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Entre los resultados de la pandemia y la evolución de la economía, se definirá la continuidad de Donald Trump.
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EE. UU., del coronavirus a la presidencial

El 27 de agosto del 2020 sesionará en Jacksonville, Florida, la Convención Nacional del Partido Republicano que nominará oficialmente como candidato a su propia sucesión al presidente Donald Trump (74 años). Pero, la campaña electoral propiamente dicha, que culminará en las elecciones de noviembre, arrancó el 20 de junio.
Dos particularidades: la Convención debió cambiar de sede dadas las medidas de confinamiento en vigencia por el coronavirus en Carolina del Norte donde estaba planificada y los asistentes a cualquiera de los “meetings” –se llevan a cabo en lugares cerrados- deberán previamente firmar una absolución de responsabilidades al equipo de campaña del presidente, en caso de contagio del coronavirus.
Como siempre en los Estados Unidos, será el voto independiente quién decidirá la elección. Si hasta el inicio de la pandemia del coronavirus, el triunfo del presidente Trump se daba por descontado en virtud de los resultados económicos de su gestión, en la actualidad dicho triunfo no solo no está asegurado, sino que las encuestas marcan una caída de su popularidad.
No obstante, no es su rival, el ex vicepresidente Joe Biden (77años), quien parece tener, al menos por ahora, una identidad suficiente para desalojar al ocupante actual de la Casa Blanca. Los demócratas eligieron a Biden como su candidato por su moderación. Pero, generalmente, moderación y liderazgo no suelen ir de la mano, con honrosas excepciones, por supuesto.

Economía y sanidad
Y dicha dicotomía se resuelve en la marcha de la economía del país. Por supuesto, nadie imputa al presidente la actual recesión producto de la pandemia. Por el contrario, la variante radica en el apuro por salir de dicha recesión.
En tal sentido, los datos de mayo resultaron alentadores para el presidente. La actividad económica mejoró y la desocupación bajó respecto del mes anterior. Aún sin lograr los muy buenos guarismos previos al coronavirus, si la tendencia a la recuperación resulta sostenida desde mayo a noviembre, las probabilidades de la reelección se agrandarán.
Sí, claro, enfrente se ubica una nada desdeñable porción de la sociedad que reclama por la “desatención” presidencial sobre las medidas nacionales destinadas a combatir la pandemia, a la que ahora se suma la militancia anti racista.
Para el presidente conforman el enemigo a vencer. No porque el presidente Trump sea racista –no olvidar que forma parte del partido de Abraham Lincoln-, ni porque exhiba una insensibilidad que gran parte de sus adversarios le endosan.
Son el enemigo a vencer, sencillamente porque resulta imposible satisfacerlos sin correr el riesgo del enojo de la propia tropa. Y la propia tropa son, claro, los sectores del capital y del trabajo –los obreros industriales, no así los sindicatos-, la religiosidad, los productores agrícolas y petroleros, y la Asociación Nacional del Rifle.
¿Alcanza para ganar? Sí, si del lado de enfrente, solo quedan los intelectuales, las profesiones liberales, los estudiantes y las minorías. No alcanza, en cambio, si la pandemia registra un rebrote de proporciones. De momento, ningún gobierno cayó como consecuencia de la pandemia. Así como están las cosas, tampoco el presidente Trump parece correr riesgos.

Racismo y empleo
En cuanto a los excesos policiales, solo la protesta pacífica y dentro de la ley puede amenazar al gobierno. Por el contrario, la violencia callejera o las manifestaciones anti policiales –no confundir con las manifestaciones contra la violencia policial injustificada- o destornillar estatuas de manera ilegal, permiten al presidente erigirse en campeón de la ley y el orden, algo no menor en un país con una gran clase media.
Con todo, los desafíos y ataques contra algunas redes sociales y contra el New York Times o el intento legal de impedir la aparición del libro del ultra crítico ex colaborador del presidente,  o el despido de un fiscal de Manhattan, Nueva York, por investigar acciones dudosas de abogados del presidente, por citar solo tres ejemplos evidencian, más allá del carácter pendenciero del ocupante de la Casa Blanca y de su desdén por la libertad de expresión, un nerviosismo creciente ante la caída no muy pronunciada, pero tampoco menor, en las encuestas.
Por supuesto que, desde ahora hasta noviembre, la política migratoria no sufrirá ningún cambio.

Política exterior, China
Más allá del abandono del multilateralismo y, por qué no, un retorno al aislacionismo de la doctrina Monroe –“América para los americanos”- aggiornada, la política exterior del presidente Trump reconoce varios objetivos de política interna, es decir, de corte electoralista. En primer lugar, y ya se mencionó más arriba, la disputa comercial con China como contrapartida de la inversión, la producción y el trabajo norteamericano.
Claro que no se limita a lo estrictamente comercial. La cosa va más allá como consecuencia de esa disputa. Abarca los avances autoritarios chinos sobre la autonomía de Hongkong; la defensa de Taiwan, donde acaba de resultar reelecta por amplio margen la independentista TsaiIng-wen (63 años) sobre el candidato pro chino; el despliegue naval en el Mar de la China Meridional; y las violaciones a los derechos humanos sobre la minoría musulmana uigur en la provincia de Sinkiang, en el extremo noreste chino.
O cuando al Covid-19 se lo menciona como el virus de Wuhan en los ambientes gubernamentales estadounidenses, más aún cuando sus orígenes no están claros y la información suministrada por China deja que desear.
Más allá de China, los restantes conflictos de Estados Unidos tienden a “apagarse” o a caer en la “baja intensidad”. Es el caso de Corea del Norte que regresó a sus ensayos balísticos sin recibir más que algunas reconvenciones.

Política exterior, Medio Oriente
Si bien, siempre resultan posibles los rebrotes –como el convoy de petróleo a Venezuela- la situación con Irán tiende a estabilizarse luego del asesinato, mediante un dron, del jefe de los Guardianes de la Revolución iraní, general Qasem Soleimani, en Bagdad, Irak.
No sin riegos, la relación o la mala relación con Irán parece estabilizada, al punto que comenzaron las conversaciones, con anuncio público incluido, para el retiro de tropas de Estados Unidos del vecino Irak. La idea es que vuelvan a casa, antes de fin de año, la mitad de los 5.800 militares de Estados Unidos acantonados en ese país. Para el presidente Trump es un argumento electoral y, por ello, su cumplimiento resulta creíble.
Para completar Medio Oriente, el Plan de Paz para Israel y los palestinos. Aquí también el interés primario es electoralista. No tanto por los votos de personas judías en Estados Unidos, favorables al presidente solo en cierta medida.
Sí, en cambio, por los varios millones de cristianos evangélicos de Estados Unidos quienes creen que la supervivencia del pueblo judío, tras progromos, matanzas, holocaustos y guerras, es un milagro de Dios y, por tanto, consideran al Gran Israel con Judea, Samaria y Galilea, como un deseo de Dios.
Los cristianos evangélicos son el grupo religioso más numeroso de Estados Unidos y, con ello, está todo dicho frente a una elección. Sin contar con que cristiano evangélico es el actual vicepresidente Mike Pence (61 años). En su conjunto, suman el 35 por ciento de la población norteamericana.

Política exterior, el resto
Frente a Europa, la política exterior norteamericana busca compromiso. Ante todo, compromiso financiero. Es decir que la carga de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el tratado de defensa militar conjunta, se reparta de otra manera que la actual, donde Estados Unidos asume gran parte. Hacia allí se dirige la decisión de limitar, hasta un 50 por ciento, los efectivos militares norteamericanos estacionados en Alemania, alrededor de 52.000. 
En América, el conflicto está centrado en Venezuela con el régimen chavista del presidente Nicolás Maduro. Si Venezuela, ocupa el primer lugar, Cuba y Nicaragua se ubican en los dos siguientes. Es que contrariamente a otras minorías, cubanos y nicaragüenses en el exilio suelen votar por los republicanos, en general, y por el presidente Trump, en particular.
Frente a tanto personalismo, la pregunta inevitable ¿El presidente Donald Trump tiene amigos? Sí, claro. Los tres principales: el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu (70 años), el primer ministro indio, Narendra Modi (69 años) y el presidente brasileño, Jair Bolsonaro (65 años).

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