En la política, y en especial en las campañas electorales, se denomina cisne negro a la aparición inesperada de un suceso que puede generar un alto impacto sobre la gente, que quizás rompa con el statu quo establecido y produzca algún giro dramático en el devenir de los hechos.
Los efectos disruptivos de ese evento pueden ser acciones o declaraciones. Muchos recuerdan aún el episodio de la quema del cajón de la que se encargó Herminio Iglesias al que no pocos analistas juzgan determinante para el posterior vuelco de buena parte del electorado en favor de Raúl Alfonsín en 1983. Mucho más acá en el tiempo, hace casi dos años, fue muy comentado el episodio que protagonizaron en un estudio de televisión Diego Brancatelli y María Eugenia Vidal. El periodista lanzó duros cuestionamientos a los gobiernos nacional y bonaerense y la mandataria le contestó con una inusual dureza en medio de un clima de fuerte tensión.
En aquella campaña legislativa de 2017, Cristina Kirchner, que iba como candidata a senadora, aventajaba por cuatro o cinco puntos al candidato oficialista Esteban Bullrich, según las encuestas de entonces. No pocos analistas interpretan que tras aquél cruce televisivo en el que Vidal salió bien parada, el ex ministro de Educación logró emparejar la disputa hasta terminar prácticamente empatando las Primarias.
El recuerdo viene a cuento por la irrupción en escena de Aníbal Fernández y sus polémicas declaraciones en las que cuestionó a Vidal. Dijo que antes que a la Gobernadora, le confiaría sus hijos a Ricardo Barreda, el odontólogo platense que asesinó a su esposa, sus dos hijas y su suegra.
A Aníbal, el oficialismo le saltó a la yugular con calificativos que fueron desde misógino hasta personaje nefasto. En el peronismo primó un silencio pesado, aunque no pocos dirigentes se agarraban la cabeza frente a los dichos del ex jefe de Gabinete de Cristina. Es difícil tomar aún dimensión sobre el impacto del tumultuoso aterrizaje de campaña de Aníbal y si generará algún movimiento en el escenario electoral bonaerense.
Cerca de Vidal asomaban sonrisas cautas. La Gobernadora viene machacando con la idea de que en esta elección confrontarán dos sistemas: el que encarna su administración y el que representan los anteriores 28 años de gobiernos peronistas. En el imaginario oficial, Aníbal es sinónimo de ese pasado.
La aparición del ex funcionario K y ahora candidato a concejal en Pinamar puede que sea un elemento de peso para la campaña de Vidal. Una suerte de retorno, aunque forzado, al escenario de 2015 en el que un histórico corte de boleta en su favor la terminó depositando en el sillón de Dardo Rocha justamente como contraposición a la figura de Aníbal.
Subir al ring a Fernández resulta poco menos que imperioso para el oficialismo frente a los flancos que no deja descubiertos Axel Kicillof. El ex ministro de Economía viene protagonizando una campaña medida, sin exabruptos. En las últimas semanas enderezó su discurso hacia temas de economía bonaerense, tal como le venían pidiendo los intendentes del PJ.
Lejos del perfil de Aníbal, muestra un costado más amable. Tanto, que la estrategia de campaña oficial debió ubicarlo dentro de los límites de La Cámpora, sector al que, en rigor, nunca perteneció. Viene machacando contra el gobierno de Vidal al que apunta falencias de todo tipo, pero sus definiciones no transitan por los carriles de la lengua filosa de Aníbal.
La elección bonaerense sigue siendo una incógnita. Los últimos sondeos muestran a Vidal unos pocos puntos por debajo del candidato del Frente de Todos y frente a la necesidad de que se profundice el corte de boleta a su favor porque la intención de voto del presidente Mauricio Macri, si bien logró cierto crecimiento, sigue entre 7 y 9 puntos debajo de Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Varios sondeos de opinión muestran que todavía hay una porción de cerca del 10 por ciento de indecisos en la Provincia. Vidal escarba allí con intensidad.
La definición del voto reconoce distintas motivaciones. Una de ellas es la emocional, lo que siente el elector y la empatía que pueda generar en él determinado candidato. Pero el factor económico juega lo suyo. Y lo hace fuerte. En el Conurbano, donde se registran los más altos índices de pobreza, es donde más recoge el peronismo. Y donde peor está Macri. Donde, además, quizás cueste distinguir si el cisne es tal. Y si, en todo caso, llegó para quedarse o comenzó su rápida migración.
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