MIRADA ECONÓMICA

El mejor regalo para el Día de la Madre

Treinta y ocho años de lecciones se acumulan en mi espalda; hay largas charlas y también sopapos, pero sobre todas las cosas abundan los ejemplos silenciosos de conductas que hoy me forjan, las enseñanzas que no buscaban ser tales, pero que tallaron estas astillas de aquel palo.
Mi vieja no llenaba la habitación de cientos de juguetes. Eran otras épocas, y éramos cuatro hermanos. Tampoco recuerdo canciones de cuna, que las debe haber habido, ni cumpleaños multitudinarios, probablemente porque me tocó nacer en diciembre.
La pedagogía entonces no era tan sofisticada. Las madres no eran las amigas de los chicos, eran las madres. Enseñaban sin querer queriendo, como diría el Chavo. Con el ejemplo y el límite; transmitían valores simplemente viviendo. Puede que los tiempos desde entonces hayan cambiado, pero lo que se mantuvo sin alteraciones, acá y en la China, a lo largo de cientos y miles de años es la seguridad de saber que tu vieja es tu abrazo, tu protección, tu último refugio.
Amo a mi vieja, porque es mi vieja. La respeto porque tiene setenta y cinco abriles, y en ninguno de ellos claudicó sus ideas, que no comparto. La admiro porque mis pestañas se quemaron estudiando con el sueño de alcanzar la mitad del respeto que ella ha logrado.
Odio también algunas cosas, es verdad. Su obstinación, aunque me la haya contagiado, sus cambios de humor cuando algo no le cierra, sus respuestas infantiles cuando le censuro el cigarrillo y sus caprichos irracionales con los que se planta cada tanto. Paradójicamente, también la adoro por cada una de esas cosas.

El festejo

Me dicen que los primeros festejos del Día de la Madre se remontan a la antigua Grecia, donde se le rendían honores a Rea, la madre de los dioses Zeus, Poseidón y Hades, pero que recién se comenzó a celebrar de manera oficial a partir de 1914, cuando el entonces Presidente Woodrow Wilson declaró el segundo domingo de mayo como el Día de la Madre en Estados Unidos. En nuestro país, la fecha se trasladó en el tiempo porque el 11 de octubre era la festividad de la Maternidad de la Virgen María, que habitualmente se celebraba el domingo próximo.
Quiero entonces aprovechar que los adláteres del consumismo que mercantilizaron la liturgia, me dieron una vez más la excusa de decirle cuanto la quiero, pero como temo quedarme corto en el intento, me pareció interesante investigar los estudios científicos que nos enseñan cómo hacer los mejores regalos. Desde el punto de vista de la economía tradicional, en realidad el mejor presente posible es un sobre con dinero, puesto que como demostró una investigación de Joel Waldfogel se pierde entre un 10 y un 30% del valor del regalo por elegir cosas que al otro no le gustan.
 Sin embargo, para el experto en Economía del Comportamiento Dan Ariely, el regalo no es una mera transmisión de algo material, a la espera de un comportamiento recíproco el día del padre o del niño, sino que existen al menos otras tres funciones que el ritual permite canalizar.
Por ejemplo, los regalos potencialmente sirven para estrechar vínculos y aumentar la conexión con el otro, de modo que si eso es lo que se busca olvídense del ramo de flores o la cartera; hay que pensar en algo que se comparta, que sirva de excusa para pasar más tiempo con mamá.
Otro tipo de regalos son los que Ariely denomina “paternalísticos”; oportunidades de hacer que la vieja use algo que realmente necesita y no se compraría por su cuenta, como por ejemplo un par de anteojos, una agenda para organizarse, o un turno (con los gastos pagos) para sacar el carnet de conducir.
Alternativamente, muchas veces se da el caso de que la persona que queremos gratificar realmente desea algo pero no se lo compra porque siente culpa del gasto. Sé que a mi madre le encantaría ir a comer langosta o centolla a un restaurante de Puerto Madero, pero le parece una barbaridad gastar tanta plata en eso y entonces no se da el gusto nunca.

El oído y el bolsillo

Los profesores de la Universidad de Chicago Canice Prendergast y Lars Stole, aportaron otro elemento interesante en una investigación en la que demostraron que los regalos son una oportunidad de transmitir el mensaje de que nos importa tanto la otra persona, que nos preocupamos por saber lo que realmente necesita y quiere. La elección entonces no sería trivial; un regalo estándar, como una blusa o bombones, puede demostrar que no tenemos tan buena relación con nuestra madre y que no sabemos lo que le gusta. Por el contrario, un regalo bien personalizado, de esos que se hacen más con el oído que con el bolsillo, transmitirá mucho mejor el mensaje de que realmente nos preocupa mamá.
No olvidemos nunca, que como descubrieron Russell Belk y Laurence Coon, de la Universidad de Utah, mientras que a los hombres les importa la utilidad de los regalos, a las mujeres les interesa mucho más el valor simbólico de lo que reciben.
Y cualquiera que sea el regalo en que usted está pensando, tenga cuidado de no caer presa del “sesgo de falso consenso”; una expresión acuñada por los psicólogos Lee Ross, David Greene y Pamela House, para referirse a nuestra creencia de que la gente tiende a pensar como nosotros.
Tal vez, después de todo, la vieja no piense como creemos y no quiera el celular o la multiprocesadora, quizás sólo busca una demostración de cuanto la queremos y de lo que daríamos por pasar un rato más con ella. 

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