LA COLUMNA DE LA SEMANA

Período de gracia prolongado

Sin dudas, el gobierno de Cambiemos logró aminorar las posibilidades de situaciones de riesgo en materia de paz social en las que cifraba alguna esperanza el kirchnerismo para revertir su imagen actual y diluir la expectativa judicial que pesa sobre sus dirigentes.
Fueron varios los factores que así lo determinaron.
El primero y primordial no se debió a la acción de ningún dirigente político, ni social, ni empresarial, ni sindical.
Se debe, y alegra decirlo, a la evidencia de un avance en la maduración de la ciudadanía.
Nadie ignora, cómo hacerlo, que la economía individual de buena parte de los ciudadanos se deterioró en los últimos meses. Pero no parecen muchos quienes están dispuestos a creer en el relato de la maldad y la perversidad intrínseca de Mauricio Macri y el gobierno de Cambiemos.
Es más, solo el kirchnerismo recalcitrante pretende creer su auto proclamada inocencia frente a los males que aquejan la economía argentina.
Para la mayor parte de la sociedad, incluida una importante porción de quienes se reivindican o votan tradicionalmente por el justicialismo, el kirchnerismo resultó una etapa negra donde convivieron el delito y el populismo, fatídica mezcla que llevó a la inseguridad, la recesión, la inflación y la pobreza.
Así, aunque parezca mentira, sin resultados notorios a la vista, el gobierno del presidente Macri disfruta de una extensión inédita del famoso período de gracia del que gozan los “nuevos gobiernos”.
Tradicionalmente y arbitrariamente se lo establece en los 180 primeros días de gobierno. Algunos exageran y lo reducen a cien días. Macri triplica esa duración mínima y nada indica que el plazo no se haga extensivo hasta la finalización del verano.
Es que parecen mayoría quienes están convencidos que el año próximo será el año del despegue de la economía y, por ende, de mejoría de su situación personal.
Sin embargo, no es una apuesta segura. Por el contrario, debería parecer arriesgada. El próximo año es un año electoral y, en la Argentina, parece que ganar elecciones resulta sinónimo de gastar mucho y mal. De no tener en cuenta la “sanidad” fiscal y de crear “nirvanas” artificiales que solo duran poco y nada.
Obviamente, el kirchnerismo, en su época de esplendor, conformó una excepción a la regla.
No precisamente por prolijo y anticíclico. Sino por exactamente lo contrario. Por contar con una coyuntura internacional única en materia de precios de los granos exportables.
Fue tal el incremento, en particular de la soja, “alias” yuyo según la pobre expresión de la ex presidente enriquecida, que fue necesaria la normalización de los precios internacionales para correr el velo de la “década ganada” de la que ya nadie habla.

El espanto
La sociedad argentina aparece, mayoritariamente, blindada frente a los cantos de sirena K. Podrá sucumbir mañana frente al facilismo de otro populismo, pero no frente al populismo k.
Hete aquí una de las claves de la prolongación del estado de gracia para el gobierno de Cambiemos.
Cualquier comparación con el desastre anterior resulta favorable a Cambiemos. Aun cuando los números indiquen ambigüedad.
Al dar a conocer el INDEC el terrible guarismo sobre la pobreza en la Argentina, nadie reaccionó con sorpresa. No obstante, si se comparan los valores, el número de pobres se multiplicó casi por cinco entre la última medición de hace varios años del INDEK –con K- y la primera del INDEC, con la C recuperada.
Del 7 por ciento del tándem Kicillof-Kirchner a casi el 33 de Cambiemos. Suficiente como para que explote el país. Pero el país no explotó, sencillamente, porque sabe –repito, sabe- que el 7 por ciento fue mentiroso, que la pobreza se dejó de medir durante varios años y que lo único que hizo el INDEC con C recuperada fue contar la verdad que el INDEK con K ocultó.
Por supuesto que también cuenta las favorables expectativas empresariales, siempre mucho más cercanas a la dialéctica que a la realidad. Y otro tanto puede decirse de la verificable reinserción argentina en el mundo. Factores necesarios, aunque no suficientes, para generar un proceso de inversión.
Pero, más allá de esperanzas de inversión, el espanto que genera un eventual retorno K constituye un factor esencial del aguante a Cambiemos.
Aun cuando la situación en materia de seguridad deja mucho que desear, no son pocos quienes no ignoran que ya no se oculta la realidad, que ya no se habla de sensación pero, por sobre todas las cosas, la sociedad presiente que el gobierno lleva a cabo una lucha contra las mafias –en particular el narcotráfico- que domina buena parte del aparato estatal.
Y no son pocos quienes atribuyen esa penetración del crimen organizado sobre policías, justicias, servicios penitenciarios y, sobre todo, política a la acción premeditada del gobierno anterior, en particular, de sus máximos responsables.

Organizaciones
Se trate de peronismo político, de sindicatos o de organizaciones sociales, todo debe recomponerse bajo una premisa única: quedar bien separados del kirchnerismo.
Guste o no, el peronismo –político, sindical o social- se estructura siempre bajo una forma verticalista. Como partido del poder, cuando encuentra un “jefe”, lo sigue. Pasó, por supuesto, con el general Perón, pero también pasó con Carlos Menem y con los Kirchner.
Lo sigue sin chistar y sin cuestionar. Claro que esa fidelidad extrema concluye cuando el “jefe” pierde el poder.
Comienza entonces una etapa de reacomodamientos hasta el surgimiento del nuevo jefe. La historia demuestra que esa “selección” puede hacerse por cualquier método. Violento como tras la muerte de Perón. Democrático, como en la interna de Menem versus Antonio Cafiero. O externo mediante la división en varias candidaturas cuando ganó Néstor Kirchner.
De cualquier forma, se trata de enterrar el pasado. Le pasa a Sergio Massa, el primero que se abrió, con su período de jefe de Gabinete K. La pasa a Florencio Randazzo, con su eventual retorno tras su rebelión final que lo salvó de quedar prisionero de la Kirchner. Le pasa a la mayoría de los gobernadores que reeligieron, mucho más a los recién llegados, y a los intendentes.
Pero no es solo un reflejo de los políticos. También ocurre en los denominados movimientos sociales. Las quejas están, alguna movilización también, pero nada de generar caos como Cristina y sus secuaces desearían.
Quizás el ejemplo más determinante surja de Milagro Sala y la organización Tupac Amaru jujeña. La justicia de aquella provincia la mantiene presa. Su banda prometió el escarmiento contra el gobernador Cambiemos-UCR Gerardo Morales. Morales distribuyó con equidad y sin corrupción la ayuda social que antes enriquecía a Sala y los suyos. Y el escarmiento prometido brilló por su ausencia. Nadie come vidrio.
Y otro tanto pasó y pasa con los sindicatos, en particular aquellos nucleados en la reunificada CGT.
No son pocos los sindicalistas que deben limpiar un pasado kirchnerista. Nadie debe olvidar los gremios K que formaron la CGT oficialista durante el gobierno anterior, encabezados por el metalúrgico Antonio Caló.
Hoy, la divisoria de aguas es otra. Ya no está Hugo Moyano y su hijo Pablo no junta experiencia suficiente como para encabezar una CGT a la que, para colmo, pretende combativa. No es tiempo, ni forma.
No es tiempo porque la combatividad queda para los gremios estatales nucleados en las dos CTA, antes irreconciliables. Para los gremios estatales, Cambiemos es un enemigo potencial.
Es que en la Argentina, alguna vez deberá revisarse la productividad de los estatales y, ese día, habrá que borrar algunas de las pretendidas conquistas logradas frente a gobiernos populistas que distribuyen el dinero ajeno.
Para los gremios privados, en cambio, la situación es completamente diferente. Se trata, primero, de mantener y si es posible acrecentar los afiliados aportantes. Y acrecentar significa dos cosas contradictorias: o mayores inversiones que generen puestos genuinos o el canibalismo que el predominio camionero practicó frente a otros sindicatos. A Hugo se lo aguantaron, a Pablo, parece que no.
Y además, aparece un actor que nadie tenía en cuenta y que ahora modifica su actitud.

Francisco
Ese actor no es otro que el Papa Francisco.
Un Papa Francisco que comenzó con un claro hostigamiento al gobierno de Macri y que, ahora, tiende puentes.
No fue Macri quién cambió. Fue Francisco.
¿Razones? Varias. La primera y, sin dudas, la más determinante, el Papa con su actitud pro K, lejos de ganar popularidad, la perdió. Francisco parece haber comprendido que si quiere ejercer un protagonismo en la política argentina, el camino que había elegido es, por completo, erróneo.
Si bien no son pocos quienes identifican a Francisco como el Papa peronista, poco faltó para que lo catalogaran de Papa kirchnerista. Seguramente, lo salvó su anterior firmeza frente a los K que, de pronto, olvidó.
A diferencia de Wojtyla en Polonia, las intervenciones de Bergoglio en la política argentina, lejos, muy lejos estuvieron de generar una corriente de simpatía. Es que Wojtyla luchaba contra un régimen dictatorial, mientras que Bergoglio lo hacía frente a un gobierno democrático.
Cierto es que Mauricio Macri no es precisamente Lech Walesa. El uno nació rico, el otro trabajó de electricista en un astillero. Macri no es católico practicante y Walesa sí lo es. Pero ambos recuperaron el republicano imperio de la ley en sus respectivos países.
El reciente acuerdo entre sindicatos y gobierno para levantar el paro sin fecha de la CGT reunificada, no parece ajeno a esta voltereta papal. La visita de Macri al Vaticano, así lo confirma. Resta por ver, si esta vez, Francisco muestra una sonrisa.
Con todo nadie debe perder de vista el rol de la Iglesia argentina, encabezada por el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina y arzobispo de Santa Fe, monseñor José María Arancedo, quien acercó las posiciones y logró una fórmula de consenso.
Todo el mundo aflojó y así se llegó al acuerdo. La CGT consiguió una excepción parcial para quienes pagan Impuesto a las Ganancias. Fue para quienes pagan Ganancias y perciben un bruto de hasta 50.000 pesos. Obviamente, una arbitrariedad, sobre todo para quien gana 50.100. Pero una arbitrariedad necesaria para superar el paro.
Para la Iglesia y los movimientos sociales, fue suficiente el otorgamiento de un bono no contributivo para quienes perciben planes sociales o para quienes cobran la jubilación mínima.
En síntesis, un paliativo de los que se benefician los sectores más postergados de la sociedad y los trabajadores con salarios más bajos. De allí, en más, cada sindicato negociará su propia salida con las empresas de su respectivo sector.

El gobierno
El resultado es un triunfo para el gobierno si se lo mira desde un ángulo político. Mejoró la relación con la Iglesia, evitó el paro general y ayudó a los más postergados sin meterle la mano en el bolsillo a las empresas, es decir, sin cambiar las reglas de juego.
No lo es tanto, si se lo analiza desde el ángulo fiscal. Ingresará menos dinero como consecuencia de la excepción parcial en el pago de ganancias y egresará más por el bono a los jubilados de la mínima y a los “beneficiarios” de planes sociales.
Y aquí se cae en la anticipación del huevo o la gallina.
Son muchos quienes piensan que el verdadero gobierno de Cambiemos dará comienzo en el 2017 si cambia la correlación de fuerzas en el Congreso Nacional, las Legislaturas provinciales y los Concejos Deliberantes municipales.
Para quienes así piensan, y así piensan casi la totalidad de los miembros del gobierno, hace falta convivir con demandas que, objetivamente, no parecen apropiadas para un país estancado, con un Estado elefantiásico y poco útil y con una necesidad de iniciar un ciclo productivo.
Es como un mal necesario al que hacer frente para superar los obstáculos de la carrera.
Claro que cuando uno decide ponerle el pecho a las balas, a veces, muchas veces, las balas entran.
Esta “adecuación” que exhibe el gobierno a los vericuetos de la política argentina puede resultar inconveniente para el fin que la condiciona: el triunfo electoral en el 2017.
Con todo, la expectativa se mantiene. Con el kirchnerismo enfrente y con el peronismo intentando desprenderse del pasado K, el gobierno de Cambiemos respira y se apresta a pasar un fin de año sin sorpresas ingratas.