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ENFOQUE

El verdadero “patriotismo” económico

El último desastre de relaciones públicas de las corporaciones norteamericanas viene bajo el rótulo de “transposición fiscal” (tax inversion). En una transposición, una empresa norteamericana traslada su cuartel general a un país con una tasa fiscal más baja. Justamente la semana pasada, los laboratorios norteamericanos AbbVie acordaron comprar una empresa extranjera, Shire PLC, en parte para reducir su tasa legal corporativa, que se espera que caiga de un 22 a un 13 por ciento.
En la mayoría de las transposiciones, las empresas mantienen las actividades físicas de su cuartel general -la gente, los edificios- en Estados Unidos, como lo haría AbbVie.
Aún así, esa práctica ha causado, como era de esperar, una furiosa reacción negativa. Esas empresas “han abandonado nuestro país para evitar pagar impuestos pero esperan seguir recibiendo todos los beneficios que confiere ser norteamericano”, expresa furioso el escritor de la revista Forbes, Allan Sloan, en The Washington Post. La evasión fiscal “me revuelve el estómago.”
El secretario del Tesoro, Jack Lew, acusa a estas empresas de carecer de “patriotismo” económico. Millones de norteamericanos probablemente sienten lo mismo. Sin duda, yo lo hago. Pero debemos balancear esta repulsión con algunas obcecadas realidades, que no se comprenden bien. Primero, es fácil exagerar el tema.
Las empresas que trasladan su categoría legal al exterior aún pagan impuestos corporativos en Estados Unidos, sobre la base de las ganancias obtenidas en Estados Unidos, que -para la mayoría de las empresas multinacionales norteamericanas- sigue siendo el mayor mercado. Lo que está en cuestión son los impuestos sobre las ganancias en el exterior. Aún en ese caso, es fácil exagerar.
Por ejemplo, la propuesta de la Casa Blanca para reducir las transposiciones ahorraría 19.500 millones de dólares en impuestos entre 2015 y 2024, calcula el Comité Conjunto del Congreso para el Régimen Tributario.
Esa cifra representa menos de un 1 por ciento de los impuestos corporativos que se calculan para el mismo período. Segundo, los impuestos corporativos declinaron notablemente como fuente de ingresos federales mucho antes de que se produjeran las transposiciones.
En 1950, los impuestos de las corporaciones representaban un 26,5% del total. Ahora, su porción oscila entre un 10 y un 12%. La caída tiene causas diversas.
Los impuestos más elevados del Seguro Social y de Medicare han reducido la porción del total que representan otros impuestos. La Ley de Reforma Fiscal de 1986 también redujo los impuestos corporativos al desalentar a las empresas menores a organizarse como corporaciones tradicionales. Tercero, las multinacionales norteamericanas realizan cada vez más negocios en el exterior -una tendencia que probablemente continúe, porque muchos mercados extranjeros están sobrepasando a los norteamericanos-.
Entre 1970 y 2013, la porción de ganancias norteamericanas obtenidas en el exterior se elevó de un 8 a un 20 por ciento. Bajo la ley norteamericana, las firmas nacionales reciben un crédito por los impuestos extranjeros pagados y pagan los impuestos corporativos de Estados Unidos sólo cuando las ganancias restantes se repatrían al país.
No es de sorprender que las empresas norteamericanas acumulen las ganancias extranjeras en el exterior.
El alijo representa ahora 2 billones de dólares, según cálculos de Citizens for Tax Justice, un centro de investigaciones y de incidencia, de izquierda. Existe un dilema obvio. Enfrentando un déficit presupuestario crónico, Estados Unidos no puede darse el lujo de perder ingresos fiscales. Pero los impuestos elevados alientan a las empresas norteamericanas a localizar sus actividades en el exterior o a manipular las prácticas corporativas para concentrar las ganancias en países de bajos impuestos.
“Los departamentos fiscales se consideran centros de ganancias”, expresa Clausing. Una táctica común es que las firmas venden patentes a sus subsidiarias en países de impuestos bajos para reducir la carga fiscal en pagos de royalties. La tasa fiscal corporativa tope de Estados Unidos (35%) ya es la más elevada entre las principales naciones.
Además, Estados Unidos es la única nación avanzada que grava las ganancias obtenidas en el exterior. Una “transposición” permite que las empresas aprovechen los impuestos extranjeros más bajos y trasladen algunas ganancias a los Estados Unidos, sin pagar un impuesto del 35 por ciento. (Esa tasa no se aplica a las ganancias no-norteamericanas de una empresa extranjera).
El gobierno frustraría las transposiciones al requerir que, después de que una empresa norteamericana comprara una compañía extranjera, por lo menos el 50 por ciento de las acciones de la firma sobreviviente siguieran siendo de posesión extranjera. De lo contrario, la firma se consideraría norteamericana para propósitos fiscales. Pero Gary Hufbauer, del Peterson Institute, sostiene que los efectos de esa norma serían perversos. Al frustrar las transposiciones ahora, se aflojaría la presión existente para una reorganización de los impuestos corporativos.
Hufbauer reduciría la tasa corporativa a alrededor de un 20 por ciento, acabaría con las cargas tributarias sobre las ganancias en el exterior (que es la práctica de la mayoría de los países) y recuperaría ingresos perdidos elevando los impuestos individuales sobre dividendos corporativos y ganancias de capital.
Estoy de acuerdo con este enfoque. Reduzcamos los impuestos sobre las corporaciones que pueden trasladarse fuera de Estados Unidos; elevemos los impuestos de los individuos dueños de las acciones. Aunque hay muchas probabilidades de que esta idea no se apruebe, sería un verdadero acto de patriotismo económico. 

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