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ESTO QUE PASA | ANÁLISIS POLÍTICO DE LA SEMANA

Lo que viene cuando se abran las urnas

No quisiera arruinarle el domingo al paciente lector de DEMOCRACIA, pero este oficio de informar es un sacerdocio, según dicen los graciosos. Pero no tengo buenas noticias: además de los compromisos que debe afrontar (tarjetas de crédito, cuotas, aranceles, impuestos, y siguen las firmas), usted debe, en su condición de ciudadano argentino, la bonita suma de 6.000 dólares, unos 60 mil pesos nacionales. Consuélese: como todos los ciudadanos somos iguales ante la ley, cada uno de los 40 millones de argentinos debemos 6.000 dólares. La cifra total (“agregada”, como dicen los economistas), es 240.000 millones de dólares.
En este marco, cuando Cristina Kirchner se permite burlarse de los Estados Unidos y de Europa, las ganas de llorar son intensas, aunque menores que el sentimiento de vergüenza. Convencida de que es bueno ser “eternamente políticamente incorrecta”), ha vuelto a ocuparse del exterior, para evocar su conocido himno a la felicidad, de acuerdo con el cual estamos muy bien y estaremos mejor. ¿En base a qué cálculo?

ENDEUDAMIENTO

El culebrón de los bonos en disputa con la justicia de los Estados Unidos involucra apenas 1.330 millones de dólares, pero el total de los títulos y bonos en manos de los acreedores de la Argentina que no ingresaron en los dos canjes de deuda anteriores suman 11.481 millones de dólares. Son números del ministerio de Economía a diciembre de 2012. Eso no es todo. La Argentina reconoce 197.463 millones de dólares adeudados a distintos acreedores, oficiales y privados, así como a organismos financieros internacionales. El propio Gobierno admite que los 6.108 millones de dólares adeudados a las naciones del Club de París desde 2002 siguen impagos y acumulando intereses y punitorios, que le suman otros 4.000 millones de dólares.
Llegamos de este modo a los 6.000 dólares que debe cada lector de esta columna: la deuda total merodea los 240.000 millones de dólares, si toma en cuenta lo que resta cancelar del llamado “cupón PBI” o por los juicios de los jubilados o proveedores del Estado. Un experto, Ismael Bermúdez, concluye que esa deuda genera obligaciones de pago de intereses en pesos y dólares por una suma equivalente a 10.000 millones de dólares anuales. “Además, la deuda viene creciendo a razón de otros US$ 15.000 millones anuales porque una parte de la deuda devenga intereses que se van capitalizando y el Tesoro nacional tiene un déficit creciente que se cubre con nueva deuda, con el Banco Central y otros organismos públicos” concluye. ¿Cómo es esto posible? Tras la eufemísticamente llamada “reestructuración” hecha por Néstor Kirchner y Roberto Lavagna en 2005, la deuda pública argentina, que era de casi 130.000 millones de dólares, creció en unos 110.000 millones de dólares. Se canceló deuda de gobiernos anteriores pero contrayendo nueva deuda propia.

NEGACIÓN

Cristina Kirchner aseguró la vez pasada que se pagaron 173.000 millones de dólares. ¿Qué sucedió? Por lo pronto, desde 2006, cuando Kirchner resolvió “desendeudarse” del Fondo Monetario Internacional pagando en el mostrador y de una vez casi 10.000 millones de dólares, el Gobierno fue pagando deuda metiendo mano en las reservas del Banco Central o sacando dinero del Banco de la Nación o plata de los jubilados manejada por la ANSeS. Saldo inexorable: en lugar de reducir la deuda, la Casa Rosada cambió sus acreedores (privados e internacionales) por el sector público nacional. El país se endeudó consigo mismo, tomando fondos del Central, del Nación y de la ANSeS. Su objetivo: cubrir los déficits fiscales, parcialmente producidos por la suma de los intereses y el “cupón PBI”. Resultado: aumentó el endeudamiento público. El citado Bermúdez estima que a fines de 2014 la deuda pública total de la Argentina superará los US$ 250.000 millones.
¿Cómo se defiende el Gobierno desde su retórica? Alega que la deuda “se contrajo” respecto del tamaño del producto bruto interno. ¿Es un argumento válido? Los técnicos más serios dicen que no, puesto que la deuda es positivamente un pasivo financiero, fehaciente y tangible, mientras que las especulaciones sobre el PBI dan una cifra sólo contable, de libro, variable incluso con relación al tipo de cambio y a la paridad peso/dólar.

FASCINACIÓN

Cristina vive enamorada del supuesto “desendeudamiento” argentino producido en esta década “ganada”. Recurre para esa fascinación a la artimaña de no considerar la deuda pendiente con los organismos públicos nacionales. Es una afirmación temeraria, además de temible, pura “contabilidad creativa”, ya que al final del día lo que produce es un vaciamiento explícito de los recursos del Banco Central, de la ANSeS, del Banco Nación y de otras reparticiones estatales.
Los 341 millones 600 mil dólares cosechados por el blanqueo ofrecido por Guillermo Moreno fueron sólo el 8,5 por ciento de los 4.000 millones que soñaba recaudar el zar de la economía argentina. Pese a un fracaso tan clamoroso, y desoyendo la recomendación de su propio recaudador fiscal, Ricardo Echegaray, Cristina le dio nuevamente la derecha a Moreno y prorrogó el vencimiento de la ya de por su magnánima y polémica amnistía por 90 días más, hasta el 31 de diciembre.
Todo lo aquí relatado destila un cierto aire siniestro de profecía que se va cumpliendo, como si la Argentina hubiera recorrido una trayectoria que termina haciéndola retornar inexorablemente al punto de partida. Al momento de terminar su mandato, la mañana del 10 de diciembre de 2015, Cristina entregaría la presidencia con un país que tras doce años de un mismo gobierno, no sólo no se habría sacado de encima el cepo asfixiante de una deuda descomunal, sino que la habría incrementado significativamente.
Endeudada más que nunca, sólo superada por Venezuela en el riesgo país que mide JP Morgan y que en el caso argentino es cinco veces mayor que el de Uruguay, un país de credenciales impecables en la materia, la Argentina vuelve a hacerse notar por su ruidosa indisciplina. En estos excesos prima la voluntad de una presidenta que esta semana se ufanó de ser “eternamente políticamente incorrecta”, un mandoble que no sólo revela discutible manejo del idioma, sino también la visible decisión de no hacerse cargo de lo que sucede y de lo que el país tiene por delante. 

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