la pandemia.
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El surfeo de Macron sobre la ola verde

Desde la liberación del país en 1944, Francia vive del reconocimiento, propio y ajeno, de su rol de potencia en el contexto mundial, tal vez no de primer orden como otrora, pero al menos imprescindible para cualquier definición europea y de consulta en el continente africano.
Es que, vencedora en la contienda mundial de 1914-1918 fue humillada, no solo con la veloz derrota militar ante su adversario tradicional, Alemania, sino con la ocupación y la sumisión ante el nazismo, entre 1940 y 1944, que la relegaba, régimen de Vichy del mariscal Philippe Petain de por medio, a un rol de mero “partenaire” de un Europa unida bajo la férula de Adolf Hitler.
En 1940, el general Charles de Gaulle fue uno de los muy pocos militares que se negó a aceptar la derrota. Huyó al Reino Unido y, desde allí, proclamó la resistencia hasta la liberación, cuando ocupó el cargo de presidente del Gobierno Provisional de la República de Francia. 
Presidente del Consejo de Ministros en 1958 y presidente de la República durante 10 años, hasta 1969, fue el mismo general de Gaulle quien imprimió ese destino “inevitable” de grandeza, heredado, claro, de Luis XIV, del carácter universal de la Revolución Francesa de 1789, y de Napoleón Bonaparte.
Tres fueron las acciones que marcaron la salida de la humillación y la lucha por el retorno a la clasificación de potencia: la denodada tarea de sentar a Francia, en 1946, entre las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial; la reconciliación con Alemania y la constitución de la, por entonces, Comunidad Económica Europea (CEE) en 1959; y el ingreso al club de los países dotados con el arma nuclear en 1960.
En las tres, claro, el papel principal fue desempeñado por “le Général” que logró para Francia, una zona de ocupación en Alemania y en Austria y un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas junto a Estados Unidos, la Unión Soviética, el Reino Unido y la República China, es decir, los vencedores de la Segunda Guerra.
La reconciliación con Alemania y la creación de la Comunidad Económica también formaron parte de esa estrategia de grandeza. No solo por la proporción mayor en el comercio mundial, sino porque la asociación con Alemania en la CEE limitaba el peligro de una nueva guerra entre ambos, tras la que enfrentó a Napoleón III con el canciller Bismarck y las dos Mundiales. 

El presente
Se trata de antecedentes que condicionaron todas las presidencias francesas desde el General hasta la fecha. Incluido al actual presidente Emmanuel Macron. Desde que asumió en 2017, Macron (42 años) reservó para sí, como lo marca la Constitución de la V República, hecha a la medida del general de Gaulle, la defensa y la política exterior. El resto de las cuestiones gubernamentales son responsabilidad de los ministros, dirigidos por el Primer Ministro, actualmente Edouard Philippe (49 años).
Precisamente, este año 2020, en febrero, el presidente Macron oficializó, en la Escuela de Guerra, su visión “europeísta” de la disuasión nuclear. Una visión que se posesiona sobre circunstancias de la coyuntura, más allá del objetivo estructural de quién la formula.
Claro que las veleidades del presidente Macron tienen un límite. Y ese límite es la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Resulta inimaginable una defensa europea al margen de la OTAN, basada solo en la “Force de Frappe”, la fuerza de disuasión nuclear francesa. Puede ser un sueño del presidente Macron, pero un sueño que no comparte ninguno de los 26 países restantes de la Unión Europea.

Coronavirus presidencial
Bajo cualquier otra circunstancia, la política sanitaria francesa siempre queda en manos del Primer Ministro. Al presidente se lo informa, se lo consulta, pero no mucho más. En cualquier otra circunstancia, claro, pero no en el coronavirus.  Al respecto, el presidente Macron decidió cumplir un rol de “jefe guerrero” en la lucha contra la pandemia. Fue él, quien asumió las decisiones sobre las restricciones sociales de los franceses, algo que, naturalmente dado el tradicional inconformismo galo, debía llevarlo a un balance negativo.
¿Y entonces? Entonces es que el coronavirus no quedaba limitado a las fronteras francesas. Se extendía por toda Europa. Era la oportunidad para poner de manifiesto el liderazgo francés en el Viejo Continente. Solo era necesario convencer a la canciller alemana. Es que, guste o no, sin Alemania, a Francia no le alcanza. Y el presidente Macron convenció a la canciller Angela Merkel (65 años). La convenció de saltar la barrera de los austeros y pasar a la de los gastadores.
Nueva fórmula con la firma del presidente Macron y la canciller Merkel: una ayuda colosal solo reembolsable en un tercio, el resto subsidio de la UE a los países afectados. Está en negociación. Seguramente, triunfará pero con enormes condicionamientos acerca del uso de cada euro de subsidio y acerca del porcentaje final entre préstamo y subsidio.
En síntesis, un liderazgo para el presidente Macron que cuesta tanto como gana. Veredicto final: abril del 2022 con la elección presidencial.

¿Y la metrópoli?
Así como suele ser exhibida como ejemplo de libertad, Francia es también un ejemplo de inconformidad que trasciende los marcos del debate académico o político para ganar, siempre o casi siempre, la calle.
Fue la Revolución Francesa y fue Mayo del 68. Fue la Comuna de París de 1871 y la revolución de 1848 que instauró la Segunda República. Fueron los gilets-jaunes (chalecos amarillos) del 2018 y 2019 que comenzó como una protesta contra el alza de los combustibles y terminó en otra tan general que el movimiento perdió amplitud y difícilmente resurja.
Fue el turno luego de las movilizaciones contra la modificación del régimen previsional, algo que ya es un clásico en el mundo. No, el clásico no son las protestas, el clásico son los sistemas previsionales de reparto deficitarios que deben endurecer las condiciones de retiro si pretenden no depender de aportes extraprevisionales.
Pero en Francia, y no solo en Francia, la lucha se da en las movilizaciones que duran un tiempo para después perder fuerza. Es que, tras meses de debates –y movilizaciones- el gobierno cortó por lo sano e impuso una reforma mediante un subterfugio legal a la hora de la votación legislativa.
De lo previsional pasamos a la “lucha contra el racismo” y a la “lucha contra la violencia policial”. A movilizarse, pues. Con grandes resultados como la “espontánea” inacción policial o el “justiciero” desatornillado de estatuas.

Tal vez, el medioambiente
Ocurre que el presidente Macron lanzó una iniciativa que culminó en una Convención Ciudadana para hacer propuestas sobre el tema. Formaron parte 150 ciudadanos elegidos por sorteo, y asistidos por especialistas, que sesionaron durante unos meses y que concluyeron en 149 propuestas votadas a favor y una rechazada.
El trabajo es objeto de alabanzas y de críticas, estas últimas centradas en el olvido de lo nuclear y del agua. Sin dudas, los ciudadanos trabajaron bien y a conciencia. ¿Y ahora? Y ahora es el momento de mutar de “jefe de guerra” contra la pandemia o “abanderado del cambio verde”. Previsor, sin dudas, la Convención Ciudadana por él convocada le permite a Macron, al menos, “surfear” sobre la ola ecológica 
El próximo paso será, seguramente, organizar un referéndum para votar, no las propuestas, sino una futura modificación de la Constitución que introduzca el concepto medioambiental en el texto legal supremo. Entonces, como siempre, los franceses se movilizarán a favor y en contra, por exceso o por defecto. Sobre todo aquellos que no deben ir todos los días a trabajar para ganar el sustento. ¿El gobierno? Bien, ganando tiempo que también forma parte del arte de la política.
En ese espacio, debe ser inscripta, en principio, la renuncia del primer ministro Edouard Philippe, recién electo alcalde de la ciudad y  puerto de Le Havre, Normandía. Dicho sea de paso uno de los muy pocos “macronistas” que ganaron una municipalidad.
El nuevo primer ministro es Jean Castex (55 años), alguien que nunca fue ministro aunque sí secretario general adjunto en el gobierno del expresidente Nicolas Sarkozy. Como tal, no es hombre de La Republique en Marche (LRM), el partido fundado por el presidente Macron, sino de Les Repúblicains (LR) la centro derecha tradicional heredera del gaullismo.
Si algo acredita el flamante primer ministro entre sus colegas políticos es respeto. Un hombre que escucha, que busca consenso, que es eficiente y que, además, derrocha simpatía. Pero, también un hombre con ambiciones políticas.