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Pablo Aimar, DT del Sub 17.
ENFOQUE

Hablemos de Pablo Aimar

Tal vez por aquello de que a menudo las flores más bellas nacen en un pantano, en el caótico escenario de las selecciones nacionales el cordobés Pablo Aimar asoma con emanaciones de un pasado no tan lejano y evocado con nostalgia.
Busca su destino, Aimar: el derecho de hacer y decir lo suyo al amparo de sus modos, de su impronta, pero sin que la incipiente marca de lo singular esté reñida con las fuentes de inspiración que tienen nombre propio.
Salvadas las debidas distancias, las que haya que salvar, el director técnico de la Selección Nacional que acaba de ganar el Torneo Sudamericano Sub 17 deja ver un no sé a qué a José Pekerman.
Al mejor Pekerman, desde luego. Que no es ninguno de los que ha conducido planteles de mayores sino el que alcanzó las altas cumbres al mando de fecundas generaciones de juveniles albicelestes, entre las que el propio Pablo Aimar se reveló bueno entre los más buenos.
Y esa identificación, sobreentendida o explícita, no necesariamente está ligada al sistema del juego, aunque así se perfila, ni al estilo: el supremo valor del ideario Aimar, si así pudiera considerarse, se expresa en una concepción del futbolista joven que va mucho más allá del rectángulo.
Rescata, el otrora Payaso o Payasito surgido en River Plate, un puñado de valores que por obvios que parezcan fueron supremos en los años de Pekerman y después relativizados, cuando no despreciados, tales como la pasión por el mero jugar que incluya el respeto por los rivales, la observancia del reglamento y la máxima gama posible de la buena educación.
Podrá parecer elemental, pero está visto que no es elemental; podrá parecer ingenuo, pero bienvenidas ciertas ingenuidades que en el rango de los futbolistas más jóvenes, rayanos en la adolescencia, suponen la canasta básica de los estadios formativos.
Bien que lo dijo el propio protagonista de estas líneas en horas del Sudamericano Sub 15 cuando era ayudante de campo de Diego Placente: “Hemos ayudado a los chicos a ser mejores de lo que eran hace cuatro meses… y no sólo dentro de la cancha”.
Después, claro, sea por los dichos de Aimar, sea por lo que han dejado entrever los chiquilines que coronaron en Perú, aboga por una tenencia ordenada, elaborada y pulida, que por caso exalta “el valor de la pared, del juego vistoso (sic”).
Sin fomentar la ingesta de vidrio, eso sí: en cinco partidos del hexagonal final la Selección campeona Sub 17 sólo recibió goles contra Ecuador, cuatro todos juntos, en un tramo de insólito despiste (cayó anoche por 4-1 ante los tricolores) que no se correspondió con el tono global.
Todo un hallazgo el ex “Pablito” Aimar al que hoy, camino de los 40, la prensa especializada honra con los tácitos laureles de todo equipo de autor: “El Sub 17 de Aimar”, “los pibes de Aimar”, y así.
Hasta dónde llegará en su nuevo rol, y hasta dónde cada uno de sus equipos no supera la dimensión de la curiosidad o de la franca ansiedad que deviene de los entusiasmos desmadrados.
Lo que importa, lo que más importa, lo único que importa en estos días, es que lejos de ser el portador de las mejores respuestas para las peores preguntas, tal como deslizan interesados, apologistas y empalagosos, Aimar expresa un puñado de enunciados que exceden al juego mismo.
Y que en tiempos de corazones de metal, concibe al éxito menos como una obligación que como una recompensa por añadidura.

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