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Gustavo Alfaro, en su reciente presentación en Boca.
OPINIÓN

El “traidor” de moda

“Traidor, traidor, traidor”. Hinchas de San Antonio Spurs se lo gritaron el jueves pasado a Kawhi Leonard. Los gritos y los abucheos comenzaron en el calentamiento. Leonard, fichado por los Raptors en julio de 2018, venía de jugar su mejor partido en la NBA (45 puntos ante los Jazz), y dijo que sería “divertido” volver a San Antonio para medirse contra su ex equipo. Gregg Popovich, más sabio para intuir climas, recordó que Leonard es un gran jugador, que había dado mucho por la franquicia y que debía ser aplaudido. Los hinchas no acompañaron el pedido de su entrenador mítico. Maltrataron a Leonard en el calentamiento, en un video homenaje, en la presentación, cada vez que tocaba la pelota y, el peor momento, cada vez que lanzó tiros libres. Allí parecía solo ante una multitud que, además, agitaba carteles que decían “traidor”, como volvieron a repetirle en la despedida, tras caer 125-107. No sirvieron los 21 puntos que anotó ni el abrazo de Popovich.
Información y privacidad de Twitter Ads Leonard era la estrella trabajada durante años y destinada a liderar el nuevo proyecto Spurs tras las partidas de Tim Duncan, Tony Parker y Manu Ginóbili. En 2014, con apenas 22 años, sorprendió al anular a un tal LeBron James. Siete temporadas en San Antonio, dos veces mejor jugador defensivo de la NBA y bajo perfil bien al estilo Spurs. Pero su inexpresividad no era exactamente la de Duncan, el líder que llegó a rebajarse el salario para que la franquicia pudiera reforzarse. 
Su prolongada ausencia por lesiones en la última temporada (jugó apenas nueve partidos) profundizó la distancia. Dejó de ir a los partidos al menos para alentar al equipo, como sí hacían los demás lesionados. Faltó a juegos claves. Se hizo atender por sus propios médicos. No dio precisiones sobre el tratamiento. Su actitud le valió críticas públicas de compañeros de equipo. 
Y hasta se filtró una reunión de vestuario, a puertas cerradas, en la que los líderes le exigieron que aclararara si el equipo podía contar con él para los play off que se venían. A esa altura ya era claro que sus demandas económicas para mejorar su contrato chocaban con la construcción de solidaridades colectivas de los Spurs. Y que la larga apuesta de San Antonio por Leonard terminaba en fiasco. Los hinchas no se lo perdonaron. “Traidor”.
Ya en 2010 la NBA había vivido un episodio similar cuando LeBron James volvió a Cleveland con Miami Heat, su nuevo equipo. Los hinchas de Cleveland, que habían quemado sus camisetas, también lo recibieron al grito de “traidor”. “Tonto”, “Rey de los mentirosos”, decían otros carteles. LeBron, que luego terminaría volviendo para darle un anillo a Cleveland, respondió aquel día con 38 puntos. En el fútbol mundial uno de los peores maltratos que se recuerden lo sufrió el portugués Luis Figo cuando retornó al Camp Nou pero con la camiseta de Real Madrid, el 23 de noviembre de 2002. Fue un linchamiento de casi ciento veinte mil personas. Unos meses antes, Figo había celebrado el título de Barcelona con el pelo pintado de culé y cantando contra Real Madrid. Y Pep Guardiola había prologado su biografía. Todo se acabó cuando Florentino Pérez se lo llevó para ganar su primera elección como presidente de Real Madrid. La silbatina que lo recibió apenas salió para calentar al estadio catalán fue atronadora. En las puertas del estadio se repartían billetes con su cara. “Traidor”, “Judas”, decían los carteles. La voz del estadio hizo una pausa y subió los decibeles para anunciar su nombre y el rechazo fue gigante. Los hinchas insultaron a su esposa y a su madre. Cada toque de pelota era un nuevo ataque. “!Muérete!”. Un joven Carles Puyol le hizo dura marca personal. Tuvo que dejar de tirar los corners porque la lluvia de proyectiles se hacía insoportable. Si hasta le tiraron un cochinillo.
El “traidor” de moda estas horas en el fútbol argentino se llama Gustavo Alfaro. Desarmó palabras que había pronunciado poco antes, dejó a Huracán en medio de un campeonato y ya comenzó a trabajar con Boca. “Yo me atuve a derecho, no me moví un milímetro de lo que dice la ley”, se atajó en la presentación. Alfaro, hombre inteligente y ubicado, sabía seguramente que le hablaban de otra cosa, no de la ley. ¿Pero cómo oponerse a un trabajo para el que dedicó buena parte de su vida? ¿Lo haría cualquiera de nosotros, rápidos, éticos y livianos sí, pero para juzgar decisiones ajenas? Es cierto, todo acaso habría sido más fácil si Alfaro hubiese callado semanas atrás, cuando dijo que no iría a Boca. El mundo pasional y de supuestas lealtades de la pelota le estalló en la cara. No es ni será el primero. Recibirá acaso destrato si le toca ir a Parque Patricios. Pero el fútbol se conjuga siempre en tiempo presente. Y ahora es Boca. El desafío de su vida. 
Y con poca espalda para un eventual inicio adverso. “Cielo o infierno”, definió el propio Alfaro a su nuevo equipo. Una frase que alimenta esas leyes de la jungla que siempre criticó, pero con las que aprendió a convivir. El problema es que ahora, según él mismo afirma, ya ni siquiera tendrá purgatorio a la vista.

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