ANÁLISIS

Educación: la necesidad de evaluar y rendir cuentas

El rector analiza cómo la “pedagogía compasiva” impacta “en los sectores de menores recursos materiales y simbólicos”. En su lugar, propone “valorar el esfuerzo de estudiar”.

El concepto “pedagogía compasiva”, que acuñara el maestro Jaim Etcheverry en oportunidad del último debate en torno a la educación en nuestro país, resulta ilustrativo del estado de cosas.
La idea de “contener” a los alumnos y de protegerlos de la “opresión” a las que los somete el sistema educativo, en el mejor de los casos, aborda una parcialidad de la cuestión educativa. Por supuesto debemos garantizar un ámbito escolar donde puedan desarrollarse en plenitud, armónicamente y de acuerdo a sus intereses, y también de acuerdo a los intereses institucionales.
No es necesario que la experiencia escolar sea traumática, como no puede ser negociable el hecho de que aprendan. La única justificación de la existencia de la escuela es que los alumnos obtengan los conocimientos y habilidades trazados por los objetivos institucionales. Cualquier otra consideración sería admitir que los alumnos concurren a la escuela sólo a “estar”.
En otro orden la “pedagogía compasiva” define a los alumnos como “pibes”. Así, en forma cariñosa, se los despoja de su principal atributo en el ámbito escolar: su condición de estudiantes. Algo tan obvio no debe ser soslayado. Todos los niños admiten la calificación de “pibes”, pero no todos se consideran estudiantes. Para esto deben desarrollar una actividad calificada: estudiar. Antes de apelar al remanido argumento de la estigmatización, debemos ser claros respecto a  valorar el esfuerzo de estudiar, a partir de garantizar a todos la posibilidad de desarrollar ese esfuerzo.
En definitiva, debemos acordar la relevancia social que atribuimos al esfuerzo de estudiar y definir cuáles son los incentivos que brindamos como sociedad para que, en forma transparente y responsable, aquellos que más se esfuerzan obtengan mejores posibilidades.
Debemos preparar a los alumnos para un mundo competitivo y de muchas maneras cruel. Donde se valora la creatividad y la innovación como nuevos paradigmas laborales y sociales.
Por supuesto estas habilidades requieren de leer, escribir y el desarrollo del pensamiento abstracto. Si no se capacitan, entrenan y conocen, de acuerdo a lo que exige la vida cotidiana, su experiencia en la vida real puede resultar  frustrante.
Esta situación impacta en mayor medida en los sectores de menores recursos materiales y simbólicos,  quienes sufren las consecuencias de un sistema educativo que no brinda los elementos indispensables para la competencia social.
Si sumamos la pretensión de resolver la desigualdad social a partir del sistema educativo, estamos en presencia de un voluntarismo poco eficaz para garantizar la igualdad de oportunidades.
Entre las iniciativas que debiéramos debatir, surge la posibilidad  de dotar de crecientes niveles de autonomía a las instituciones educativas y exigir la correspondiente rendición de cuentas. En la medida en que los actores institucionales cuenten con mayores posibilidades de diseñar sus actividades y de establecer las prioridades de inversión, el propio control de gestión inmediato generará la posibilidad de abordar las principales dificultades en forma inmediata.
De la misma manera, debieran generarse incentivos institucionales a los actores educativos. La participación de directivos, docentes, estudiantes, padres y comunidad estará dada por la posibilidad de influir en forma concreta en decisiones institucionales. El involucramiento está dado por la posibilidad concreta de influir en la toma de decisiones.
Respecto a la evaluación, ésta no puede generar demasiadas controversias. La evaluación es inherente al sistema educativo. Debemos evaluar alumnos, docentes, directivos, instituciones, todo lo que significa el primer nivel de rendición de cuentas a la sociedad. Lo que no debemos hacer es generar confusión en torno a esta cuestión. Si un alumno en un examen presenta una hoja en blanco y obtiene como calificación 4 obtiene un mensaje institucional, por lo menos equívoco.
Finalmente debemos impulsar fuertemente la jerarquización de la actividad docente. El reconocimiento social, las posibilidades de capacitación, salarios adecuados; resultan determinantes para el sector que conduce a nuestros hijos, o sea, a nuestro futuro.
Más allá de las opiniones en torno a los rankings, la referencia del último informe PISA, donde nuestro país resultó en el lugar 59 de 65 países y el 6º lugar entre 8 países latinoamericanos,  en términos de rendimiento de sus estudiantes de 15 años, revela por su propio peso, que tenemos un importante desafío por delante.


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