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PERFIL FUTBOLERO

Franco Armani: Nacido para atajar

Rinde cada vez mejor, Jorge Sampaoli lo llamó y el Mundial de Rusia está a la vuelta de la esquina.

La vida de Franco Armani reúne una sucesión de episodios que entremezclan avatares, dilemas, creencias religiosas y guiños del destino de una naturaleza tal que ofrecen la tentación de deducir lo novelesco, la épica de una biografía que tal vez en Rusia encuentre cauce, causa y tal vez, por qué no, una dichosa continuidad.
Arquero por descarte en su lejana niñez de Casilda (y con actuales lazos familiares en Junín) y al tiempo arquero niño que hacía de la rebeldía bien encaminada su norte y su bandera, Armani es hoy el fruto de una imprecisa mezcla de predestinación, convicción y planetas alineados.
¿Qué decir de alguien que a los 6 años ansiaba jugar de cualquier cosa menos de arquero y un hermano mayor confinaba al arco ?
¿Qué decir de quien pese a la aparente adversidad de ese rol no deseado consentía que lo vistiera un abuelo utilero del principal club del pueblo y rechazaba que no se lo tomara en serio?
Ya disfrazado de lo que menos de tres lustros después sería, sin más, su ropa de trabajo, el Armani pequeño desafiaba: "No te rías, abuelo, yo voy a ser arquero de verdad, ya vas a ver".
Cabecera del departamento de Caseros, a 56 kilómetros de Rosario y 208 de Santa Fe, Casilda es el sitio donde nació el célebre Marcelo Trobbiani (entre otras cosas integrante del plantel campeón del mundo en México ´86), donde nació el propio actual entrenador de la Selección y donde nacieron los hermanos Armani: Leandro, delantero y al parecer un crack que se fue en amagos, y Franco, que hizo sus primeros palotes en Aprendices Casildenses y Central Córdoba, hasta que después se incorporó a las divisiones menores de Estudiantes de La Plata.

La vida de Franco Armani reúne una sucesión de episodios que entremezclan avatares, dilemas, creencias religiosas y guiños del destino de una naturaleza tal que ofrecen la tentación de deducir lo novelesco.

Ahí, en el club albirrojo creció de forma meteórica pero también se topó con la desdichada circunstancia de que tras firmar su primer contrato fuera relegado en el marco de una sobreabundancia de arqueros y cedido primero a Ferro Carril Oeste y después a Deportivo Merlo.
En Ferro jugó poco, en Deportivo Merlo lo hizo bastante, Estudiantes lo dejó en libertad de acción y un buen día se vio subiendo a un avión rumbo a Medellín, donde lo esperaba un grande-grande de Colombia, Atlético Nacional, pero para ser cuarta o quinta alternativa debajo de los palos.
En la ciudad donde perdió la vida Carlos Gardel, el hoy arquero de River pasó una primera temporada gris y una segunda de vertiginoso y luminoso ascenso, pero sufrió la rotura de los ligamentos cruzados, su rehabilitación fue compleja y cayó en un profundo pozo depresivo que en su momento así evocó en una entrevista concedida a la revista El Gráfico: "No tenía ánimo, quería dormir todo el día, pensaba que no iba a volver a jugar. Me miraba la rodilla y sentía que no iba a volver a ser el de antes. Que nunca más podría tirarme a volar".
Fue en ese contexto de desánimo cuando no sin timidez y un cierto descreimiento Armani se acercó a la religión católica y ya entregado a esa devoción escuchó las palabras mágicas de boca de su pastor: "Dios te va a levantar".
Y así fue: la lesión no dejó rastros, se adueñó del arco de Atlético Nacional, devino máquina de impedir goles hechos, de batir récords, de ser un engranaje indispensable en un equipo multicampeón, de recibir adhesiones y devociones, y todo en el marco de una ya consolidada fe religiosa que le reservaría otra página que a menudo evoca con singular emoción: fue a visitar a una médium o canalizadora de ángeles, que así les llaman, una mujer joven, colombiana, que le hablaba con las mismas palabras que una de sus abuelas.
"Hoy digo que fue Dios", "Dios tenía algo para mí", "le atribuyo a Dios y a la iglesia todo lo bueno que me empezó a pasar en el fútbol", son parte de la canasta básica con que Armani explica su buenaventura.
Y más aún: cuando todavía jugaba en el club de Medellín los días previos a los partidos, desde la concentración hablaba por teléfono con su pastor y una vez recibida las instrucciones de prédicas se ponía a orar mientras sus compañeros poblaban su ocio de forma diversa.
Habida cuenta de las particularidades biográficas de nuestro personaje y de la trascendencia de los acontecimientos que se avecinan, esta semblanza debe necesariamente ser cerrada con una referencia de las que dan qué pensar: no hace tanto fue un secreto a voces José Pekerman lo seguía en detalle y consideraba la posibilidad de convocarlo a la Selección de Colombia.
A medio camino entre la gratitud a la tierra que lo había abrigado y sus deseos bautismales, a Armani lo preocupaba que llegado el caso un solo partido lo privara de poder representar a su país: Argentina.
Resulta que Pekerman jamás dio un paso adelante, los hechos mutaron, se encadenaron, Armani atajó como ataja, cada vez mejor, Sampaoli lo llamó y el Mundial de Rusia está a la vuelta de la esquina.

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