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EL GRAN CAPITÁN DEL EQUIPO ALBICELESTE

Luis Scola, el gigante del básquet nacional

Se paró frente a los micrófonos luego del primer gran triunfo de Argentina en los Juegos Olímpicos y en vez de decir alguna frase de circunstancia se calzó su habitual bravura y mirando a los ojos de todos los argentinos nos dijo bien de frente: “Es una estupidez que se grite en contra de Brasil cuando jugamos con Nigeria”. Y para que no quede ninguna duda de lo que estaba pensando agregó a pie firme: "Yo no quiero que pierda Brasil, salvo cuando juega contra nosotros. Cada vez que vine acá me trataron muy bien y no me siento identificado con eso. Yo prefiero que cada hinchada aliente a su equipo. Todo lo demás está fuera de lugar".
Esta historia viene de larga data, este enfrentamiento con el otro no es nuevo. Hace muchísimos años los argentinos escuchábamos los partidos de Racing, Estudiantes, Independiente o quien fuera, esperando que gane sus certámenes internacionales. Ahora, la mayoría hace fuerza para que pierdan, e inclusive la disfrutan. Perdimos hace tiempo el sentido genuino de la representación nacional, nos abroquelamos en una minúscula baldosa miserable.
Reflejo de una sociedad que fue desarticulada en su fibra íntima, rota en su equilibrio y su identidad y canibalizada a decir basta en sus expresiones más inverosímiles e insólitas, como pueden ser las contiendas deportivas o la pertenencia a una ciudad u otra o incluso a un determinado colegio.
Todos los No-Nuestros pasaron a ser enemigos y los escenarios de vida y de convivencia se transformaron en lugares de enfrentamientos verbales o físicos, un despropósito que nos llevó a batallas campales, heridos y muertos en estadios, calles, lugares de entretenimiento e incluso instituciones educativas.
Sucesivas administraciones políticas inyectaron un discurso abominable de confrontación en el alma de los jóvenes (y no tan jóvenes) para consolidar su poder político y los medios de comunicación (principalmente la televisión) actuaron con una irresponsabilidad inconcebible con el solo objeto de asegurarse minutos de confrontación mediática.
Pasamos los límites nacionales y empezamos a denostar a los extranjeros. El punto culmine de esta sinrazón estuvo en el Mundial del Brasil de 2014. Con la muletilla musical (arruinando dicho sea de paso una de las mejores canciones de Credeence, Al salir la luna) de ´Brasil decime que se siente, tener en casa a tu papá´, se exacerbó un enfrentamiento que nunca debió existir.
De pronto el amor apasionado por el Che Guevara se trastocó en odios latinoamericanos incomprensibles y apoyos ilógicos a naciones poderosas del mundo como Alemania, por ejemplo. Los ingleses, hábiles impulsores de las divisiones para reinar, se deben estar revolcando de la risa, al ver confrontando a pueblos del sur del mundo, los unos contra los otros.
Yo mismo, atravesé nuestra frontera hacia Río de Janeiro, un 1 de Junio de 1978 buscando la protección de suelo brasilero mientras huíamos de la dictadura. Debía esperar unos meses hasta llegar a Francia, mi lugar definitivo del exilio. No tenía nada, salvo la alegría de estar vivo. Deambulé muchas veces las largas avenidas cariocas buscando dónde mirar un partido de la selección. Fui bien recibido por otros humildes que tampoco tenían mucho y le robaban una imagen a las vidrieras.
Brasil estaba también en dictadura y los condenados de la tierra nos sentíamos menos solos en nuestra orfandad de democracia. No importaba mucho el origen de nuestros sufrimientos sino compartirlos.
Pero todo cambió y hoy parece que el amor no puede unirnos, que sólo lo hace el espanto. Triste…
Por suerte, sorpresivamente, aparecen líderes inesperados como Scola y sus compañeros de selección. Y nos dicen a la cara lo que los referentes políticos no se animan por especulaciones político-electorales. Estos tipos sí que saben de esfuerzo, de lucha genuina, le pelearon a la adversidad desde pibitos, soñaron, crecieron, batallaron, ganaron y perdieron en todos los escenarios. Tienen reserva ética hasta decir basta, pues salieron a denunciar a la corrupción en la propia Confederación Argentina de Básquet, nos mostraron el camino, limpiando la basura en su propia casa antes que salir a gritarles tonterías a ciudadanos de otros países. Se la jugaron donde hay que jugársela.
Scola, su capitán y abanderado olímpico es un guapo de veras. Uno de los buenos. Se ha enfrentado a los mejores del mundo y lo hizo con las mejores armas, las únicas a decir verdad; su coraje deportivo y su entereza de deportista íntegro.
Son tipos que nunca necesitaron humillar a un rival o avergonzar a un contrincante para sostener una ventaja o sacar un resultado adelante. Lo hicieron a puro esfuerzo, talento y convicción.
Scola es un gigante, no sólo por sus medallas, mucho menos por su estatura, lo es, junto con sus compañeros porque mirándonos a los ojos nos dijeron en plenos Juegos Olímpicos:
"¡Alentemos a nuestros equipos pero dejemos a los otros en paz !".
Gracias ´Luifa´, gracias muchachos. Estamos en deuda con ustedes…
Ojalá la paguemos aprendiendo a ser mejores personas y a madurar como sociedad.
No nos vendría nada mal.

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