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Evo Morales.
ENFOQUE

En América del Sur, bien al Sur

Volvió el fútbol a El Alto, una de las ciudades más agitadas tras el golpe de Estado en Bolivia. Después de un mes de parate, Always Ready empató 1-1 ante el líder Wilsterman en el estadio Municipal, a 4.090 metros sobre el nivel del mar, el de mayor altitud en Bolivia y casi en el mundo. Mercado de comidas, venta de camisetas y familias en los alrededores del estadio, con muchos vacíos, pero aceptable asistencia para jueves por la tarde. Y policías silbados. “No los queremos”. Insultos aislados para Luis Fernando Camacho, líder golpista, implicado en los Papeles de Panamá.
Always Ready salió a la cancha con la bandera tricolor boliviana y una wiphala, la enseña multicolor indígena repudiada por los golpistas y que también lució en otros lugares del estadio, con un crespón negro, señal de luto por los diez muertos en El Alto, segunda mayor ciudad de Bolivia, con casi un millón de habitantes, tierra de Evo Morales, ya ex presidente, hoy exiliado en México. Himno nacional, minuto de silencio por las víctimas y partido sin incidentes, por la 18ª fecha del Clausura y con una Federación también inevitable golpeada, a tal punto que hubo agresiones entre sus dirigentes en una reunión de días atrás.
No volvió en cambio el fútbol en Chile. Peor aún. El campeonato, suspendido desde las protestas en las calles, tuvo un intento frustrado de reapertura el fin de semana pasado. Fue un fracaso. El viernes, las autoridades dieron por concluído el torneo, sin ascensos ni descensos y con Universidad Católica, líder cómodo, declarado como campeón anticipado. Las protestas, recordamos, dejaron a Santiago sin la final de la Copa Libertadores que Flamengo ganó el sábado pasado a River en Lima. Chile precipitó ese fin de semana la vuelta del fútbol como para responderle a la Conmebol que sí hubiese sido posible esa final en Santiago. Pero el viernes, apenas horas antes del duelo en Lima entre Flamengo y River, las barras especialmente de Colo Colo obligaron a suspender el partido La CaleraIquique en las afueras de Santiago. Los Carabineros no alcanzaron para frenar a los barras que tiraron proyectiles desde afuera del estadio, cantaron contra el presidente Sebastián Piñera y contra la prensa. Los equipos buscaron participar a su modo de la protesta. Salieron a la cancha con la leyenda “Por un Chile más justo”. Y los jugadores de La Calera posaron inclusive tapándose un ojo, para visibilizar el costado más cruel de la represión, los balazos a los ojos de los manifestantes. Para dejarlos ciegos. El partido debió ser suspendido y, con ello, el resto de la fecha. Y luego el campeonato todo.
¿Se puede jugar fútbol mientras en las calles hay protestas y represión? Jugadores chilenos, que apoyaron activamente las protestas, dijeron asimismo que, como buena parte de la población, también ellos debían volver a sus trabajos y cobrar sus salarios. Fueron las barras las que les afirmaron que no querían que se utilizara al fútbol para disimular la tensión social. Los barras saben que hay pocos escenarios tan visibles como el fútbol. Y que “si no hay fútbol no hay normalidad”.
¿No supieron esa misma visibilidad acaso también las autoridades peruanas cuando no dudaron un segundo en albergar la final de la Libertadores y ofrecer una imagen amable al mundo mientras en su propio país el Congreso sigue disuelto también por una crisis política? ¿No saben de esa visibilidad los miembros del gobierno brasileño que tras la final de la Libertadores se subieron todos a la fiesta popular de Flamengo? Lo saben todos. Y lo saben también los políticos implicados en las elecciones que celebrará Boca el 8 de diciembre, gobierno nacional saliente y gobierno futuro. Las de Boca, igualmente, son elecciones que tienen como actor central a Juan Román Riquelme. La pelota en manos del 10.

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