MIRADA ECONÓMICA

Economía globalizada y la nueva escuela

¿Qué fabrica Nike? Con esa pregunta suelo desafiar a mis alumnos de la facultad para explorar el fenómeno de la globalización y las nuevas formas de creación de valor. Si usted, como la mayoría de mis estudiantes, piensa que la multinacional produce zapatillas, remeras, camperas y demás indumentaria deportiva, está equivocado. No, Nike no fabrica zapatillas; las compra a fábricas asiáticas, que son las mismas que confeccionan textiles para otras marcas muy conocidas.
En su excelente libro No Logo, Naomí Klein plantea con preocupación la aparente paradoja de que un par de zapatillas de esa empresa cueste cinco dólares de costo, a pesar de que se vende en el mercado a cerca de 100.
La autora entiende que estamos asistiendo a la devaluación de los procesos de producción concomitantemente con la revaluación del arte de crear y administrar marcas. Para probar el punto cita a Phil Knight, quien sostiene que “ya no hay valor en hacer cosas. El valor se agrega a los productos, por medio de la investigación, la innovación y el marketing”, y se sorprende de que Nike, como el resto de las grandes marcas, haya renunciado a la fabricación de sus productos y sea un mero comprador en talleres tercerizados.
El corazón del libro es la demostración de la tesis de que Nike no es un ejemplo aislado y que se trata de un proceso global que cada vez se acelera más. Klein, como muchos fanáticos antiglobalización, acierta en el diagnóstico pero no parece comprender la naturaleza económica del fenómeno, ni el canal por el cual la globalización está produciendo semejante transformación en el modo en que se crea valor en el mundo.

Productos y marcas

El presidente de Landor Branding Agency, Walter Landor, pone las cosas en blanco sobre negro cuando dice que “los productos son hechos en fábricas, pero las marcas se elaboran en la mente de los consumidores”. Y Klein no podría haber dado mejor en el blanco al aseverar que “los constructores de marcas son los nuevos productores de la denominada economía del conocimiento”.
Bajo el viejo paradigma de la revolución industrial, si un país ganaba acceso a nuevos mercados debía producir los bienes necesarios para conquistarlos, pero en la nueva economía una vez que se produce el primer bien o servicio para un mercado, el costo de expandirlo a otros compradores es realmente despreciable. Una vez que la marca, la patente medicinal, la película, o el nuevo software están diseñados, pues cualquier nuevo mercado es todo ganancia, dándole la chance a los países pequeños como el nuestro de compensar las debilidades de tener recursos productivos acotados.

La nueva escuela

Pero para aprovechar las nuevas formas de creación de valor y subirnos a la ola de la globalización, necesitamos salirnos del modelo educativo instaurado por la revolución industrial hace 250 años. Es preciso desarmar la línea de montaje que fabrica graduados en serie porque no hay fábricas para emplearlos, ni burocracia para contenerlos. Necesitamos en cambio creativos, desarrolladores, diseñadores, artistas, programadores, investigadores medicinales, y en general cualquier tipo de trabajador cuya virtud sea crear valor en áreas en las que ese producto o servicio puede ser copiado sin costo.
Resulta fundamental que la nueva escuela sea lo suficientemente flexible como para garantizar que los jóvenes no se sientan encorsetados ni pre formateados en sus posibilidades creativas, porque a medida que el mundo (y sobre todo Asia) vaya creciendo más, los consumidores habrán satisfecho las necesidades de primer y segundo orden en la pirámide de Maslow (fisiológicas y de seguridad) y se abocarán a la búsqueda de bienes y servicios que les permitan cubrir los niveles superiores de la pirámide asociados al reconocimiento social, la autoestima y la realización espiritual.

Creatividad y desarrollo

Por ejemplo, el experto en Educación Ken Robinson plantea que la escuela debe reflejar la cultura de los jóvenes y convertirse en un ámbito flexible que motive y explote la creatividad de los niños, promoviendo su desarrollo personal. El Indio Sugata Mitra ha demostrado con numerosos experimentos que hoy los jóvenes aprenden solos en contextos cooperativos y autorganizados, siendo el nuevo rol de los docentes no ya el de tener todos los conocimientos como el paradigma enciclopedista dictaba, sino el de saber hacer las preguntas correctas y guiar la exploración de los alumnos, porque lo cierto es que hoy ningún maestro puede competir en contenidos con Mr. Google.
El desafío de la escuela del futuro probablemente sea animarse a abandonar las reglas del modelo presencial de tiza y pizarrón, y sumarse al reto de construir una nueva cultura, según la cual la escuela se parezca cada vez más a un juego online, donde los contenidos habituales de geografía, historia, matemática y ciencias sean necesarios para completar problemas y tareas –cuya resolución proporcione puntos– disponibles en formatos digitales amigables online, para que los estudiantes puedan acceder a ellos tanto dentro como fuera del aula. En ese mundo los alumnos vuelven a empezar tantas veces como sea necesario y no pierden nunca el tren del conocimiento ni quedan rezagados.
Estoy convencido de que, cuando llegue ese día, nuestros jóvenes aprenderán en contextos que les resultarán altamente significativos, sobre la base del trabajo grupal y cooperativo. En ese marco, cada alumno ayudará a su compañero a transitar mejor la zona de desarrollo próximo y Argentina explotará al máximo su potencial convirtiéndose así en un país desarrollado.
(*) El autor es economista, profesor de la UNLP y la UNNoBA, investigador del Instituto de Integración Latinoamericana (IIL) e investigador visitante del Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales (CEDLAS)