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La adicción al paco devasta la población de niños y adolescentes vulnerables.
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La adicción al paco, una catástrofe social

La catástrofe social que es la adicción al paco, una verdadera pandemia distribuida por toda Sudamérica, vino para quedarse en la Argentina a partir de la crisis del 2001. Los “paqueros”, término con el que se nombra a esta tribu urbana próxima a la tumbera, tienen por identidad el desamparo; nada ni nadie los aloja, excepto el brutal cemento de calles, plazas y terminales de trenes. La gran mayoría carece de familia, de hábitat, de abrigo, de escolarización. Sobran historias de abuso, de orfandad.
Ana tiene 12 años. La atendí como médico psiquiatra en la guardia del hospital. Cuando le pregunté sobre lo más lindo y lo más feo que le sucedió en su vida, me confió sin titubear: “Mi padre y mi tío abusaron de mí desde chiquita. ¿Lo más lindo?... no recuerdo” En Salud Mental, no vemos el camino de salida. Estos niños y jóvenes se han convertido más en objetos de desecho que en sujetos de derecho, en semejanza con el residuo que consumen. Sus cuerpos tienen más cortes y tatuajes que piel indemne. Son seres ávidos, inquietos, hostiles, reflejo de un espejo que nadie mira.
Las preguntas frecuentes que los Juzgados hacen cuando derivan a alguno de estos niños-jóvenes a los equipos interdisciplinarios hospitalarios, compuestos por un psicólogo, un trabajador social y un psiquiatra son: “¿hay riesgo cierto e inminente y por ende internación? ¿Discierne o no?” ¿Al mundo hospitalario le es posible alojar a estas personas como piden muchos Juzgados? ¿Cómo evaluar este segmento sin tener en cuenta la realidad que habitan estos seres en sus 360 grados? La ley de Salud Mental es de suma controversia para el hospital público con respecto al paco.
Agrego: todos somos partes de una celdilla, tipo Excel, semejante a lo que otrora era el juego de la batalla naval, ¿recuerdan? Agua, tocado y hundido; un sistema más motivado por las estadísticas que por el recurso humano.
¿Qué ser que se balancea sobre una cornisa como “única alternativa de vida” puede ser tratado por instituciones cuya lógica y funcionalidad se diseñó para tratar con enfermos y no con catástrofes sociales?
La adicción al paco no es un instante en la guardia, sí una película de terror. No es una interrupción acotada a un lapso de tiempo como la de otros pacientes, es una catástrofe social, insisto. Y excede, a todas luces, el contexto hospitalario. ¿Podría ser considerada desde otro dispositivo, como ser granjas y/o comunidades terapéuticas?
Ana, me cuenta que se prostituye en un barrio para costearse el consumo y dice: “Algunas chicas suben a los autos y no vuelven más”. Agrega que sus experiencias de internación en el Estado no fueron satisfactorias, pues: “La gente tiene buena voluntad pero no sabe un carajo de nuestra enfermedad, encima a la noche nos dopan a todos”.
¿Es válido discutir si los tratamientos deben transcurrir a puertas abiertas o cerradas? Al vale todo que lleva el consumo de este residuo de droga letal, hay que ponerle un stop. Al abismo, hay que brindarle una malla de contención, un tejido sensible e inteligente que aloje/contenga/guíe a estos seres sin timón en este maremoto social.
Ana, coincide. Ella, al igual que un vasto público de consumidores que anhelan dejar esta adicción, claman por lugares cerrados, no punitivos y principalmente con gente idónea. ¿El Estado estará advertido de esta tragedia masiva? ¿Invertirá en revertir este etnocidio que corroe a los más vulnerables que son como un cuchillo de doble filo? Las Madres de Plaza de Mayo y las Madres del Paco dan cuenta que en nuestro país, muchos jóvenes son enterrados antes que sus padres.

(*) Médico psiquiatra

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