Cristina Fernández de Kirchner dejará de ser presidenta. De ese modo encuentra su fin un período político que se inauguró cuando el 25 de mayo de 2003 Néstor Kirchner asumía la primera magistratura del país.
Aquellos eran días aciagos, signados por la crisis económica, el desaliento social y el desprestigio político. Revertir las tres cuestiones eran el desafío central que debía asumirse.
La historia dirá que Néstor Kirchner logró modificar aquella realidad. Al cabo de su mandato, muchos de los problemas que lastimaban la vida diaria de los argentinos, fueron solucionándose y así la normalidad fue recuperando terreno.
Kirchner redujo la pobreza (del 57% al 23%), la desocupación (del 25% al 11%) y el trabajo informal (del 62% al 34%). Ordenó las cuentas públicas (año tras año exhibió un superávit fiscal del orden del 3%), acumuló ahorros (las reservas subieron en dólares de 11.000 millones a 46.000 millones), saldó íntegramente las deudas con los organismos internacionales de crédito y sacó a la Argentina del default en el que había quedado tras la salida de la convertibilidad. En ese período, la economía de nuestro país creció a un ritmo promedio del 8% anual.
En esos primeros cuatro años, la vida democrática funcionó plenamente. El canal público no emitía propaganda partidaria ni existían los "medios amigos", los periodistas no "militaban" y eran solo periodistas y no se instalaba un "relato" para doblegar otras versiones. El gobierno se decía "dueño de una verdad relativa". Solo eso.
Kirchner reformuló la Corte Suprema y con la designación de jueces ética y técnicamente irreprochables, reconstruyó el respeto social de la Justicia. Además, con la anulación de las leyes de impunidad ("obediencia debida" y "punto final") permitió sentar en el banquillo de los acusados a quienes idearon y pusieron en práctica el terrorismo de Estado.
Gran parte de esos éxitos logrados por Kirchner acabaron siendo dilapidados durante la gestión de su esposa.
Cristina registra dos mandatos presidenciales consecutivos no necesariamente iguales.
En su primera gestión, Cristina empezó a diseñar su relato impulsando una política muy progresista en materia de derechos individuales. La estatización del sistema de jubilaciones y la puesta en marcha de la asignación universal por hijo (AUH) fueron tal vez los pilares centrales de una gestión en la que también se implementó el matrimonio igualitario, la identidad de género, el voto joven y se comenzaron a articular las reformas a los códigos en lo civil y en lo comercial.
De modo inversamente proporcional a como se avanzó en materia de derechos civiles se retrocedió en materia económica.
La sostenida caída de reservas, el creciente deterioro fiscal y una inflación jamás atendida y siempre negada fueron el prolegómeno de la crisis que hoy se vive.
Fue en este tiempo, tras la batalla por la Ley de Medios, donde Cristina empezó a alterar la convivencia democrática. Entonces la televisión pública se llenó de publicidad oficial y "6-7-8" acabó siendo su programa insignia. A todo ello se sumaron los "medios amigos" comandados por empresarios afines al poder y el "Fútbol para todos", un impresionante instrumento de publicidad oficial. Toda una enorme maquinaria destinada a sostener un relato tan feroz como falaz.
El mandato de Cristina que ahora concluye, empezó con una victoria aplastante y termina con una dolorosa derrota. Entre el punto de inicio y el punto final se suman un sinfín de errores. Precisamente por eso, tiene muy pocos aspectos elogiables.
El deterioro económico se mantuvo y fue creciente. La inflación se disparó y el remedio fue sostener la demanda a través de un gasto público que invariablemente aumentaba respaldado por una alocada emisión de moneda. En ese contexto, las reservas del Banco Central se esfumaron y la moneda se deterioró de un modo inaceptable quitándole toda competitividad a la industria argentina.
Desde lo institucional, Cristina fue avasallante. Intentó "democratizar la Justicia" con una torpeza inigualable. Encubrió las inconductas de su vicepresidente estatizando Ciccone. Sostuvo a un jefe de las Fuerzas Armadas acusado de haber encubierto la desaparición de un soldado que tenía bajo sus órdenes en los años de plomo de la Argentina. Firmó con Irán un pacto para encubrir a los autores del más cruel atentado terrorista que nuestra historia recuerda y nada hizo por dilucidar las causas de la muerte del fiscal que investigaba ese atentado y que denunció la legalidad de aquel pacto.
Cristina acaba sus días de presidenta con un balance final negativo. Una economía inestable, una crisis fiscal de proporciones (perdió más de un punto de superávit por cada año de mandato), un derroche de reservas (más de 25.000 millones de dólares de caída), una economía estancada que prácticamente no ha crecido en los dos últimos años y una caída pasmosa de la inversión privada son el corolario final de un proceso que se inició cuando el país sólo había logrado apagar el incendio.
La Argentina, sin dudas, está mejor que en 2003. Pero está mucho peor que en 2007. Ocurre que Cristina, embriagada en su relato épico y bajo la falsa invocación de un "modelo" inexistente, tiró por la borda muchos de los logros que con Néstor, su marido, se habían alcanzado. La historia se lo recriminará. Y en la soledad en la que quedan los que dejan el poder, seguramente su conciencia acabará recordándoselo.
(*) El autor fue jefe de gabinete entre mayo de 2003 y julio de 2008. En la última elección acompañó la candidatura presidencial de Sergio Massa.
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