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ENFOQUE

Fútbol y negacionismo

Hay un morbo puesto en la liga de fútbol de Bielorrusia, que siguió jugando este fin de semana como si nada en medio de la pandemia. Tanta exposición, claro, desnuda también la precariedad del juego. Pero mientras las ligas de todo el mundo asumen los costos de la vuelta (reprogramación de campeonatos, clubes bajo riesgo de quiebra, recorte de salarios y estadios sin público), la de Bielorrusia celebra que acordó diez nuevos contratos de TV. Rusia, Ucrania, Israel e India, entre otros países, pasaron a interesarse en la Vysshaya Liga, tal su nombre. Pagan por volver a ver fútbol en vivo. No meras repeticiones de Mundiales o clásicos, como hacen casi todos los canales deportivos, que ya no saben cómo mantener público, cuando el consumo informativo, aunque agobie, está dominado por el coronavirus.
Se sabe que el presidente Aleksander Lukashenko, en el poder desde 1994, negó semanas atrás que haya coronavirus en Bielorrusia y que bastan un sauna, mucho vodka y conducir tractores para mantener el organismo a salvo. Pero los jugadores consumen fármacos especiales, higiene absoluta y controles diarios. Y los hinchas (no solo se juega el campeonato, sino que también puede ir el público a los estadios) deben dejar buen espacio entre sí, lo que irritó a las barras locales, que boicotean el torneo. La media habitual de 2.400 personas por partido bajó a menos de mil. “Amigos, si quieren prestigiar el torneo, tengan mucho cuidado, sigan todas las reglas de higiene, cuídense”, dicen los mensajes en los estadios. A cada hincha (aunque no en todos los estadios) se le toma la temperatura y se le da alcohol en gel. Los empleados de los estadios tienen barbijo y guantes. Hay saludos dándose manos entre capitanes y árbitro, círculo de jugadores agarrados para la tradicional arenga previa y abrazos después de un gol. “Nosotros -le dijo el jugador brasileño Danilo Campos a Folha- estamos preocupados, tenemos familia y ahora, el nuevo argumento de que el campeonato tiene que seguir es porque firmó nuevos contratos con la televisión”.
Hasta el sábado, por mucho que diga el presidente Lukashenko (que jugó hockey sobre hielo y celebró goles abrazando a sus compañeros), Bielorrusia registraba 2.226 casos y 23 muertes. Pero los últimos días visitó el país Patrick O’Connor, funcionario de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
“Bielorrusia -dijo O’Connor- está entrando en una nueva fase. Estamos viendo la trasmisión de la comunidad. Es una situación preocupante y que amerita nuevas medidas para aumentar el distanciamiento físico”. El miércoles pasado, el Dinamo Brest, aquel que en pleno Mundial de Rusia quiso contratar a Diego Maradona, ganó ida de semifinales de Copa al campeón defensor Shachtyor. El sábado, la atención estuvo puesta en el triunfo 1-0 del Dynamo de Minsk en cancha de Gorodeya.
Suena extraño. Tanto como esta crónica que escribo mientras otros países cuentan muertos, hacen fosas comunes, tapan geriátricos para ocultar lo peor y se disputan la compra de ventiladores que salven vidas. ¿Seguirá el fútbol en Bielorrusia el fin de semana próximo? ¿Le importa a alguien acaso? Lukashenko no tiene espacio central en la prensa como Donald Trump o Jair Bolsonaro, acaso los presidentes más negacionistas sobre la pandemia. Pero algún día deberá explicar seguramente también él. Y explicar no solo por qué Bielorrusia pudo seguir jugando fútbol en medio del horror.

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