HOMENAJE

El héroe a quien no pude copiar jamás

Quien más, quien menos, todos los que fuimos niños tuvimos un héroe como referencia, queriéndolo imitar. Cuando ya hombres nos despojamos de esos héroes en homenaje al sentido común, que no pocas veces es el menos común de los sentidos.
Yo tuve mi héroe. Fue y es mi padre. Se llamaba Raúl Ernesto Cánepa y había nacido en la ciudad de Villa Mercedes, provincia de San Luis.
Ingresó a trabajar muy joven (un Juez de Paz le arregló la libreta para que pudiera ingresar) en la AllAmerica Cables and Radio Incorporate, empresa anglonorteamericana de comunicaciones. Prestó servicios en Santiago de Chile y en Lima, Perú. Trabajando en Santiago contrae matrimonio con una dama de San Juan, Margarita Irma Leiva, que no quiso que yo naciera en Chile y por esta razón nací en la ciudad de Mendoza, Capital. En el año 1943 fue trasladado a Junín en donde habitó hasta su muerte el 1º de julio de 1995. En Junín la sede de la compañía se hallaba en la calle Ayacucho, a pasos de Rivadavia.
Mi padre siempre había sido un entusiasta del deporte (menos del boxeo, que me gusta a mí) y había jugado al fútbol, donde demostró excelentes condiciones. Jugó en Estudiantes de Mercedes y en Gimnasia y Esgrima de Mendoza. Los ingleses y norteamericanos le enseñaron el inglés y a jugar al billar. Arribado a Junín, tenía una muy linda amistad con Pepe Pomposiello y este le presentó al doctor Domingo Ordoñez, Juez de Paz. Ambos lo hicieron socio del Club Social en cuya sede de la Avda. Rivadavia había una mesa de gran calidad para el juego de billar, mesa que el club vendió y creo fue a parar a una estancia. También jugó billar en el Club Inglés, en donde ganó un torneo. Jugó en el famoso café “Los Inmortales” que se encontraba en Rivadavia, enfrente del Club Social. Jugó en el  Centro Español, en la Sociedad Italiana y en el recordado bar y confitería Rex de la calle Roque Sáenz Peña. En su última etapa como billarista jugó en el Casal de Cataluña, un prestigioso escenario en donde se jugaron torneos nacionales.
Era poseedor de un juego técnico y hábil, poseedor de un taqueo seguro y delicado llegó a ganar siete torneos de primera categoría en Junín. En sus primeras etapas no poseía tacadas numéricamente importantes pero luego logró cantidades serias en la categoría de billar libre. Durante un torneo efectuado en el Rex logró en una partida hacer ciento setenta carambolas consecutivas lo que hizo dejar a su rival con el taco en la mano. En Buenos Aires tuvo algunas marcas más elevadas. La Federación Argentina del Billar lo designó juez internacional y entre los recuerdos poseo la credencial que así lo acredita.
Pero no solo en el billar se destacó. Lo hizo ejerciendo una inclaudicable condición de caballero en todos los órdenes de la vida. Quienes lo conocieron y trataron (todavía algunos quedan) así lo atestiguan. Fue un esposo ejemplar. Bastaba una mirada suya para que yo comprendiese mi error o  desatino. Jamás me levantó la mano. Me dio todo, estudios primarios, secundarios y universitarios. Me enseñó el idioma inglés, que hablaba correctamente. Pero no quiso que aprendiese a jugar billar. Me decía “estudiá, estudiá mucho y dedicate a la literatura”. El 1º de julio de 1995 falleció. Al tiempo, revisando yo por aquí y por allá, encontré un tesoro que suponía él lo habría obsequiado a alguien dado su proverbial generosidad. Me refiero a su taco personal, un taco inglés Maple que muestra con nácares los diez puntos, que es la máxima calidad en tacos de billar. Algunas personas han querido comprármelo pero no me deshago de él por ningún dinero.
Considero que no me hubiese podido ser fácil tratar de imitarlo. Ni físicamente pude parecerme. Era alto, muy rubio en su niñez y de cabello castaño con el paso de los años. De buen físico, era lo que suele denominarse un “buen mozo”. Yo, ni por las tapas.

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