LA COLUMNA DE LA SEMANA

El dictador inteligente

Nadie lo tomaba en serio. Se trataba de un "gordito" inexperimentado acunado en la dinastía marxista que gobierna la República Democrática Popular de Corea, mejor conocida como Corea del Norte. Hete aquí que ahora cuenta con "estatura" de líder mundial.
Más allá de los sorpresivos giros diplomático-militares de Kim Jong-un -e él se trata- en su comando de la política exterior de su país, lo cierto es que materializa el ejemplo de cuánto debe hacer un dictador para ser tenido en cuenta en un mundo con muchas declamaciones y no tantas acciones.
La dictadura dinástica marxista norcoreana cuenta desde su inicio con tres líderes a lo largo de su historia.
El primero fue Kim Il-sung, el abuelo. El segundo fue Kim Jong-il, el padre. Y el tercero, es Kim Jong-un. 
Como se puede apreciar, Kim es un apellido, muy común en Corea. Luego viene el patronímico que designa de quién se es hijo. Por último, en minúscula, el nombre de pila que, a su vez, se convertirá en patronímico para los hijos.
Los tres coincidieron y se superaron en talla una defensa que permitiese la subsistencia exterior del régimen.
A no dudarlo, esa defensa se llama hoy: capacidad para fabricar armamento nuclear y para desarrollar elementos balísticos que conviertan a dicho armamento nuclear en una amenaza, no solo para sus vecinos, sino que atraviese el Océano Pacífico para alcanzar Hawai y la Costa Oeste de los Estados Unidos.
A lo largo de los setenta años que totaliza la dictadura norcoreana, el régimen con sus tres caudillos, dedicó recursos por doquier para alcanzar el objetivo de una defensa nuclear. 
No fueron China, ni la desaparecida Unión Soviética, quienes "apadrinaron", ni fomentaron el desarrollo nuclear bélico de Corea del Norte. Fue Pakistán, por decisión de la luego asesinada primer ministro Benazir Bhutto y ejecución a cargo del padre de la bomba atómica pakistaní, el científico Abul Kadeer Khan.
El juego geopolítico asiático muestra alianzas más o menos estables entre India y Rusia, enfrentadas a Pakistán y China. India y Pakistán, mantienen un conflicto bélico no declarado por la soberanía sobre la región de Cachemira. Ambas, nunca firmaron el Tratado Internacional de No Proliferación nuclear, el TNP.
Sí, lo hizo Corea del Norte. Luego de varios "amagues", lo materializó en el 2003, bajo el mandato de Kim padre, luego de los "intercambios" con Pakistán.
Desde entonces, los norcoreanos persiguen un desarrollo nuclear independiente que ya los llevó hasta completar un arsenal pequeño pero devastador. Se trata de un secreto guardado bajo siete llaves, pero las estimaciones de los organismos internacionales hablan de entre 8 y 20 cabezas nucleares con uranio enriquecido o plutonio.
En cuanto a balística, se habla de misiles, los Taepodong, capaces de alcanzar un rango superior a los 6.500 kilómetros. Corea del Norte logró miniaturizar una cabeza de ojiva nuclear para su eventual uso a través de un misil balístico.
Aunque no fue el objetivo, Corea del Norte suministra misiles o tecnología al respecto a Pakistán, Egipto, Irán, Siria, Emiratos Árabes Unidos, Vietnam y Yemen.
Además, las estimaciones internacionales hablan de entre 2 mil y 2.500 toneladas de armas químicas -como gas mostaza y sarín- y algunos observadores descreen que no produzca armas biológicas.

¿Y ahora?
Es con dicho panorama, con el ganar tiempo en negociaciones estériles, en hacer creer que las crisis de hambrunas liquidarían al régimen, como Corea del Norte y la dinastía Kim llegaron al gran momento: el de la aceptación tácita internacional que el país es una potencia nuclear y balística y que, por tanto, no queda otra que darle ingreso -a regañadientes y lo más tarde posible, pero ingreso al fin- al club de las potencias nucleares.
Para el "gordito" Kim, hijo, es un logro mayor. Alcanzó el "status" por el que su abuelo Kim y su padre Kim pelearon durante más de medio siglo.
Ya nadie va a amenazar a la dinastía desde fuera de las fronteras. El costo de materializar dicha amenaza sería altísimo. 
Solo desde adentro, el régimen podrá caer algún día. Difícil, muy difícil, mientras las Fuerzas Armadas lo respalden. Unas Fuerzas Armadas cuyos integrantes gozan de privilegios que no alcanzan los restantes ciudadanos del país.
Por eso, ahora, rodeado de secreto previo pero con proliferación de imágenes televisivas y fotográficas a posteriori, Kim el hijo sale por primera vez del país y se junta con el presidente chino Xi Jinping.
En rigor, ahora seguro, Kim sale a romper su aislamiento internacional.
Y lo hace de manera brillante. Va a Pekín, en tren, con su bella y joven esposa. Reparte sonrisas y buena voluntad y hace trascender que se reunirá pronto con el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, durante el presente mes de abril, y luego con el propio Donald Trump.
Ahora, Kim el hijo, “el gordito”, marca el paso. Anticipa. Y obliga a los demás a seguir sus huellas. 
Ahora, que está en otra, se da el lujo de recibir al presidente del Comité Olímpico Internacional para asegurarle que su país participará de los próximos juegos de invierno en Beijing y de verano en Tokio.
Un dictador inteligente.

Tarifazos
La palabra suele no gustar pero como suele decirse, nunca es mala la verdad, lo que no tiene es remedio. Por tanto, el Gobierno anunció esta semana un tarifazo que comenzará a regir hoy, primer día del mes de abril.
Gas –garrafa y red-, GNC, trenes, buses y peajes depararán nuevos valores que los usuarios deberán pagar, si es que insisten en contar con ellos.
Como se anunció, el aumento del gas domiciliario promedio será del 32 por ciento, con picos del 40 por ciento. El GNC subirá un más razonable 15 por ciento. El boleto inicial de los colectivos en Buenos Aires crecerá un 12 por ciento. Los trenes un 9 por ciento. Y los peajes, un inmenso, dado el servicio que prestan, 13,4 por ciento.
Lo de los peajes merece un párrafo aparte. Los usuarios pagan algo por el mantenimiento, bastante deficiente por cierto, de las autopistas y rutas nacionales, y mucho más para mantener la superpoblación de cobradores que el sindicato de Facundo Moyano impone a las concesionarias. Como siempre, la Argentina de las corporaciones.
El presidente Macri dijo que, "por este año, terminaron los aumentos masivos de tarifas". Habrá que ver si entre dichos aumentos masivos considera como excepciones a los incrementos del subterráneo porteño que orillará el 66 por ciento, una nueva suba de las naftas –ahora la excusa son los costos de producción- y la electricidad, por el momento, en calma.
No son pocos los funcionarios de gobierno que se preguntan acerca de la elección del momento para difundir los antipáticos incrementos de tarifas.
Para algunos fue un error acabar de golpe con el "disfrute" de la leve, pero importante, caída de los guarismos que reflejan la pobreza y la indigencia en la sociedad. Para otro, el error es mayor porque consideran que el gradualismo también implica moderar aumentos y "desvanecerlos" en el tiempo.
La estrategia de la cúpula del gobierno es otra y, aunque riesgosa, no parece desacertada.
Si existe un tiempo correcto, políticamente hablando, para sincerar las tarifas, ese tiempo es este. Lejos de la próxima elección. En medio de un crecimiento moderado, pero crecimiento sostenido, de la economía. Suficientemente anticipado para que los efectos de los aumentos reduzcan los gastos en subsidios y, por tanto, el gasto público.
Esa reducción del gasto público persigue el objetivo de aminorar la inflación. Cierto es que los incrementos la aceleran. Pero, solo de momento. Luego, a fin de año y el año que viene, el efecto será el contrario.
Es la apuesta. Una apuesta que se conjuga con la decisión de los gobiernos de Cambiemos -nacional y provinciales- de no incrementar los salarios más allá de la pauta del 15 por ciento.
En otras palabras, el tan demorado ajuste, llegó. Vilipendiado por muchos de quienes fueron culpables del desmadre económico con que los K dejaron al país, era hora que ocurriera.
Es que nos guste o no, los malos tragos hay que apurarlos. Caso contrario, la agonía se prolonga indefinidamente, sin horizonte a la vista.

La pobreza
Los guarismos difundidos por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censo -INDEC- revelan la mejor situación contabilizada desde el 2003 hasta la fecha. Dicho en términos políticos, desde el kirchnerismo a la fecha.
La pobreza estadística afecta ahora al 25,7 por ciento de la población y la terrible indigencia al 4,8 por ciento. Hace un año, la pobreza abarcaba al 30,3 por ciento y la indigencia al 6,2 por ciento.
Sin dudas, el moderado crecimiento económico y la reducción de la inflación fueron los factores determinantes para la buena noticia.
El crecimiento económico lleva ya siete trimestres consecutivos. Es la razón de la mayor ocupación laboral, elemento que siempre contribuye a disminuir la pobreza. Así, la última suba interanual –enero/enero- indica la creación de 202 mil empleos nuevos. O sea, un 1,7 por ciento de nuevos empleados.
Pero también, y no de manera menor, incide la ralentización del ímpetu inflacionario. Es que, no por dicho infinidad de veces pierda valor, la inflación afecta en mayor medida a los hogares de bajos ingresos y aún más si cuentan con ingresos fijos.
Una menor inflación hace al crecimiento del salario real y ese crecimiento resulta clave para que un número importante de personas salte la arbitraria línea que demarca la pobreza.

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Periódicamente, buena parte de las empresas dedicadas a la realización de encuestas, ahora denominadas consultoras, publican índices de todo tipo. Para el análisis político, las encuestas que miden la confianza pública resultan de mayor interés. 
Las últimas suelen coincidir. La confianza en el gobierno oscila alrededor del 45 por ciento de los encuestados. El sube y baja natural oscila en ocho puntos. La mayor confianza se registró tras la elección de medio término con el 50 por ciento. La menor, en los dos primeros meses del año con 42 por ciento.
Con cualquiera de esos guarismos, de proyectarse hasta la elección de finales del año próximo, el oficialismo está en condiciones de ganar nuevamente.
La administración del presidente Macri ha demostrado vaivenes, idas y vueltas en numerosos temas. El a prueba y error es puesto en funcionamiento, cada vez que se pretende llevar adelante algún cambio más o menos de fondo. Sin rubor, llegado el caso, la marcha atrás se utiliza para salir de cualquier encerrona.
Es posible que esta no persistencia resulte uno de los factores claves para mantener ese nivel de confianza que suele ser difícil de alcanzar cuando el mandato ya dejó atrás el medio término.
Los otros dos son, sin dudas, las dificultades para articular una oposición creíble y el desprestigio de otros poderes o corporaciones.
La oposición parece incapaz de reunir voluntades por fuera del desprestigiado kirchnerismo. 
Por el contrario, en una especie de “Dios los crea y ellos se juntan”, cuanta figura mal vista existe, va a parar al “aguantadero” K. El disvalor opositor oficia como el gran capital de Cambiemos
Pero una encuesta reciente del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) registra un descenso inexorable y pronunciado de la confianza en la justicia. Algo que, de manera indirecta, suma puntos para el gobierno.
Es que la caída en la credibilidad de la justicia queda justificada por la liberación de algunos personeros, en el increíble cambio de carátula para los delitos de Cristóbal López y, por supuesto, en la lentitud con que avanzan las causas.
Según la UCA, en el 2010 la confianza en la justicia, baja de por sí, era del 21,4. Hace dos años, totalizaba un 19,7. Y ahora se deslizó hasta solo alcanzar un 11,7.
La baja, que no parece llamar la atención de una Corte Suprema ausente, coloca al Poder Judicial como el menos confiable de los tres poderes. Bastante por debajo del nunca muy ponderado Poder Legislativo, que alcanza una adhesión del 16,3 por ciento.
Nos guste o no, un país cuyo Poder Judicial no es creíble para la población es un país que no merece confianza.

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