Grandes equipos hay decenas y decenas en la historia del deporte, incluso hay decenas y decenas de equipos fantásticos, pero los equipos capaces de establecer un antes y un después, los equipos capaces de cambiar un paradigma de raíz, pues esos son contados con los dedos de una mano y de esa madera parece estar hecho Golden State Warriors.
Golden State Warriors o, en castellano, los Guerreros del Estado Dorado, son los actuales campeones de la NBA y andan en plena liquidación de récords en un deporte donde los números y las estadísticas cotizan en la "Bolsa".
Pero aún cuando esos números y esas estadísticas puedan representar un universo en sí mismo, que ya sería decir, son el correlato de un valor que está mucho más allá y que a este paso sugiere perfilar una verdadera revolución.
Los Warriors, para que sea dicho de una buena vez, condensan lo mejor del básquet de tres décadas ha, lo mejor del básquet en ciernes.
El cóctel es sabroso y de tal suerte son propietarios de una novedad que llegó para quedarse: un grandote menos, un tirador más, posesiones más rápidas y más rápidos retrocesos, es decir, los fuegos artificiales de un básquet que hasta no hace tanto representaba sólo una posibilidad, a menudo más fecunda para ganar partidos y alimentar el show que para ganar anillos y marcar el ritmo.
Nótese que aún cuando ganaron la N.B.A. 2014/2015 recién ahora desarrollan destrezas e imponencias que parecen inalcanzables incluso para los rivales más calificados, sea Memphis, sea Miami, sean los Cavaliers de Lebron James, sean los San Antonio Spurs del reforzado "big three" de Tim Duncan, Tony Parker y Emanuel Ginóbili.
Lo de los Warriors es tan imponente que algunos especialistas en el apasionante deporte de la pelota naranja buscan explicaciones en el arcón de los recuerdos, las encuentran y se atreven a redoblar la apuesta.
Así como la gigantesca figura de Michael Jordan cambió para siempre la velocidad del juego, hoy es el prestidigitador Stephen Curry, hoy son Curry y los Warriors en su conjunto los que andan de cancha en cancha en plena rotura de los manuales existentes y en plena escritura de los nuevos manuales.
Atacan a la velocidad del sonido, coronan posesiones de ocho, nueve, diez segundos cerca del cesto o con milimétricos tiros exteriores que en el alero Klay Thompson son verdaderas "delicatessen" (¡viene de meter diez triples contra Indiana!) y por si fuera poco, y he aquí el ingrediente que da sentido al todo, han aprendido a defender.
Han aprendido, pues, a endurecerse sin perder la ternura.
¿Hasta dónde gravitará el hecho de que los Warriors sean conducidos por Steve Kerr, uno de los más extraordinarios tripleros de la historia de la NBA que en su versión otoñal pasó por los Spurs y fue parte de un gran equipo que de una defensa rocosa hacía su norte y su bandera?
En cualquier caso, durante dos años los Golden State Warriors fueron apenas los candidatos más simpáticos de una profecía menos vigorosa que testimonial: "el día que aprendan a defender, no pierden más".
¡Y se lo han tomado muy en serio!
Aprendieron a defender, convierten en clave de mago (la mano es más rápida que la vista), y así como en los albores de la NBA fueron los primeros en incorporar mangas en las camisetas, así como entre 1959 y 1965 dispusieron del fabuloso Wilt Chamberlain (el que convirtió 100 puntos en un partido), hoy planifican la mudanza de Oakland a San Francisco y se encaminan a la conquista del segundo anillo consecutivo.
Pero, además, gozan de un privilegio que "te la voglio dire": hacer del básquet un deporte más bello todavía y tan bello que cada día se multiplican los extrapartidarios que se asoman a examinar y degustar las flamantes, chispeantes, crocantes maravillas.
N.B.A.
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