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Un fin de ciclo donde se suman desequilibrios

El presente económico es decepcionante. Nada apunta a que los desequilibrios fiscales, monetarios, el conflicto con los holdouts o del dólar puedan ser abordados en lo que resta de la gestión de Cristina Kirchner.
La recesión, menos empleo y la inflación son los únicos datos certeros sobre el de-sempeño en este año. Las expectativas están puestas en lo que pueda ocurrir a partir de la elección presidencial de octubre próximo.
Con el nuevo gobierno habría voluntad política de encaminar la economía en un nuevo sendero de crecimiento. Pero los desbarajustes son tan importantes que nada asegura un tránsito ordenado hacia un rebote en el transcurso del 2016.
En la superficie, los candidatos no dan detalles sobre cómo encarar un despegue económico que no resulte cruento o tenga costos sociales. Las huestes oficialistas K, al contrario, alientan el temor de que con una gestión de la oposición vendrá el ajuste y las políticas del liberalismo. Olvidan mencionar que el ajuste sobre el empleo, el poder adquisitivo del salario y las políticas sociales ya está en curso desde hace al menos dos años.
En los equipos técnicos de los políticos, los economistas y los negocios el debate sobre el futuro es mucho más realista.
“Shock versus gradualismo” son las opciones que se discuten, más allá de la conveniencia política de difundir esas opiniones en la campaña. Es un debate viejo y que se repite con el paso de los gobiernos que depredan los recursos fiscales, financieros y las reservas en el Banco Central.
La magnitud de la crisis actual y el aislamiento económico y financiero de la Argentina alienta a algunos a imaginar que, con un cambio de gobierno, habrá un fuerte ingreso de capitales del exterior que suavizará cualquier ajuste y permitirá a la economía retomar un rumbo alcista.

Corrección cambiaria
Esta opción es valedera para la mayoría de los negocios, aunque esa ola de capitales espera primero que ocurra una corrección cambiaria: sin un dólar actualizado a la situación mundial y al retraso acumulado en los últimos 4 años, no habrá ingresos significativos.
Para muestra basta un botón. Según un estudio del Ieral, la presión fiscal y el dólar retrasado en la era K han llevado a que el poder de compra de la soja, la producción más rentable del campo, haya caído a los niveles de los ’90, cuando la oleaginosa cotizaba a 179 dólares la tonelada.
¿Qué queda para el resto de las actividades? El escenario de los problemas es enorme.
El nivel de la inflación se ha instalado en un andarivel superior al 20% anual desde el 2007, con picos del 40% y la emisión lejos de aflojar es cada vez más importante. De esta manera, la inflación tiene una inercia que no resultará sencilla de revertir.
El desorden de los precios relativos es también de una magnitud tan significativa, que será otro origen de presiones inflacionarias. Las tarifas públicas no son sostenibles, pero al mismo tiempo tendrán un impacto fuerte sobre los ingresos sociales.
Otro desorden inédito se encuentra en elevado déficit fiscal que está llegando a niveles del 7% del PBI y que coloca a la próxima gestión ante la necesidad de implementar medidas monetarias y de gasto muy firmes.
El desbalance es tan alto que no será tan sencillo financiarlo con más deuda.
En el inicio, la negociación con los holdouts requeriría la emisión de bonos por unos 10.000 millones de dólares; en tanto que el endeudamiento del Banco Central con letras es otra fuente autónoma de gasto y emisión.
Parece inevitable que el reordenamiento alcance al gasto estatal.
Hoy la presión tributaria es récord y cualquier corrección fiscal no podría hacerse sobre más carga en el sector privado.
Las promesas electorales también llevan problemas adicionales.
La progresiva eliminación del impuesto a las Ganancias sobre los sueldos o de las retenciones al campo pondrá una presión adicional al resto del programa económico.

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