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CUENTOS VERDES: ENTRE LA FICCIÓN Y LA REALIDAD, RELATOS DE LA MITOLOGÍA SARMIENTISTA

Te conocemos bien “cara de cemento”

La calidez del solcito de la tarde otoñal acariciaba el estadio vacío. Los jugadores de primera realizaban el último entrenamiento semanal y algunos pocos fanáticos y periodistas observaban los movimientos desde la platea o el alambrado. 
Ellos un poco más alejados charlaban, sin apuro, como casi todos los días.
- “¿Cómo andás, Copete?”, saludó el más viejo. Era elegante y llamaban la atención sus enrojecidos ojos.
- “Bien y ¿usted?”, contestó el más joven, que haciendo honor a su apodo lucía un llamativo copete negro brilloso que brotaba de su nuca redonda.
El grito de gol de los jugadores de uno de los equipos que entrenaban los distrajo por un momento.
De pronto el más viejo, el de los ojos rojos, mirando la popular expresó con admiración: “¡La pucha que estadio tenemos! ¡Eh pibe! ¡Y qué le parece! Yo amo esta cancha. ¡Este césped es nuestra casa!”
Entonces el viejo, que tenía ganas de hablar, miró con atención la prolija gramilla y comenzó a contar.
- “Allá, a fines de los años 40, cuando cavaban los pozos para los pilotes de las tribunas de cemento también se iniciaron los trabajos en lo que sería el campo de juego. Allí en toda su extensión, escuchá bien esto Copete, hay una capa de 80 centímetros de carbonilla y sobre ella un metro de tierra mezclada con arena. Parece que para este tratamiento especial -continuó el viejo- recibieron el asesoramiento de algunos ingleses que habían hecho similar trabajo en la vecina cancha de B.A.P.
Es más, se hizo especialmente un ramal ferroviario hasta la obra para que pudieran llegar los vagones que traían la carbonilla y la arena”.
- “¡Qué bárbaro! No lo sabía” - dijo Copete. Y mirando las columnas de iluminación continuó: “Antes el estadio tenía unas torres de hierro gigantescas traídas de la cancha de River cuando aún no era el Monumental, por eso tal vez eran rojas y blancas. Dos estaban ubicadas detrás de la platea y tribuna oficial. Las otras tres detrás de la popular. Estas últimas por estar fuera del estadio, sobre la vereda permitían a quienes no podían pagar la entrada subirse a ellas y mirar desde allí el partido. 
“La más concurrida era la del medio por una cuestión de estrategia visual. Cuando el partido era muy importante y ya no quedaba lugar los que llegaban después se ubicaban en las de los costados. 
Algunos -explicó Copete- las utilizaban para colarse, ya que con algo de audacia cruzaban desde la torre a la tribuna que estaba a unos cincuenta centímetros de distancia con tan solo un escuálido alambre de púas que era fácilmente eludido por los colados”.
- “Si, si, tal cual”, contestó el viejo.
- “El alambrado olímpico -dijo retomando la palabra Copete- era más bajito, con parantes de madera que terminaban en punta. Llegaba hasta el suelo porque no tenía base. Cuando se renovó se pusieron los parantes de cemento y una base del mismo material que de allí en adelante fue usada desde el lado de adentro, como recurso publicitario. No solo lo hicieron más alto, sino que terminaba con tres líneas de alambres de púa”, dijo el más joven. 
Copete paseó su mirada por el campo de juego. Entonces se detuvo en los arcos de caño.
- “Mi papá me contó que antes eran de madera cuadrada y al terminar los partidos, mientras los últimos espectadores se retiraban Curotto, el canchero, ponía en medio de los travesaños un parante para que el agua y el sol no lo arquearan. Y si se trata de arcos le digo más -agregó Copete- por años hubo dos, que eran movibles, estaban a los costados de la cancha, y se usaban para entrenar.
Detrás de ambos arcos -continuó- se encontraban grandes carteles de publicidad, que servían también para contener aquellos balones que arrebatados delanteros o desesperados zagueros enviaban por encima del alambre olímpico. En los inicios era la propaganda de una gaseosa. En los 80, año del histórico ascenso, de Ricardo Delmastro”.
El viejo hizo un breve silencio. Pareció que buscaba algo en su cabeza o paisaje y enseguida afirmó: “El mástil estaba al lado de la salida del túnel frente a la platea. Arriba siempre la bandera argentina, en medio más chica la de la AFA y abajo más pequeña con forma de banderín la de Sarmiento con la sigla del CAS, igualitos, aunque más chicos eran los banderines del córner”.
- “Por muchos años -retomó Copete- cuando Sarmiento transitaba la Primera C las puertas sobre la calle Arias estaban cerradas. Sólo se entraba por el portón de calle Gandini, por el costado de atrás de la tribuna oficial. Los que iban a la platea caminaban por detrás de la tribuna y entraban por el hall”.
Y así continuaron deshilvanando la madeja de los recuerdos.
Añoraron cuando estaba la pista olímpica alrededor de la cancha y que durante una época a principios de los 60 se hacían carreras de midget, karting y motos.
Hablaron de que tal vez uno de los pocos accesorios que se conservan originales desde la inauguración del estadio son los parlantes que están en la visera de la platea.
Recordaron que después de los 70 la única cabina que había era la de LT20 Radio Junín y estaba dentro de la platea. Y que, antes promediando el campeonato de 1963 por la buena campaña de Sarmiento que terminó primero con Unión, Ferro y San Telmo, don Alegretti había construido una de madera arriba del techo de la platea, que se desarmó a los pocos días de finalizado el torneo.
Evocaron cuando se transformó la tribuna oficial del lado de Gandini en platea. Años después la otra del lado de Arias y enseguida arriba los palcos y cabinas de transmisión. Se emocionaron al recordar el ostracismo y el regreso de Eva Perón en letras de molde.
El traslado de la salida del túnel, con su techito de chapa a dos aguas, unos metros más atrás y los bancos de suplente de madera.
Hablaron luego de cuando la hinchada se ubicaba en la tribuna oficial del costado derecho porque daba la sombra. Que poco antes de la inauguración de la cabecera la hinchada se mudó al centro de la popular y que una vez inaugurada la soñada cabecera se ubicó en ese lugar. 
Entonces el más joven recordó la caída del presidente Chiófalo del paravalancha en la inauguración, afirmando con algo de admiración que “como buen guerrero se levantó y siguió la fiesta”.
La tarde se iba lentamente. Los jugadores después de escuchar al técnico se habían retirado, al igual que los hinchas y don Héctor Nuozzi, después de revisar el campo de juego. El estadio estaba vacío y silencioso.
Entonces, el más viejo, el de los ojos rojos afirmó con énfasis como poniendo fin a la charla: “Y porque no algún día los guerreros más jóvenes como vos verán la cabecera que falta, de cemento por supuesto. Porque algún día –continuó mientras se levantaba enderezando sus flacas patas - todo Junín será sarmientista”.
- “¡Claro que sí! -dijo el más joven, el del copete.
Y al igual que el más viejo también enderezó sus rojas patas e irguió su figura humilde y majestuosa. Enseguida abrió sus brillantes alas de tero, que parecieron verdes, y lentamente se elevó con su característico canto, allá por donde el sol caía sin apuro.

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