"El Messi del boxeo. Así lo definieron, allá lejos y hace tiempo, por razones varias que nadie se atrevió a contradecir. Lucas Matthysse era un diamante en bruto que no lograba explotar, pero a quien todos le aseguraban un futuro de esplendor" comienza la nota del colega Andrés Mooney en "A la vera del ring", espacio creado hace años por Guztavo Zamudio, periodista y habitual colaborador de "Democracia".
"Es el mejor superligero de Argentina”, concluían expertos, incluso en tiempos en que el Chino Maidana –quizás, el boxeador argentino más subestimado de esta época- era campeón mundial en esa categoría. Le pusieron una vara que, de tan alta, resultó inalcanzable. Como al mejor jugador de fútbol que dio nuestra tierra en los últimos años, a Matthysse también le exigieron más: no sólo tenía que codearse con las estrellas, sino que, además, debía superar a sus (excelsos) contemporáneos, Maidana y Maravilla Martínez. Con el Messi del boxeo, la tribuna fue más piadosa que la patria futbolera: por lo menos, a él no le reclamaron que opaque a Monzón.
Aun cuando fue supremo, no alcanzó a ser inmortal. Catapultó el apellido Matthysse, ese que su hermano mayor, Walter, condujo hasta una (frustrada) pelea por título del mundo en Estados Unidos; el que una de sus hermanas, Soledad, elevó a un intermitente reinado mundialista; y el mismo que, mucho antes, su papá Mario llevó a los primeros planos nacionales cuando, en las difíciles décadas del ´70 y ´80, se las vio, entre otros, con campeones de la talla de Mario Guillotti, Ramón Abeldaño y hasta el propio Roña Castro".
Tras otros conceptos, Mooney continua expresando sobre el apodado "La máquina":
"En el mejor momento de su carrera, Matthysse se entrenó en Junín, de la mano de Luis Cuty Barrera, con infinitos cambios de ayudantes –pasaron Darío Fernández, el Látigo Coggi, el Cirujano Morales y Mario Narvaes- y preparadores físicos –desde Gerardo Pereyra, hasta Matías Erbín y Federico Wittenkamp-, y con sparrings domésticos.
Los manejadores del Messi del boxeo intentaron vender esto como un símbolo de patriotismo: sí, eso que tanto le reclamaron al otro Messi, el que “no canta el himno”.
Hasta este año, Matthysse sólo había encarado dos verdaderos “campamentos” de dos meses de entrenamiento en Estados Unidos: contra Zab Judah y Devon Alexander, en 2010 y 2011, ante quienes perdió injustamente.
Luego de aquellas experiencias –con el agregado del coach cordobés Gabriel Sarmiento-, su entorno decidió que nunca más se entrenara lejos de Argentina porque “las veces que trabajó afuera, perdió”.
Algo así como que un estudiante que preparó un examen y no aprobó por un capricho del profesor, decida para el futuro de su carrera no estudiar jamás. De esa manera, Matthysse desaprovechó el momento más rico de su campaña y, en lugar de sumar conocimiento, repitió lo que sabía hasta el infinito. Los responsables de su futuro se olvidaron de la lección que ofrecieron Maravilla y el Chino, quienes, bajo la tutela de prestigiosos entrenadores, brillaron y dejaron bien en claro que nunca es tarde para aprender.
La necesidad –de (más) dinero y de (más) prestigio- hizo que a una riquísima carrera intentaran sumarle la foto que les faltaba. Por eso lo convencieron para sacarlo del retiro y le allanaron el camino al título del mundo y al megacombate frente a Manny Pacquiao. Y entonces el Messi del boxeo consiguió la postal, pero le faltó el cuadro que, por ahora, tampoco tiene el otro Leo", concluye Mooney.
BOXEO
Lucas Matthysse: El adiós para un virtuoso que pudo ser leyenda
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