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ANÁLISIS

Bienvenidos al default

Después de un intenso Mundial, donde las discusiones entre amigos pasaban por quién debía salir o quedarse en el equipo,  volvió la cruda realidad.
La semana pasada terminó de resolverse la situación judicial con los “fondos buitre”. Finalmente entramos en el dichoso “default”. El oficialismo pregona que se debe inventar un nuevo término ya que Argentina mostró voluntad de pago y un simple Juez impidió que el país honrara sus deudas. Así, se arroja más leña al fuego con respecto al futuro cercano de la economía.
Cuando una persona ingresa en el sistema VERAZ, automáticamente pasa a una lista negra de deudores de la cual no sólo es muy difícil salir sino que se le cierran todas las opciones de financiamiento a tasas razonables. Para el caso de los países, entrar en default es algo similar. Inmediatamente el costo para financiar o refinanciar su deuda se incrementa. El riesgo país de Argentina, con respecto a otras naciones de la región y/o de similares características, es de más del doble. Eso se traduce directamente en el pago de una tasa de interés más alta. Al encarecer el financiamiento no sólo se condicionan las finanzas del gobierno nacional y de los provinciales, sino también de las empresas exportadoras, a las que les resultará más difícil poder financiar sus exportaciones a plazo. Eso, de una u otra manera, afecta directamente al ciudadano de a pie.

Poco ahorro
Por distintas situaciones macroeconómicas, a lo largo de los últimos 60 años la Argentina ha tenido una baja capacidad de ahorro, lo que hacía casi imposible financiar sus propias inversiones tanto públicas como privadas. Por eso se recurre al financiamiento externo. A los inversores extranjeros les va a resultar muy difícil incluir a la Argentina dentro de sus planes, ya que sistemáticamente se modifican las reglas del juego. El caso más paradigmático es la situación por el yacimiento de Vaca Muerta, propiedad de YPF. Hace más de un año que se está buscando financiar uno de los yacimientos no convencionales más importantes del mundo y aún no se ha conseguido ni un solo dólar.
Hace poco tuvimos la no grata sorpresa de conocer el nivel oficial de inflación del mes de junio. Su valor fue de 1,2%, que representa casi la mitad de aquellos publicados por fuentes privadas. De enero a junio, hubo una inflación acumulada del 15%.
La intención de modificar  y acercar a la realidad el valor de la inflación medido por el INDEC apuntaba a corregir errores de política económica. Pero con este último dato de inflación, deberíamos hacer borrón y cuenta nueva, porque tiró por la borda las buenas intenciones que hace algún tiempo se plantearon.
Ya comenzaron los primeros cortocircuitos entre los sindicatos, inclusive los oficialistas, y el Gobierno por la discusión paritaria. Hace apenas cuatro meses hubo paros y movilizaciones de distintos sectores por reclamos salariales. Luego de las vacaciones de invierno, se anunciaron nuevos paros de sindicatos políticamente opuestos a los que los unen las mismas preocupaciones: la inflación y el impuesto a las ganancias. Por un lado, se estima un nivel de inflación cercano al 40% para fin de año. Y, por otro, a los incrementos salariales obtenidos en las paritarias acordadas a principio de año, se los “comió” el impuesto a las ganancias. Este impuesto es una gran fuente de recaudación del gobierno, que no parece dispuesto a modificar nada.
Desde hace un tiempo se comenzaron a ver señales sobre una desaceleración de la economía argentina, donde más de uno extraña el crecimiento a “tasas chinas” que hemos sabido tener. Un dato llamativo es el incremento en el cierre de las cuentas sueldos. Clara señal de que no sólo no se están creando puestos de trabajo, sino que se están eliminando los que ya existían. Además, se debe tener en cuenta que sólo se consideran los empleos en blanco, que sabemos que escasean sobre todo en niveles donde se requiere mano de obra menos calificada.  No debemos dejar de lado que en la “década ganada” la mitad de los empleos son precarios, básicamente changas, empleos temporarios y planes sociales, con todas las consecuencias económicas y sociales que eso tiene para el Estado y para la sociedad en su conjunto.
Otra clara señal de la desaceleración de la economía es la suspensión de trabajadores del sector automotriz. Entre las grandes terminales automotrices y los autopartistas, suspendieron 12.000 empleados en este último tiempo. Esta marcada desaceleración de la economía, donde el sector venía golpeado a fines del año pasado por el impuestazo para determinados vehículos, se terminó de agudizar el problema de la baja venta de vehículos.
Estamos -en definitiva- en un momento en el que se deben tomar decisiones políticamente incorrectas pero necesarias para poder evitar grandes problemas económicos, políticos y sociales en el mediano y largo plazo. 

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