Las mandarinas del descenso
CUENTOS VERDES: ENTRE LA FICCIÓN Y LA REALIDAD, RELATOS DE LA MITOLOGÍA SARMIENTISTA

Las mandarinas del descenso

Después de jugar en Primera división A durante las temporadas 1981 y 1982, Sarmiento descendió a la B en 1983, dos años después en 1985 volvía a descender, esta vez a la C. 

Por aquellos tiempos don Tiburcio ya no iba a la cancha.
No podía casi caminar y mucho menos estar parado. Así que ese sábado, a eso de las dos de la tarde, arrastró la sillita petisa de madera y paja por la tierra y se instaló a un costado del amplio patio. Al lado del gallinero abajo de la planta de mandarina. 

Allí se sentó. Luego apoyó sobre un tronco de pino la radio Spika.
Desde el patio se escuchaba claramente la música y la publicidad de la Voz del Estadio; las voces de aliento de la hinchada y las ovaciones que surgían de los goles del Verde, o las rechiflas ante alguna “bombeada”.

Ese día Tiburcio tuvo una sensación rara como amarga. Allí sentado bajo la planta de mandarina recordó que en la misma silla y con la misma radio había escuchado la noticia de la muerte de Perón, en su galponcito, y un tiempo después, en la cocina con su mujer que ya no estaba, el comunicado de la Junta Militar; sendas ocasiones lo habían sumergido en profunda tristeza. Y era esa sensación, aún con el partido por jugar, la que ahora anidaba en su alma.

Buscó concentrarse en los comentarios de la radio, en la Voz del Estadio y en el rumor de las tribunas. De pronto sus ojos se posaron en la planta llena de mandarinas que se mostraban sabrosas, y aún en el suelo marmolado de verde, amarillo y marrón, eran toda una invitación. 

Seducido, Tiburcio comenzó a pelar el primer fruto justo cuando la Voz del Estadio daba la formación de los equipos, la radio anunciaba la salida de los jugadores locales a la cancha y la ovación bajaba de las tribunas y viajaba cuadra y media hasta el patio.

La tarde ya había caído cuando su familia llegó a la casa.  Tiburcio no estaba en la cocina, entonces sus hijos y el yerno se dirigieron al patio. Allí estaba, aún sentado en la sillita, mientras la radio llenaba de folclore el patio que se impregnaba de sombras. 

Fue entonces cuando observaron su cara desencajada. 
Consecuencia del descenso pensaron enseguida, pero cuando el abuelo emitió un gemido de dolor observaron un extenso y mullido colchón de cáscaras amarillas y blancas alrededor de la silla.

No hubo en aquel momento datos precisos, pero Benito yerno de don Tiburcio que era bueno para los cálculos estimó que había ingerido con un margen muy escaso de error, más de cien mandarinas.

- ¿Qué pasó, papá?, inquirió uno de sus hijos.
- ¿Y me lo preguntas vos que venís de la cancha?, contestó Tiburcio.
- Te pregunto por qué te comiste casi una planta de mandarinas y por qué ahora te está quejando.
- Pasa que si me muevo me caigo, contestó Tiburcio y agregó, así que ahora ayúdenme que necesito imperiosa y urgentemente ir al baño.

Una vez realizada con éxito la operación, Tiburcio salió con franciscana calma y rostro relajado. 
- Menos mal que llegaron a tiempo - dijo.

Los otros lo miraron en silencio.
- Se imaginan si llegaban un ratito más tarde, encima de descendidos, sin llegar a ir al baño… ¡Y eso nunca! ¡Qué se puede descender, pero que sea con dignidad, carajo!

(*) Profesor en Letras e Historia y periodista. Se desempeñó como Jefe de Redacción en el Diario de la República de San Luis y como periodista en Semanario y La Verdad de Junín. En San Luis fue profesor en la Universidad Católica de Cuyo, el Nacional Juan Pascual Pringles y la Escuela Secundaria de El Trapiche. En Junín, fue director de la Escuela Secundaria N°19 y profesor en varias escuelas de nivel medio.

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