None
OPINIÓN

¿Somos un país creativo e innovador?

Como siempre, un placer reencontrarme con ustedes con el objetivo de abordar temas que nos lleven a la reflexión para la acción. De sentirnos protagonistas, “al volante” de las transformaciones que queremos ver en nuestro país.  
En la última columna publicada, “¿Somos un país rico?”, podríamos concluir que “potencialmente” tenemos todos los recursos para que el 100% de los argentinos pueda vivir bien. Pero para poder liberar todo ese potencial como ciudadanos tenemos que llevar a la práctica valores y actitudes que identifican a los países prósperos, organizarnos y trabajar mucho.
Allí proponía un ejercicio que, espero, hayan definido: ¿Qué actitudes te proponés cambiar a nivel personal generando hábitos que inspiren a los demás a seguir y, consecuentemente, afectando positivamente a nuestra sociedad? Si en 20 años querés tener el país que soñás, tenés que empezar hoy, con pequeños pasos y ejemplos todos los días.
Esa columna me incentivó a cuestionarme otro mito: “Los argentinos somos creativos”, “nos buscan en el mundo”.
Esta semana hubo dos noticias que parecen dos caras de una misma moneda:
1) Sólo el 27,4% de los estudiantes argentinos de 15 años evaluados a través de las pruebas Pisa superaron los niveles mínimos de esa prueba internacional en  tres áreas básicas: lectura, ciencia y matemática. Por área el 53,6 % no superó las pruebas en lectura, el 50,9% en ciencia y el 66,5% en matemáticas.
En contraposición, los mejores resultados se dan en la ciudad china de Shanghai, Singapur, Hong Kong, Corea del Sur y Estonia con al menos un 85% de su alumnado por encima del promedio establecido.
“El bajo rendimiento en la escuela tiene consecuencias a largo plazo tanto para los individuos como para los países. Los alumnos con bajo rendimiento, a los 15 años tienen más riesgo de abandonar completamente sus estudios; y cuando una gran proporción de la población carece de habilidades básicas, el crecimiento económico de un país a largo plazo se ve amenazado”, señala el estudio de la Ocde.
La primera de las noticias se ve agravada por la estadística que comentara el doctor Facundo Manes hace pocos días: cada 100 alumnos que iniciaron la educación primaria en el 2001, sólo se graduaron 33 en el 2012.

2) Gabriela González, científica argentina, fundadora e integrante del equipo del observatorio Ligo (Laser Interferometer Gravitational-wave Observatory), encabezó la detección de las ondas gravitacionales, anticipadas por el físico alemán Einstein hace 100 años.
Esta detección directa de ondas gravitacionales, es un avance mayúsculo para la física que abre una nueva ventana al universo y sus misterios.
Gabriela González, doctora y egresada en la Universidad de Córdoba, integró los equipos de investigación y dedicó toda su vida al estudio de este fenómeno que traslada a los científicos rumbo a una etapa clave para la cosmología.
Realizó su doctorado en la Universidad de Syracuse, trabajó en el MIT de Boston y está casada con el físico Jorge Pullin. En este punto, cabe destacar que para desarrollar sus estudios y embarcarse completamente en el proyecto, la mujer tuvo que vivir durante seis años en una ciudad y su esposo en otra. Ambos estaban separados por diez horas de viaje, según una entrevista publicada en PhysicsWorld.
“Ahora podemos escuchar al universo”, “esta detección es el comienzo de una nueva era, la era de la astronomía de las ondas gravitacionales ya es una realidad”, dijo la científica durante la conferencia.
“Cuando ella decidió seguir Física, yo pensé 'pobre hija, va a ser profesora de secundario'. Yo pensé que iba a elegir la química, porque era brillante en esa materia. Por supuesto que ella hizo lo que quiso y me alegro mucho que así haya sido”, narró, emocionada, su madre Dora Trembisky.
Esta ambivalencia es una característica de los argentinos: nos sentimos tan  devastados por momentos, con la misma facilidad con la que nos sentimos eufóricamente orgullosos.
Por un lado, el resultado de la desidia, la escasez de espíritu de superación, esfuerzo y compromiso. De no ver el estudio como una forma de superarse. Bajamos en cantidad y calidad de cerebros formados. Nuestro capital intelectual está en decadencia. Una pesada niebla contamina nuestra mirada hacia el largo plazo.
Por el otro, la dedicación, el esfuerzo de largas jornadas, la convicción de luchar por los ideales a costa del “destierro” y muchas horas de disfrute familiar y personal. ¿Por qué Gabriela no pudo desarrollar aquí lo que pudo lograr en Estados Unidos? ¿Por qué si Argentina invirtió en formar a  Gabriela ella necesitó emigrar para poder seguir desarrollándose?
Esto nos demuestra que no sólo con mayor y mejor conocimiento podremos catapultar y volver a nuestro país a los primeros puestos en bienestar y educación  de inicios del siglo XX, sino que se requiere generar un ecosistema de inversiones, estructura, respeto por la propiedad intelectual, donde se estimule la creatividad, la innovación, la ciencia y la tecnología,  donde nuestros científicos puedan desarrollar y desplegar los conocimientos adquiridos en nuestras universidades, la mayoría de carácter público. Necesitamos empoderar y apoyar la actividad científica.
Según un informe del Banco Mundial apenas el 2,4% de la inversión mundial en investigación y desarrollo se realiza en Latinoamérica. De los cuales Argentina sólo concentra el 7% (calculen: el 7% del 2,4% de la inversión total, o sea, ¡nada!). Nuestro país aporta la menor cantidad de patentes de Latinoamérica.
Si bien ya hemos visto en columnas anteriores cómo el espíritu inquebrantable de nuestra pampa gringa ha apostado a la innovación pudiendo dar respuesta a las necesidades de alimentación de la población mundial, démonos una ducha de realidad y de humildad para decirnos que no ha sido suficiente. Tenemos 14 millones de pobres que no pueden acceder  a los alimentos que producimos. Como país hay cosas que estamos haciendo mal o mejor dicho las estamos administrando y gestionando mal.
Podríamos concluir que más que “creativos”,  somos “ingeniosos”, una creatividad que nos permite “sobrevivir”, o “salir del paso”, una “viveza criolla” picardía de las que nos sentimos orgullosos  pero que tiene pies de barro. No nos permite transformarnos y catapultarnos para crecer y desterrar el hambre de los argentinos. Y si tenemos esa capacidad de transformación, emigramos. Sin embargo,  me llena de esperanza que intelectos y corazones  de la talla de Abel Albino, Facundo Manes, Estanislao Bachrach, y otros tantos que, pudiendo ser exitosos en el exterior, hayan decidido regresar a ser servicio para los argentinos. Por eso generar las condiciones para que exista una “circulación de cerebros” es vital.
Como también apuntara Manes, desde mediados de 1990 y hasta 2035 la Argentina goza de una oportunidad demográfica única: la población económicamente activa supera a la de niños y adultos mayores. Debemos lograr que la Argentina se desarrolle creando empleos de calidad y acumulando capital mental para el futuro.
Mucho, muchísimo por hacer. Cosas sencillas empezando por nosotros mismos. Cambiando nuestro “lenguaje”. Esta semana me impactó una imagen donde una madre le decía a su niño mientras observaban a un barrendero cómo limpiaba las calles: “Si no estudias, vas a terminar como él”. Al lado había otra madre que le decía a su niño: “Si estudias mucho, vas a poder crear un mejor mundo para él y para todos”.
Es momento de cambiar actitudes, practicar valores, combinar talentos y sumar voluntades públicas y privadas para crear una cultura y empoderamiento de la creatividad y la innovación , que permitan transformar a nuestro país para el bien-estar de todos sus habitantes.
¿Qué esperamos?


(*) Contadora. Especial para la Asociación Argentina de Ingenieros de Junín.

COMENTARIOS