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ANÁLISIS

El rojo externo que preocupa

En los primeros seis meses del año la cuenta corriente del balance de pagos acumuló un déficit de 12.889 millones de dólares, lo que quiere decir que el país no genera suficientes divisas y que para funcionar requiere asistencia externa equivalente a casi 4% del PBI por año.
Dicho de otra manera, si con nuestras actividades habituales producimos menos dólares de los que consumimos, evidentemente es porque alguien nos está prestando. La contracara del déficit en cuenta corriente es entonces un superávit de la cuenta capital, que puesto en castellano quiere decir que los billetes que nos faltan llegan en forma de deuda o de inversiones.
¿Pero quién es el que está gastando de más?
En primer lugar, el propio Estado; es evidente que alguien tiene que financiar el déficit del sector público y no hay muchas alternativas; o la plata la pone el sector privado (consumidores y empresas) o la pone el sector externo. Pensemos que la economía se reduce a esos tres sectores; el público, el privado y el externo.
Esos grandes colectivos, en conjunto, tienen que estar equilibrados, lo que implica que siempre sin excepción el déficit de algún sector tiene necesariamente como contrapartida el superávit de otro; o puesto en otros términos, que siempre lo que alguien gasta de más otro lo gasta de menos (lo ahorra). 

Déficit duplicado
Mirando la evolución de los últimos dos años, el déficit de nuestras cuentas externas casi se duplicó, porque en el primer semestre del 2015 fue de 7.803 millones y en 2016 de 7.707. La contraparte es un déficit fiscal que en la primera parte del año también subió, de la mano del sector privado que acompañó incrementando su rojo.
En el caso de este último, pensemos que los que están en disputa son el consumo y la inversión. La construcción de nuevas plantas y equipos que aumentan la capacidad de producción de la economía requiere de fondos que primero tienen que haber sido detraídos del consumo; es decir: de un ahorro previo. La única posibilidad de que crezcan el consumo y la inversión por encima del crecimiento de la economía, es que ese exceso sea financiado o bien por un superávit fiscal o bien por ahorro del resto del mundo, cuya contracara es la deuda.
Quiero dejar esto muy claro porque hay una fantasía de muchos analistas a los que les gustaría que la economía se recupere con boom de consumo y de inversión al mismo tiempo y eso solo es posible con aumento del déficit externo. 

Mirada a largo plazo
El problema estructural de la economía argentina es que hasta el año 2008 las exportaciones crecían tanto como las importaciones. En los veinte años previos ambas variables se multiplicaron en cantidades casi por cuatro, pero desde entonces, en los últimos nueve años, aunque las importaciones continuaron expandiéndose, las ventas al exterior se estancaron. Prácticamente asistimos a una década perdida en materia de exportaciones, que se vio disimulada por que los altos precios internacionales de la soja maquillaron el parate. 

El sol y las manos
El gobierno anterior, en un intento desesperado por parar el sol con las manos, primero bloqueó las compras externas con las famosas DJAI y después directamente racionó los escasos dólares con el cepo.
La buena noticia es que, eliminados los controles sobre el dólar, ahora la economía recuperó un precio clave para resolver el problema, porque si las importaciones crecen por encima de las exportaciones, el tipo de cambio debería subir hasta resolver la escasez de divisas sin que sea necesaria una crisis de balance de pagos. La mala noticia es que la lluvia de dólares que está financiando el déficit fiscal del gobierno, frena ese mecanismo de preservación.

Un problema que se agravará
Es muy probable pensar que, en la medida que el déficit fiscal se cierre solo gradualmente y que el consumo crezca más rápido que la producción, el rojo externo incluso se agrande. Lo primero porque el propio Gobierno estableció una secuencia suave de reducción del sobre gasto y lo segundo porque en un contexto de desinflación los salarios le ganarán a los precios y ese poder de compra será apuntalado también por la recuperación del crédito, de modo que no es descabellado pensar que el ahorro interno caerá y será reemplazado por fondos provenientes del exterior, máxime cuando las importaciones suelen crecer más rápido que la producción cuando se recupera la economía.
El mecanismo cambiario tampoco ayuda en el corto plazo, porque como ya explicamos los dólares de la deuda, sumados a los que vengan a aprovechar las altas tasas que usa el Banco Central para desinflar la economía, presionarán el precio de las divisas externas a la baja.
Como antídoto queda la expectativa del desarrollo del mercado de capitales, que opere como un incentivo para un mayor ahorro del público que, luego de 70 años de alta inflación, hoy se dirime entre el dólar y el plazo fijo, opciones poco atractivas para incentivar la postergación del consumo en el tiempo.
El alivio, en el ínterin, puede venir de la mano de un mayor desarrollo de las energías renovables, que relaje la presión de importación de energía que tanto complica nuestras cuentas externas. Si el gobierno lo logra, desde donde esté, Arturo Frondizi lo saludará con un guiño cómplice.

(*) El autor es economista, profesor de la UNLP y la UNNoBA, investigador del Instituto de Integración Latinoamericana (IIL) y autor de "Casual Mente" y "Psychonomics"

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