El equipo económico tiene dificultades para normalizar el mercado cambiario y la impresión es que si no logra ese objetivo será muy difícil lograr el indispensable ingreso de dólares, mientras el ministro Axel Kicillof buscará en la semana avanzar en un acuerdo con el Club de París.
La Argentina sufre desde fines de octubre de 2011 una “anomalía cambiaria”, que comenzó con la restricción de la venta de dólares, siguió con la prohibición lisa y llana para adquirir divisas y, desde este año, con una moderada reapertura del cepo cambiario dominada por la burocracia de la AFIP.
Todo ese concierto de medidas para evitar que se evaporen totalmente las divisas atesoradas en el Banco Central y se pierda por completo el control de las principales variables de la Economía.
Juan Carlos Fábrega, el titular del BCRA, se las ve en figurillas para sostener un nivel mínimo de reservas, y mira con cierto hartazgo hacia el Ministerio de Economía.
Es que cada dólar que el BCRA logra acumular durante la jornada debe ser asignado a pagar alguna de las deudas acumuladas por Kicillof, Julio De Vido o el Tesoro: sea importación de combustibles, subsidios o vencimientos de deuda, Fábrega debe salir corriendo con los dólares en auxilio.
El jueves se dio cuenta de que los fondos no alcanzarían si se quería dar una señal de solvencia, y por eso restringió más que nunca la financiación de importaciones.
La tarea del jefe del Central es titánica: por lo bajo, se queja de que el equipo económico demora la contención del gasto público y reclama más celeridad en la eliminación de subsidios.
Pero en los últimos días habría llegado a un convencimiento que le hiela la sangre: es la propia presidenta Cristina Fernández la que está decidida a jugarse el resto, mantener los subsidios y cerrar un ciclo populista que puede hipotecar el país por varias generaciones.
Así, el hombre que comenzó como cadete en el Banco Nación e hizo toda la carrera hasta llegar a la presidencia de la mayor entidad financiera del país, podría encontrar problemas para cumplir su sueño de cerrar su labor profesional como un recordado paso por el Banco Central.
Por ahora, todo indica que es un apéndice de los designios del Poder Ejecutivo, lo cual siempre termina mal para los funcionarios que lo aceptan sin chistar.
El problema de fondo es que desde que Martín Redrado se fue de la autoridad monetaria se perdió la última posibilidad que quedaba de que el BCRA mantuviese cierta independencia, y se lo puso al servicio de la militancia política.
De nuevo al Club de París
El ministro Kicillof viajará la semana próxima a Francia para tratar de avanzar en un acuerdo con el Club de París, en una negociación que puede resultar crucial para sus expectativas de reabrir el grifo de inversiones extranjeras.
El encuentro formal será el miércoles, y allí el titular del Palacio de Hacienda deberá dar señales para ganarse la confianza de ese pool de países acreedores a los que la Argentina les adeuda unos 6.500 millones de dólares, que con intereses llegaría a los 9.000 millones.
Kicillof también podría mantener un encuentro con algunos directivos del FMI, a dos semanas de que el organismo analice las estadísticas oficiales de la Argentina.
La duda que tienen los mercados es qué estrategia usará la Argentina para convencer a los países acreedores.
La decisión del Club de París debe ser unánime, por lo que la oferta debería ser lo suficientemente generosa como para captar la atención de los acreedores.
El gobierno argentino por ahora no tendría definida la oferta final, pero se especula con que podría incluir el pago de 1.000 millones de dólares en efectivo, que saldrían de las golpeadas reservas, y el resto de bonos.
Si la Argentina acuerda con el Club y lograr postergar una definición en los Estados Unidos en el litigio con los fondos buitre, volverían las esperanzas de que llegue inversión extranjera directa.
Claro que antes se debería desatar el cepo cambiario, porque nadie está dispuesto a traer al país dólares a $8, cuando el mercado paralelo los negocia a $11,50. Negocios son negocios.
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