None
OPINIÓN

La escalada de violencia superó todos los límites que se recuerden para un clásico

Lástima. Por la historia, por todo lo que han entregado durante pila de años los dos grandes de La Plata, por los nombres gloriosos que cobijaron uno y otro, por tantas tardes inolvidables en 57 y 1 y en 60 y 118, por los que siguen poblando las tribunas y por los que, lamentablemente, ya no están pero que han vibrado con el clásico. Por esa parodia disfrazada de partido de fútbol del domingo a la noche, que más allá de la bronca y la vergüenza nos apenó profundamente porque los protagonistas de esa triste postal marplatense le faltaron el respeto a todos los que han hecho grande al choque más esperado de la ciudad de La Plata.
Varios de los protagonistas del escándalo asumieron las culpas de lo ocurrido, pero ha llegado el momento de que las palabras se trasladen a los hechos
Lo poco que hubo de fútbol pasó a un último plano. Primaron las patadas, los empujones, los gestos violentos, la locura. No se pudieron poner de acuerdo ni siquiera para irse de la cancha y tampoco estuvieron del todo felices a la hora de las justificaciones.

Irracionalidad de los protagonistas
El árbitro se equivocó, pero todo lo que ocurrió en los minutos finales no admite ningún tipo de explicación. La irracionalidad gobernó desde el vamos y el clima agresivo que fueron generando los 22 protagonistas se palpaba en el aire, en cada jugada, aún la más irrelevante.
El clásico siempre fue intenso. Con una previa cargada de desafíos y un desarrollo abundante en matices, con mucho color y abundante emoción. Desde las épocas de Pedro Galeano y el Beto Infante, hasta los duelos de los Mellizos y el Loco Palermo o las épocas de Aguirre Suárez y Hugo Gatti, el choque entre Pinchas y Triperos nunca resultó tibio, siempre se jugó al límite. Y si bien nunca han faltado los cruces duros, esto del domingo a la noche superó todo lo conocido.
Está claro que en nada ayudan a este tipo de partidos algunas expresiones que los propios protagonistas vierten los días previos, agregándole demasiado dramatismo a la contienda.

Pareció una “guerra”

Muchas veces parece que se estuviera más en los prolegómenos de una guerra que de un partido de fútbol, enrareciendo el ambiente y creando un clima demasiado espeso que después se traslada a las acciones.
Cargar presión sobre determinado compromiso -en este caso, un clásico-, no está bien y llegó la hora de formular los replanteos del caso.
No fomentar la violencia forma parte de otra de las premisas que deberá adoptarse para retomar el camino correcto en una actividad que ya se está acostumbrando a estar dominada por el escándalo.
Ejemplos de actitudes fuera de lugar sobran y nadie podrá utilizar el término “inesperado” para referirse a lo ocurrido el domingo a la noche en el Minella.
En definitiva fue un cierre absolutamente adecuado para lo que se vino observando durante el verano y la cantidad interminable de episodios repudiables que se acumularon en el transcurso de la última temporada.

De esto no se sale con disculpas

Si bien toda la locura que rodea al fútbol se juntó para dar forma a un papelón del que no se sale con disculpas de ocasión ni arrepentimientos repentinos, justo es reconocer que venimos asistiendo a un cúmulo de desbordes que no han recibido el castigo merecido.
Desde algunos sectores surgió como una alternativa suspender las presencias de Estudiantes y Gimnasia en los torneos de verano. No parece ser la solución: sería como prohibir la circulación de vehículos para que se terminen los accidentes de tránsito.
Deben jugarse todos los partidos, en cualquier escenario, con público de los dos lados, buenos arbitrajes y perfectamente organizados. Está en los responsables de cada rubro poner manos a la obra para que las cosas funcionen como corresponde.
Once amonestados, tres expulsados, un partido interrumpido con jugadores llenos de moretones por los golpes no puede volver a repetirse. No se lo merece el partido más esperado por los platenses, ni tampoco el fútbol que, lamentablemente, ya se está acostumbrando a las “noches negras”.
Por lo pronto, los protagonistas centrales del escándalo siguen reconociendo los errores cometidos que derivaron en la peor refriega de los últimos tiempos.
Asumieron las culpas de lo ocurrido, aunque ya resultara tarde para lamentos; ahora ha llegado el momento de que las palabras se trasladen a los hechos.
No queda mucho margen, las correcciones deben ser inmediatas para tratar de salvar al fútbol o lo que queda de él.
Mientras tanto, cuando las imágenes de los graves desbordes se repiten una y mil veces a través de la TV el sentimiento sigue siendo el mismo: lástima.

COMENTARIOS