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La pobreza se convierte en una barrera que impide la igualdad de oportunidades para todos los individuos.
LA COLUMNA DE LA SEMANA

Visiones románticas de la pobreza que encubren otras realidades

Persiste en ciertos ámbitos intelectuales, políticos y especialmente religiosos una interpretación romántica de la pobreza y de los pobres. Sintetizando esos argumentos, en los pobres y en consecuencia en la pobreza, se encontraría la belleza, la bondad, la fortaleza, el desinterés, la solidaridad, el cooperativismo.
Dotar de estas cualidades a los pobres y la pobreza es un mecanismo similar al que encontramos en algunos discursos sobre la mujer, poseedora -según este pensamiento- de los atributos de dar vida, embellecer el mundo y donarse a los otros. Una mochila demasiado pesada e irreal.
Viene al caso, aunque tiene ya más de una década, el documental “Cartoneros” que registra la experiencia de la Asociación de Cartoneros de Villa Itatí. Los protagonistas relatan sus historias personales, las condiciones de vida familiar y social, la lucha para consolidar la asociación, el esfuerzo cotidiano y los dolores del cuerpo por un trabajo cruel basado en la tracción a sangre humana. Sobre ese documental se han escrito cosas interesantes, pero también se ha filosofado acerca de la armonía, la belleza y la fortaleza.
Los gestos decididos de una mujer al cargar cartones y muebles desvencijados son descriptos con cierto regodeo intelectual, como la de un ser que con once hijos conserva una belleza que deslumbra. O afirmar que los cartoneros, “tienen una fuerza constructiva de una vitalidad que corta el aliento porque al no esperar nada de nadie, son sus propios creadores.” Una manera épica de entender el sacrificio de quienes carecen de la autonomía que les corresponde como derecho ciudadano. 
Disimulamos así que en esas vidas hay muchas horas de trabajo mal pago, dolores físicos y anímicos, trabajo infantil, esperanzas truncas, desgracias e insolidaridades de la miseria, falta de privacidad, escolarización deficiente y una mayor impunidad para la violencia policial e institucional.
Esta interpretación sobre los pobres y la pobreza abreva en una corriente de pensamiento que pone el acento en el “capital social”, un fenómeno subjetivo compuesto por valores y actitudes individuales. 
Pierre Bourdieu ya señaló que el capital social, como el capital económico, es una construcción que supone inversión material, simbólica y de esfuerzos, que implican gastos y cuya utilidad se expresa en beneficios materiales y simbólicos que a su vez dependen de la participación en una red de relaciones sociales que son resultado de estructuras de poder y privilegios.
Los hombres y mujeres que crearon cooperativas como la de Villa Itatí, la Cooperativa de Recicladores Urbanos de La Plata, las de José León Suárez, necesitan de las acciones positivas del Estado nacional, provincial y municipal. Líneas de crédito, capacitaciones que les permita optimizar el uso de los materiales que recogen y reciclan, canales de comercialización, acceso a fuentes de información, contribuciones y aportes que les garantice jubilación y atención de la salud, y no menos importante, espacios de cuidado accesibles y de calidad para dejar a sus hijos cuando están trabajando.
No hagamos un elogio al garete de la pobreza y sus cualidades de solidaridad y esfuerzo. Los pobres quieren dejar de ser pobres. Pero saben mejor que nadie que el esfuerzo tiene buenos resultados si hay políticas públicas que lo apoyen y acompañen, cual viento de cola. De lo contrario, aunque siempre encontraremos ejemplos individuales, la mayoría de los pobres seguirán remando día a día, esperando sin esperar que alguno logre llegar a la otra orilla.

(*) Politóloga y profesora de Políticas Sociales en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.

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