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OPINIÓN

Una crónica que tiré a la basura por Los Pumas

Iba a ser algo así como “La Masacre de San Valentín”. Pero terminó siendo un día histórico no solo para el rugby argentino, sino para el deporte nacional. Imposible no comprender al entrenador Mario Ledesma que, en los minutos finales, lloraba contra la pared en la cabina. A Julián Montoya, ya fuera de la cancha, también llorando en el banco. Y al apertura Nico Sánchez también desbordado cuando ya quedó claro que la victoria estaba asegurada. Porque lo que más impresionó del triunfo 25-15 de Los Pumas el sábado contra los All Blacks, que pudo haber sido aún más amplio, fue la disciplina colectiva, esa “locura controlada” de querer pasar por arriba a la mejor selección del mundo, y mantener esa decisión del minuto uno hasta el último.
Ayer en la madrugada casi como que tenía escrita esta crónica de antemano. Decir algo así como que no habría derecho a la sorpresa ni a la queja porque la derrota podía ser dura. Que los All Blacks son el seleccionado más poderoso del mundo y el único al que Los Pumas jamás habían podido vencer, con 32 derrotas y un empate en el historial. Y que, además, jugarían con todo su arsenal, dispuestos a dejar las cosas en claro porque su equipo B (o casi B) venía de perder contra Australia. 
La crónica teórica (la que ya tenía casi armada) establecía entonces que lo que más debía destacarse era la importancia de volver a jugar. Más aún cuando horas antes nos enteramos que el Covid 19 había obligado a suspender el partido Francia-Fiji. Volver a jugar después de 402 días. Y después del último partido, victoria 47-17 contra Estados Unidos, pero el dolor de despedida rápida del Mundial de Japón.
Con todo suspendido por la pandemia, Los Pumas no podían darse el lujo que sí se dio Sudáfrica de renunciar al ahora llamado Tri-Nations, que Argentina seguirá el sábado próximo contra Australia. Pero, claro, había hasta cierto temor al riesgo físico de exponer a unos Pumas inactivos ante unos All Blacks en plena actividad y que hacen de la dureza y del rigor la naturaleza de su juego. La “actividad”, claro, inició siendo ese video institucional de Pumas entrenando en sus casas en pleno confinamiento, corriendo, saltando o pasando, con ayuda de padres y hasta de una pared. La burbuja primera que explotó, la mudanza a Uruguay, y, ya en Australia, el aislamiento preventivo y apenas una decena de días de entrenamiento colectivo para todo el plantel (75 días para el equipo). Poco, demasiado poco. Y demasiado riesgo para enfrentar a la mejor selección del mundo.
Pero más silencioso fue acaso el trabajo de volver a formar un grupo. De sanar viejas heridas que dejó el Mundial. Formas de conducción que eran resistidas y fueron modificadas. Lo sabrá acaso Nico Sánchez, que por algo ayer confesó que, tras la tristeza del Mundial, pensó que jamás volvería a jugar en Los Pumas. No solo volvió. Lo hizo para entrar en la historia definitiva. Anotando los 25 puntos del triunfo histórico que, además, superaron en el plano personal los 21 puntos de Hugo Porta en el legendario empate 21-21 de 1985 en la cancha de Ferro, en Buenos Aires. Imposible no citar al capitán Pablo Matera, su postura desafiante ya ante el haka maorí, y esa pelota extraordinaria que “robó” a los 74 minutos, con el marcador 22-10. Ni la vuelta simbólica de Juan Imhoff. O el debut de Santiago Chocobares, 21 años, un “muro” en el medio de la cancha, allí donde Los Pumas levantaron el cartel de “No pasarán”. Y no pasaron. Es increíble, pero Los Pumas no fallaron un solo tackle.
Lo dije, tenía una crónica casi mentalmente escrita antes del partido. Pero la tiré a la basura. Terminé mirando los últimos veinte minutos de pie frente al televisor, con más emoción que análisis, contagiado del juego cuya entrega física y colectiva tiene la épica que no tiene casi ningún otro deporte. En esos minutos finales vi a Los Pumas jugando como All Blacks y los All Blacks como Pumas, porque esta vez fueron ellos los nerviosos e imprecisos en la puntada final. Es cierto, habrá que hacer memoria para recordar una actuación tan pobre de los All Blacks en la historia reciente. Son el mejor equipo del mundo, pero no son máquinas. También otras veces cometieron errores y Los Pumas amagaban aprovecharlo para terminar fallando en la instancia decisiva. El knock-on increíble de Ernesto Ure en el 21-21 de Ferro. La pelota que quedó adentro de Felipe Contempomi y el try agónico que anotaron en el 24-20 en River en 2001. El 25-19 en Vélez pese al asedio final, a centímetros del in goal. Siempre terminaban ganando ellos. No fue así ayer. Y no solo por el marcador. Sino también por el juego. Porque Los Pumas ganaron con absoluta autoridad. El deporte argentino lo celebra.

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