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OPINIÓN

La respuesta de la gente, el desafío para el tridente de la pandemia

 “Los argentinos deben enojarse con la pandemia, no con el remedio”. Con esa frase, el presidente Alberto Fernández evidenció ayer el temor de su administración –que alcanza también a las gestiones Axel Kicillof en la Provincia y de Horacio Rodríguez Larreta en la Capital- a que la sociedad rechace el endurecimiento de la cuarentena y la desobedezca. El tridente del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) tiene en claro que se está jugando una parada fundamental para lo que se denomina “legitimidad de ejercicio” en términos de liderazgo político. Esto es, el cumplimiento de la cuarentena endurecida no sólo tendrá un efecto sanitario, sino que también impactará en la imagen del presidente Fernández, del gobernador, Kicillof y del titular del Ejecutivo porteño, Rodríguez Larreta. Los tres ratificaron ayer, en los hechos, una alianza política forzada por la realidad que impone el avance del virus COVID-19 en la región metropolitana, que no sólo es la más densamente poblada del país sino que –por esa misma razón- es la que inclina la balanza de cualquier elección a nivel nacional. Sin perder de vista que el año que viene las urnas premiarán o castigarán gestiones, los tres deberán afrontar un nuevo punto de partida para sus administraciones, en un escenario mucho más complejo que el que recibieron el 10 de diciembre en los casos de Alberto F. y de Kicillof. El Gobernador, además, enfrenta un desafío extra: el de demostrar su habilidad política para desenvolverse en un escenario en el que hasta sus propios intendentes le hicieron saber que en el conurbano sería de incierto cumplimiento el endurecimiento del encierro y el cierre de comercios. Larreta, por su parte, encara el reto político de preservar su perfil opositor y contener el enojo del electorado macrista que no ve con buenos ojos su cercanía al Presidente. Por eso, cada vez que se resaltan las diferencias de criterio entre Larreta y Kicillof por la forma en que se lleva adelante la cuarentena en el AMBA, en rigor lo que sucede es que el alcalde porteño le está enviando a su electorado una señal de empatía política, que no necesariamente se traduce en una mala relación con el Gobernador, a juzgar por sus charlas cotidianas. Kicillof, por su parte, está ante un bautismo de fuego en la primera línea de la política nacional. No sólo debe lidiar con los intendentes peronistas, que le suelen marcar la cancha porque no es naturalmente un bonaerense, sino además encarar una gestión que lleve el sello del kirchnerismo en forma explícita, sin los atenuantes de moderación a los que apela Alberto F. El discurso más combativo del Gobernador es una herramienta con la que persigue el objetivo de identificar al electorado kirchnerista. De hecho volvió a establecer comparaciones con la situación epidemiológica de países vecinos y pidió “vaciar las calles”, su verdadera obsesión en tiempos de coronavirus, ante un Conurbano que no se caracteriza por el orden social. Pero el problema más grande que afrontan Alberto F., Kicillof y Larreta es que no pueden ofrecer una certeza respecto de la duración de la cuarentena. En esta oportunidad la fijaron hasta el 17 de julio, pero todo dependerá de cómo evolucionen con contagios y la ocupación de las camas de terapia intensiva, rubro que ayer en el área metropolitana estaba en el 50 por ciento. El tridente del AMBA muestra el camino, pero no la llegada. En el caso del Presidente, lo peor que le puede pasar es enojarse con los que critican su estrategia. “Alberto Fernández nunca se enamoró de la cuarentena”, advirtió en el mensaje grabado, hablando en tercera persona al estilo Maradona. La ausencia de periodistas en Olivos también reflejó cierto temor gubernamental a preguntas que pudieran resultar incómodas. La repetición de errores en los gráficos que comentó el Presidente y los problemas de audio en la intervención de Larreta pusieron la cuota de desprolijidad, que aflora en momentos en los que se definen medidas extraordinarias. Funcionarios cansados, irritables y sometidos a una presión extrema también explican el comportamiento del poder en tiempos de COVID-19.

Mariano Spezzapria @mnspezzapria

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