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PERSPECTIVAS

Cuando la mentira es la verdad

En lo que hoy es Macedonia (y fue parte de Yugoslavia) existe una ciudad llamada Veles. Ubicada en las márgenes del río Vardar, cuenta con 43.716 habitantes y algunas de las iglesias más imponentes y con más historia en la zona de los Balcanes. En sus alrededores se ven restos de un anfiteatro romano y de construcciones dejadas por los antiguos griegos. Tiene un cierto encanto que la ha convertido en atractiva para viajeros refinados. Pero si Veles merece atención hoy es, sobre todo, porque se transformó en una usina generadora de noticias falsas.
Todo empezó a principios de año, cuando se iniciaba la campaña presidencial en Estados Unidos. Algunos jóvenes de Veles descubrieron entonces una diversión para sus largas horas de ocio. Navegaban por internet, tomaban noticias emitidas por sitios estadounidenses ultra derechistas, las copiaban y las editaban con títulos atractivos en portales que creaban expresamente con ese fin. Pronto descubrieron que numerosos usuarios norteamericanos de la red leían esas noticias como si fueran originales y se convertían en público cautivo de estos portales. Uno de esos muchachos advirtió que allí había un negocio. Invirtió un poco de dinero para publicitar en Facebook su sitio de noticias falsas, logró incrementar notablemente su audiencia y a partir de allí empezó a generar ingresos publicitarios. El ejemplo cundió y crear usinas de noticias falsas en internet se convirtió en un boom entre la juventud de Veles.
Algunos de estos mentirosos ganan hoy varios miles de dólares diarios en una ciudad donde el salario mensual promedio es de 350 dólares. Para ello pasan ocho o más horas diarias ante sus computadoras (a veces toda la noche), tiempo que suelen sustraer de sus estudios secundarios o universitarios. “A los estadounidenses les encantan nuestras historias y nosotros hacemos dinero con ellas. ¿A quién le importa si son verdaderas o falsas?”. Así se ufanó uno de estos “emprendedores” ante Emma Jane Kirby, reportera inglesa de BBC Mundo que investigó “in situ” este fenómeno.

Un lamentable neologismo
Veles podría postularse, de perdurar en la tarea, como candidata a capital mundial de la posverdad. Esta palabra nació hace seis años, cuando la escribió el periodista David Roberts en la revista satírica estadounidense “Grist” para criticar a los políticos que negaban el cambio climático a pesar de todas las evidencias científicas. Roberts definía con una palabra ese fenómeno por el cual un discurso, un relato o un dogma dichos y repetidos una y mil veces con énfasis se imponen a las pruebas y construyen una realidad paralela en la que una gran mayoría de personas termina creyendo.
La palabra posverdad, con todo lo que describe y significa, permaneció desde entonces en una suerte de hibernación hasta que regresó con fuerza durante 2016, sobre todo al calor de fenómenos como el Brexit (el referéndum que sacó a Gran Bretaña de la Comunidad Europea sobre la base de una serie de mentiras y falacias que inclinaron la votación) y, definitivamente, la victoria de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos, triunfo elaborado con un rosario de falsedades que a pesar de su obviedad no conmovieron a los votantes del ganador. Cuando el Diccionario Oxford inglés la consagró hace pocas semanas como la palabra del año, la posverdad alcanzó su consagración como descriptora de los tiempos que corren. El Diccionario Oxford nació en 1861 por iniciativa de la Sociedad Filológica de Inglaterra y se le reconoce la máxima autoridad en cuanto a los contenidos y la normativa del idioma inglés. Surgió con el fin de recopilar las palabras que no habían sido registradas aún por otros diccionarios y para enmendar errores de obras dedicadas al idioma. Cada año, cumpliendo con aquel propósito inicial, elige una palabra previamente no enlistada y que haya abierto una nueva ventana de significado. Ha definido de esta manera a la posverdad: “Relativo o referido a circunstancias en que los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales”.
En la publicidad, en el marketing, en la política, en la economía la posverdad se aplica desde mucho antes de haber sido definida. Pero acaso nunca, como en la era de internet y de las redes sociales, había alcanzado semejante dimensión. Desde lo emocional y desde las creencias se emiten opiniones como si fueran información, se viralizan rumores como si fueran noticias ciertas, se echan a volar datos no comprobados como si se tratara de verdades científicas. Y también desde lo emocional y desde las creencias los receptores de todo ese material lo absorben sin filtro, sin someterlo a cuestionamiento, sin una dosis mínima de pensamiento crítico o discernimiento y con eso elaboran su visión del mundo.

Muchas verdades, una verdad
La verdad es un valor porque requiere de la buena fe, de la comprensión, de la aceptación, de la capacidad de discernimiento. El mundo existe de por sí, explicaba el físico cuántico austriaco Erwin Schrödinger, profundo pensador humanista que ganó el Premio Nobel de su especialidad en 1933, pero solo se hace real cuando nuestros sentidos lo perciben. Y como cada persona es única, también lo es su percepción. Por lo tanto lo que podríamos llamar realidad o, para el caso, verdad, será siempre una suerte de construcción colectiva, de convención que parte de validar la percepción de cada uno. Es la intervención de la moral la que nos permite llegar a acuerdos que congregan e integran toda esa diversidad de manera que, si bien la verdad de cada uno es innegable, también es sostenible una verdad por todos aceptada, esa que llamamos objetiva. Un ejemplo: si diez personas estamos ante una silla, cada uno describirá la silla que ve. Lo hará desde su lugar, lo que significa cierta distancia, cierta iluminación, una perspectiva (alguien la verá desde un costado, alguien de adelante, alguien de atrás, alguien desde arriba, alguien a nivel), a lo que se puede agregar que acaso una persona sea miope u otra daltónica. ¿Cuál descripción es la verdadera? Cada una lo es desde el lugar de quien la emite. ¿Y cuál es entonces la verdad? La verdad única e indiscutible es que hay una silla. Si alguien miente sobre esto, si manipula emocionalmente a los demás para convencerlos de que no hay lo que hay o de que hay lo que no hay, si se falsean u ocultan elementos de esa realidad innegable, si todo eso, además, tiene propósitos ocultos, perversos e inmorales que atentan contra el interés común, la verdad habrá quedado derrotada por la posverdad.
Esta, hay que repetirlo, no es una invención de hoy. Ya decía Joseph Goebbels, el ministro de información de Hitler, que una mentira repetida cien veces se convierte en verdad. Cuánto más en una época de tecnologías aceptadas y usadas de manera acrítica, cuando se le otorga valor de verdad al instrumento tecnológico y se desdeña pensar acerca de su uso o sus contenidos. La posverdad induce a comprar, a calificar, a votar, a juzgar, a linchar mediática o físicamente. Frente a ella, como nunca, se alza ese antídoto invalorable que es observar, deducir, preguntarse, examinar, dudar, comparar, escuchar. En una palabra: pensar.<


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