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ESTO QUE PASA

Balbuceos ante una realidad inexorable

Es el más esperado de los retornos, pero como la Argentina tiene amplia experiencia en la materia, tampoco se constituye en algo “de otro mundo”. Las licencias presidenciales forman parte de la peripecia nacional. La entonces presidenta María Estela Martínez de Perón pidió licencia por razones de salud desde el 13 de septiembre de 1975 hasta el 6 de noviembre de 1975. Durante esos 54 días, y como no había vicepresidente, la reemplazó Ítalo A. Luder, que era presidente provisional del Senado. Luder echó al ministro del Interior, el coronel Vicente Damasco, y nombró en su lugar a Ángel F. Robledo, para granjearse el apoyo de unas Fuerzas Armadas que ya se preparaban para hacerse cargo del poder meses más tarde.

Comparaciones


No es propicio ni enteramente adecuado comparar estos casos. En 1975, la señora de Perón tenía 44 años, pero su llegada a la presidencia de la Nación fue producto de las inefables peripecias del justicialismo; ella carecía de conocimientos, preparación y trayectoria previas. Sin embargo, esa mujer, “Isabelita”, fue votada por mucha gente: el 23 de septiembre de 1974 la fórmula integrada por su marido y ella contó con el 62 por ciento de los votos. Parece diferente al caso de Cristina Fernández de Kirchner, de 60 años, una mujer de largo recorrido político, cuya reasunción como Presidenta de la Nación está prevista para mañana lunes, tras una licencia de 40 días. No fue ésta su primera licencia presidencial: el 4 de enero de 2012 también se alejó del cargo, por lo que al final terminó siendo un falso cáncer de tiroides, y en esa oportunidad el retiro fue de un mes.
Es diferente ahora. Isabel no era políticamente nadie y nada representaba en aquel remoto 1975. Cristina es el centro, la masa y el núcleo dominante del actual esquema de poder en la Argentina. Lo demuestra el artilugio vergonzoso de un vicepresidente que la “reemplaza” formalmente pero custodiado por una guardia pretoriana que lo vigila como si fuera un secuestrado a punto de fugarse. Como ya le sucedió con el inexorable recurso a Daniel Scioli, el modelo kirchnerista está enroscado alrededor de sí mismo, puesto que la concentración del poder es tan asfixiante que elimina toda perspectiva de alternancia razonable y, sobre todo, funcional. ¿No le sucedió acaso algo parecido al avasallante Hugo Chávez en Venezuela, cuando un cáncer terminal lo sacó de la pelea para siempre? El 8 de diciembre de 2012, dos meses después de haber sido reelecto presidente por seis años más, un gravemente enfermo y ya en retirada Chávez anunció que su heredero sería Nicolás Maduro. El líder venezolano murió el 5 de marzo de este año y su vicepresidente Nicolás Maduro asumió el 19 de abril. Lo que ha sucedido en Venezuela en estos siete meses es de dominio público, incluyendo la creación del vice ministerio para “la Suprema Felicidad Social”, con iniciales mayúsculas.

Deliberadamente

La Argentina arrastra una importante cuota de incertidumbre, un rasgo de particular proyección porque no es casual ni natural, sino deliberada. El Gobierno se ha envuelto desde sus orígenes en 2003 en una densa nube de misterio y enigma, nutrida y fortalecida adrede. Forma parte de sus inclinaciones más sinceras y, a la vez, primarias. El poder es asumido con una poderosa componente de mesianismo: nada ni nadie puede asegurar más que la mera rutina, excepto el líder. Por eso, Perón, que entretenía a sus partidarios sermoneándolos con la fábula de que “sólo la organización vence al tiempo”, la puso como heredera a María Estela Martínez.
El primer presidente peronista electo por el pueblo tras la muerte del líder, Carlos Saúl Menem, se desembarazó de su compañero Eduardo Duhalde en 1991, no más iniciar su década larga en la Casa Rosada. Duhalde tuvo sin embargo el poder de apadrinar a Néstor Kirchner en el verano de 2003 y designarle su vicepresidente, Scioli. Pero el ex motonauta, entonces porteño, fue encerrado en el congelador de 2003 a 2007. No corrió mejor suerte el radical mendocino Julio Cobos, seducido y captado por Kirchner para ser vicepresidente de Cristina. Cobos juró el 10 de diciembre de 2007 pero el 17 de agosto de 2008 no votó a favor del Gobierno en el Senado e ipso facto se convirtió en inexistente. Hasta el 10 de diciembre de 2011, Cobos permaneció en un espantoso limbo institucional, un vicepresidente legítimo condenado al ostracismo más brutal. Los peronistas no juegan juegos a la hora de alambrar el poder, tarea en la que hasta ahora nadie los ha superado jamás.
Este retorno de Cristina mañana, empero, comporta interrogantes nuevos y suscita inquietudes importantes. Dada de alta hace ya una semana, la Presidenta prefirió, sin embargo, seguir encerrada en Olivos. No se ha divulgado ni una somera foto de ella en su encierro junto al río. Si proteger la decente privacidad de un funcionario es razonable y justo, en el caso de Cristina lo que la rodea es una completa, espesa y por ahora impenetrable cortina de aislamiento. Hasta su percance craneano, ella ha sido una Presidenta incesantemente aerotransportada. La cosa terminó con el coágulo en su cabeza: a la calle Solís entre Belgrano y Venezuela, en el barrio de Montserrat, donde funciona la clínica Favaloro, tuvo que ir en auto y de esa misma manera se retiró, una semana después. No debe haber sido una ocasión frecuente para ella vérselas con el Buenos Aires real, al nivel del suelo. En toda esa zona de la capital se perciben a diario situaciones y escenas que no abundan en la residencia presidencial de Olivos, y menos aún en la casa privada de Cristina, en El Calafate. Esta comarca porteña es agreste, dura, desangelada, hosca, tachonada de mucha pobreza e informalidad. ¿Habrán sido esos rasgos los disparadores para pensar al país con menos arrogancia y mayor tranquilidad?
Una de las marcas más reconocibles del grupo gobernante es su pétrea resistencia a admitir hechos de la vida real que cuestionan las ilusiones del “relato”. Es conmovedor, por ejemplo, el esfuerzo dialéctico de Mercedes Marcó del Pont, la presidenta del Banco Central, para decir que la Argentina padece de una inflación perniciosa. Obediente y encuadrada sin fisuras, Marcó del Pont aclarará de inmediato que no propone enfriar la economía, pero la “travesura” ya está hecha: se ha animado a admitir que el sol no gira en torno de la Tierra, sino que es la Tierra la que da vueltas en torno del Sol. Lo dijo Galileo a comienzos del siglo XVII¸ cuando, acosado y acusado por la Iglesia, para la que la Tierra era el centro del sistema astral, dijo su celebérrimo “eppur, si muove” (y sin embargo, se mueve). Era cierto, todo se mueve, pero la que orbita en torno de su estrella es la Tierra.

Costos

La verdad le cuesta horrores al Gobierno. ¿Hay, acaso, una muestra más grande de impostura y distorsión que el intercambio de frases huecas sobre derribar o no aviones que sobrevuelen la Argentina transportando droga? Si se deja de lado el patéticamente minúsculo “escudo aéreo” argentino, ¿con qué aviones se piensa derribar a tales aparatos? Desde el ministro Agustín Rossi hasta el gobernador Daniel Scioli, pasando por la incandescente procuradora general, Alejandra Gils Carbó, hablan de las ventajas o desventajas del “derribo” de aeronaves ilegales con una irritante naturalidad, sabiendo perfectamente bien que la Fuerza Aérea Argentina tiene a sus viejos y casi inoperables aviones en tierra. Este tipo de estertores son producto de una vieja y resistente audacia nacional, esa tradicional costumbre de creerse lo que no se es, aspavientos de una Argentina que suspende a la realidad por decreto, sólo para encontrársela a la vuelta de la esquina, tan robusta como siempre.
Estas semanas de jugueteo mediático con la amenaza de “los narcos” ha sido, en este sentido, una suprema exhibición de frivolidad irresponsable. Hombre rústico y muy limitado, Sergio Berni recorrió varios micrófonos radiofónicos esta semana, balbuceando que el problema del  narcotráfico en la Argentina deriva de… ¡los Estados Unidos! ¿Razones? En ese país, alega Berni, se consume el 80% de la cocaína que se compra en todo el mundo. El ¿razonamiento? pedestre del teniente coronel Berni es que lo que sucede en la Argentina “pasa en todo el mundo”. Secretario de Seguridad de la Nación, para Berni las calles de La Plata, Berisso, Ensenada o La Matanza ofrecen el mismo espectáculo que las de Montreal,  Melbourne, Oslo o Copenhague. Socialización irrespetuosa de las patrañas más obvias, campea en el discurso oficial la idea de que la gente puede tragarse cualquier relato. Pero, inmóvil o degradándose, la realidad es imperturbable. Eso es lo que la espera desde mañana a Cristina, tras sus 40 días postquirúrgicos. ¿Podrá cambiar o ya es muy tarde? 

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