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Alberto Fernández, Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta tienen una aprobación de la gestión cercana al 80%.
PANORAMA POLÍTICO NACIONAL

Los problemas que hoy afronta la alianza estratégica del tridente de la cuarentena

Alberto F. tiene el poder real diluido por Cristina, Kicillof sufre la rebeldía de los intendentes y Larreta es cuestionado en Juntos por el Cambio.

Quinta de Olivos, jueves avanzada la tarde: primero llegó Horacio Rodríguez Larreta. Más tarde lo hizo Axel Kicillof. Los esperaba Alberto Fernández en el edificio de la Jefatura de Gabinete, donde instaló su despacho en tiempos de aislamiento. Los tres se encerraron más de media hora, sin testigos. “Nos costó, pero conseguimos más armonía”, deslizó un ministro que asistió a la conferencia del “tridente de la cuarentena”.
El notorio acercamiento entre Kicillof y Larreta fue mediado por el Presidente. Pero antes, el Gobernador y el alcalde porteño habían hecho lo suyo: se reunieron a solas y no dejaron de intercambiar mensajes vía WhatsApp a distintas horas del día. Como le sucede a Alberto F., también ellos afrontan problemas políticos y económicos derivados de la extensión de la cuarentena, que cumplirá los 100 días para cuando concluya la nueva fase el 28 de junio.
De hecho, la imagen positiva de los tres mandatarios cayó en las últimas dos semanas, según reflejaron las encuestas que circulan en las oficinas del poder. Pero esos relevamientos -y en especial los que hacen foco en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA)- seguirían mostrando un alto nivel de aprobación por parte de la población de la extensión de la cuarentena. 
Alguno de esos trabajos, incluso, mostrarían índices que rondan al 80 por ciento de la población a favor de las medidas de confinamiento que seguirán, en principio, hasta el 28 de junio.
Los problemas del Presidente no surgen precisamente de su actuación frente a la pandemia. Por el contrario, le sirvió para consolidar una estrategia propia que apuntala su imagen de político moderado que busca el consenso con la oposición. Pero en forma paralela, lo que sucede dentro de su gestión desdibuja la idea de que esté realmente en control del poder: la avanzada de los alfiles de Cristina Kirchner en cargos importantes agudiza esa consideración de la sociedad.

Tarjeta amarilla para un ministro
Los vetos de la vicepresidenta acentúan esa impresión entre la dirigencia política. El último de ellos tuvo blanco en el ministro de la Producción, Matías Kulfas, que vio como el tratamiento del proyecto de ley de Economía del Conocimiento se postergó semana tras semana en la Cámara de Diputados, luego de que trascendiera el enojo de Cristina porque incluyó a las grandes empresas en el programa ATP, que ayuda a pagar hasta el 50 por ciento del salario de los trabajadores.
Kulfas es uno de los ministros preferidos de Alberto F. y fue uno de sus sostenes durante la campaña presidencial, al igual que el jefe de Gabinete Santiago Cafiero. Por eso mismo, los cuestionamientos que ambos reciben dentro de la coalición gobernante no son una anécdota política. Suponen, en cambio, un debate abierto en torno al rumbo del Gobierno. La consecuencia directa es el espasmódico endurecimiento del discurso de la mesa chica de la Casa Rosada.
“Esta pandemia, con Macri gobernando, hubiera sido una catástrofe”, disparó ayer el jefe de Gabinete. Enseguida reaccionó la oposición: en un zoom con el radicalismo, el jefe de los diputados nacionales de Juntos por el Cambio, Mario Negri, calificó las declaraciones como una “provocación”. En ese clima político siempre se manejó a gusto el kirchnerismo, aunque este nuevo tiempo trajo una novedad: difícilmente se escuche algo así en boca de un camporista.
Entonces, se da la paradoja de que los albertistas aparecen de tanto en tanto forzando críticas a la oposición, mientras que Cristina se mantiene en un silencio estoico y Máximo Kirchner y los suyos exploran el camino de la moderación, al menos en el plano discursivo. En los hechos, no obstante, avanzan con iniciativas como el impuesto a las grandes fortunas, cuya redacción ya concluyó el diputado Carlos Heller y cuyos plazos estarían relacionados con la negociación de la deuda.

Semana clave para Guzmán
El ministro Martín Guzmán prorrogó hasta el 12 de junio -el próximo viernes- las negociaciones con los fondos de inversión que agrupan a los bonistas, con lo cual la semana estará signada por la posibilidad de un acuerdo o de un nuevo default de la deuda. En un escenario de incertidumbre, el Gobierno da por sentado que este año será de “emergencia” y proyecta la elaboración del Presupuesto nacional para 2021.
De ese y otros temas hablaron los miembros del Gabinete en una cena en el CCK, en la que hubo un fuerte respaldo a la actuación del ministro de Salud, Ginés González García, y de su segunda Carla Vizzotti. El jefe de la cartera sanitaria venía de afrontar un mal trance de salud, atribuido al estrés de la pandemia, y también fue objetado por el nombramiento de funcionarios que lo acompañan en la actividad privada. Vizzotti, por su parte, goza de un reconocimiento político generalizado.
En la conferencia del tridente, la funcionaria fue elogiada por Larreta a raíz de la implementación del Plan Detectar tanto en las villas como -desde ayer en Balvanera- en barrios con elevado índice de casos de COVID-19. 
Larreta afronta sus propios problemas políticos: el más evidente es que el electorado que lo ratificó al frente del Gobierno porteño no recibe de buen grado su cercanía con el Presidente ni su silencio frente a las críticas de Kicillof a su antecesora María Eugenia Vidal.
Por eso se apuntó como un logro del jefe porteño, bordado en sus conversaciones a solas, que el Gobernador no haya insistido en la conferencia con sus críticas a Vidal. Kicillof padeció, en la última semana, una incipiente rebelión de intendentes -sobre todo del interior de la Provincia- que consideran que la cuarentena debe ser levantada. Nunca fue bueno para un Gobernador -ni para su gobernabilidad- que los jefes comunales amaguen a pasar por encima de su autoridad.

Una agenda para la pospandemia
Alberto F. refuerza el capital político de Kicillof y Larreta cuando los sienta a su lado en la quinta de Olivos. El Presidente sabe de los costos que pagan el Gobernador y el alcalde porteño, pero a la vez los potencia como figuras nacionales. El jefe de Estado percibe el agotamiento de la sociedad frente a la cuarentena y empieza a perfilar una agenda pospandemia, para la que cuenta con un aliado de fuste: el asiduo y escurridizo visitante de la residencia presidencial, Roberto Lavagna.
El dos veces candidato a la Presidencia estuvo en Olivos justo antes de una reunión de Alberto F. con poderosos empresarios. La reactivación de la economía paralizada desvela a Lavagna, cuyos consejos no tienen sesgo estatista y apuntan al acuerdo tripartito entre el Gobierno, las empresas y los sindicatos. La UIA y la CGT avalaron la prórroga de las suspensiones de trabajadores que, de otro modo, pasarían a integrar la triste lista de los 900.000 despedidos durante la cuarentena.
La agenda política corre por cuerda paralela y no la impone el Presidente sino Cristina. La Vice está empeñada en demostrar la existencia del “lawfare” durante la administración Macri, una denuncia que sus colaboradores apuntalan con la difusión de casos de espionaje ilegal de la AFI a políticos, empresarios, sindicalistas y periodistas. Las causas, radicadas en los tribunales de Comodoro Py y de Lomas de Zamora, están llamadas a provocar un escándalo político.
En medio de las filtraciones del aparato de inteligencia criollo, pasó prácticamente inadvertida una definición presidencial formulada en las horas previas al quinto aniversario del grito de “Ni una Menos”, el 3 de junio. Alberto Fernández avisó que la legalización del aborto no está entre las prioridades de su administración. La primera dama Fabiola Yáñez apareció luego en una conexión con el Papa Francisco. La iglesia católica le pide un gesto al Presidente: que no promueva la iniciativa.

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