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Donald Trump, cuya responsabilidad en la catástrofe sanitaria estadounidense es inmensa, mantiene aceptación en las encuestas.
TIEMPOS DE PANDEMIA

Las ideas sencillas y nuestro futuro

Necesitamos no tanto especulaciones ociosas o inspiradas, como fuerzas políticas e intelectuales que estructuren y organicen el futuro. La palabrería no sirve como sustituto.

La pandemia procedente de China es una oportunidad para interrogarnos sobre nuestra capacidad para comprender los grandes acontecimientos y procesos que nos conciernen con objeto de enfrentarnos mejor a ellos y prepararnos para el futuro. He aquí tres ejemplos de nuestras dificultades intelectuales.
Primer ejemplo. La crisis sanitaria ha ejercido un impacto que varía considerablemente de un país a otro; las diferencias constatadas, empezando por el número de fallecidos, han suscitado numerosas hipótesis. Entre las más serias, unas se refieren a la clase de Estado, otras a la sociedad civil y otras, más complejas, a la relación entre uno y otra.
Así, a primera vista, los países que salen mejor librados son aquellos donde un Estado bien preparado, que había previsto el riesgo de una catástrofe grave (que, por otra parte, habría podido ser de otra naturaleza, nuclear o volcánica, por ejemplo), no sólo disponía de un sistema de salud capaz de enfrentarse a una afluencia repentina de enfermos, también podía contar con una sociedad civil madura que confiaba en él e incluso aceptó desde el principio, como en el Sudeste Asiático, dispositivos de seguimiento digital de la infección. Si Alemania, por ejemplo, ha tenido hasta la fecha cinco o seis veces menos muertes en porcentaje de su población que el Reino Unido, España o Francia, es porque estaba bien organizada.
En Alemania, en efecto, las divisiones políticas no impiden un verdadero consenso nacional, el sistema federal proporciona flexibilidad y eficacia en la gestión de crisis y la población sabe hacer gala de civismo y sentido de la responsabilidad, de modo muy sereno. En consecuencia, la confianza en la canciller Angela Merkel se ha disparado en las encuestas. En Francia, de modo muy diferente, las autoridades se habían negado a escuchar los llamamientos desesperados de los trabajadores sanitarios que llevaban al menos un año quejándose del deterioro de los hospitales públicos, y además los movimientos de los chalecos amarillos y luego el rechazo a la reforma gubernamental de las pensiones habían puesto de manifiesto una fuerte oposición al presidente Emmanuel Macron: la desconfianza que reinaba antes continuó después.
Podemos formular este razonamiento de modo ligeramente diferente apoyándonos en una constatación: la pandemia ha provocado daños máximos en países muy divididos en términos políticos e incapaces de superar de verdad sus divisiones.

Análisis que faltan
De todos modos, este tipo de explicación no es suficiente. ¿Por qué Oriente Medio e incluso África, con regímenes que no gozan de confianza alguna por parte de la población, han logrado escapar en conjunto a lo peor, al menos hasta ahora?
Segundo ejemplo. Circula la sencilla idea de que las dificultades para hacer frente a la crisis de la pandemia no hacen más que favorecer a las fuerzas demagógicas, populistas y nacionalistas. Es cierto que el presidente Trump, cuya responsabilidad en la catástrofe sanitaria estadounidense es inmensa, sigue contando según las encuestas con opiniones favorables y que, en Hungría, el presidente Orban ha sabido aprovechar la crisis para reforzar su poder, particularmente autoritario. Sin embargo, ¿qué nos dicen las encuestas en España o Italia? Que, contrariamente a esas tendencias, las fuerzas del estilo de Vox o la Liga, con ideologías extremistas, no se benefician de la situación, sino todo lo contrario, y que retroceden ante la opinión pública.
Por último, un tercer ejemplo. En ciertos países, o en ciertos ámbitos, como el de las ciencias humanas y sociales, innumerables intercambios y debates evocan todo tipo de escenarios de salida de la crisis, por lo general completamente minimalistas o bien completamente maximalistas; en ellos, algunos defienden la idea de que nada cambiará, si no es para peor, mientras que otros hablan incluso de una gran mutación antropológica. Unos consideran que lo observado antes y después de la crisis no tiene por qué desvanecerse; otros, en cambio, que ofrece una oportunidad para inventar nuevas formas de pensar, nuevas categorías para imaginar el futuro y ponerlo en práctica.
Ahora bien, los países que se han visto poco o moderadamente afectados por la crisis se preparan para seguir su camino, más o menos como antes, con la salvedad de que deberán tener en cuenta los cambios mundiales, geopolíticos y económicos que incidan desde el exterior sobre su existencia. En cambio, los demás países, los muy afectados, son los que deben interrogarse sobre sí mismos y sobre su falta de preparación o impotencia. Entre el todo y nada, la salida de la crisis debería depender en realidad, principalmente, del estado de los sistemas y las fuerzas políticas actuales, así como de su capacidad para volver a levantar unos países más o menos devastados por el desastre.
Todo ello conduce a una conclusión básica: necesitamos unos análisis que hoy no tenemos para comprender la crisis de la pandemia en sus efectos diferenciados y para pensar su impacto real sobre las fuerzas del mal y el extremismo. Y necesitamos no tanto especulaciones ociosas o inspiradas como fuerzas políticas e intelectuales que estructuren y organicen el futuro. La palabrería no sirve como sustituto.

(*) Sociólogo.

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