MIRADA ECONÓMICA

Dólar barato y las expectativas

Otra vez más (y ya perdí la cuenta) el precio del dólar está en el centro de la escena. Esta semana cerró a $13,20, el valor más alto en términos nominales desde la devaluación de enero pasado.
Nótese que digo “en términos nominales” porque en rigor cualquier cosa que salía $13 hace 7 meses, hoy, inflación mediante, cuesta entre 15 y 16, puesto que los precios subieron entre 15 y 20% dependiendo de la medición.
Por eso sostengo que el dólar en realidad está barato y que no debe sorprender la cotización que alcanzó esta semana.
Como ya explicamos en otras oportunidades,  en una economía sin intervención gubernamental en el mercado de cambios, el precio del dólar debe ser aquel que equilibra el balance de pagos, que no es otra cosa que el instrumento contable que registra todas las entradas y salidas de divisas del país, algo así como un detector de moneda extranjera colocado en las fronteras de una nación, que suma cuando se produce cualquier movimiento que traspasa los límites hacia dentro y resta cuando el flujo monetario transita en sentido contrario.

Para sumar

Suman dólares las exportaciones de bienes (en nuestro caso básicamente materias primas provenientes del campo o manufacturas de origen agropecuario como el aceite de soja, por ejemplo) o servicios (asesoramiento de profesionales y turismo de extranjeros, básicamente), las transferencias de dinero de factores argentinos en el exterior (remesas de utilidades de empresas en el extranjero, o de trabajadores que emigraron y dejaron familia acá, por ejemplo), las inversiones directas de empresas o países que compran activos en nuestro país, los préstamos de gobiernos u organismos multilaterales de crédito (como el FMI) y también las colocaciones financieras especulativas de fondos o particulares que buscan una mayor rentabilidad que la que obtendrían en sus tierras de origen.

Para restar

Restan divisas las importaciones de mercancías (insumos para producir, combustible para generar energía, electrónicos y otros productos manufacturados que nuestro país no produce) y servicios (turismo de argentinos, fletes, seguros, etc.), las remesas de inmigrantes (sobre todo las de trabajadores provenientes de países limítrofes), los envíos de utilidades de multinacionales radicadas en nuestro país, los pagos de intereses y capital de la deuda externa, como así también las inversiones de largo plazo en terceros países (el campo que compró Fariña en Uruguay por ejemplo) y colocaciones especulativas de argentinos en el exterior (ya sean en paraísos fiscales o en bancos de sistemas financieros más seguros, como Uruguay o Estados Unidos.
Del resultado neto entre los ingresos y salidas de divisas dependerá entonces el precio del dólar, salvo que el gobierno intervenga en el mercado de cambios, en cuyo caso puede comprar los dólares que entran, haciendo crecer las reservas, o también puede vender moneda extranjera cada vez que alguien necesita efectuar alguna operación de las del párrafo anterior, que implican salidas de dólares y por ende caída en las reservas.

Las reservas del chanchito

En resumen; si en un momento del tiempo salen más divisas de las que entran, el gobierno puede optar por romper el chanchito de las reservas entregando dólares, o por cuidar las reservas del BCRA, dejando que el precio de la moneda extranjera suba para reflejar su mayor escasez.
En enero pasado, luego de perder reservas durante 15 meses consecutivos en los que los dólares del Banco Central pasaron de 45.269 a 29.074 millones, el Gobierno devaluó bruscamente el peso llevando el tipo de cambio oficial al entorno de los $8.
Desde entonces las reservas continuaron cayendo hasta que la Autoridad Monetaria logró ganarle la pulseada al mercado y para mediados de febrero el dólar estaba estabilizado, con las reservas comenzando a recuperarse, sin prisa pero sin pausa, durante el trimestre de oro de la cosecha agropecuaria, creciendo en el ínterin 2.000 millones hasta el máximo del 25 de julio, en que ascendieron a 29.713 millones.
Al mismo tiempo el Banco Central absorbió (gracias a las tasas altas) la mayor parte de la emisión monetaria que se hizo para pagar el déficit fiscal, de modo que para la tercera semana de julio había 13,11 pesos por dólar.

Secuelas del default

Pero entonces llegó el default, que anula cualquier posibilidad de financiar el déficit fiscal con deuda, reduciendo la disponibilidad de dólares de la economía y fuerza a canalizar todo vía emisión monetaria, aumentando los pesos.
El BCRA podría subir las tasas para sacar los pesos del mercado pero esta semana hizo exactamente lo contrario; bajó las tasas y generó así una corrida hacia el blue.
El precio del dólar paralelo refleja el valor de una apuesta a la insustentabilidad cambiaria y con el escenario recién descripto, hoy realmente un dólar de 13 pesos está barato, porque el oficial no es sostenible a $8,35 en un contexto de fuga de dólares y bloqueo al ingreso (por culpa de la combinación del cepo y el default).
El problema es que el precio del dólar es usado por los agentes económicos para formarse expectativas sobre el futuro de la economía y la evolución de la inflación.
El gran error del Gobierno es no comprender que si  el paralelo se dispara, la confianza de los consumidores caerá y las expectativas de devaluación e inflación subirán, profundizando aún más la caída del consumo y la recesión.
“Patria o Buitres” puede haber funcionado en el corto plazo, pero si sube el dólar, se dispara la inflación y caen el consumo y la inversión, el apoyo al Gobierno se desvanecerá, porque a largo plazo, mal que nos pese, la Patria es el bolsillo.