UN SERVICIO POSTERGADO

Cómo es viajar hoy en tren a Retiro: crónica de una aventura de siete horas

Tras su vuelta al servicio, Democracia hizo el trayecto que conecta Junín con Buenos Aires.

Segundos después de que la aguja grande del reloj marcara las 4, partió. La puntualidad era un buen augurio. Esta vez, la tercera y la vencida, todo parecía alinearse para dar lugar al gran acontecimiento: el primer viaje en tren. La misión era comprobar, dos años después de una crónica publicada en Democracia, si el servicio había mejorado con respecto a la ineficiencia observada en aquella oportunidad.
A pesar de haber viajado a diario durante diez años en distintas líneas de ferrocarril que conectan Retiro con el conurbano, la expectativa por hacerlo en un largo trayecto por el interior era comparable a la que siente un niño a punto de subir por primera vez a una montaña rusa. Y por momentos, la experiencia se iba a parecer bastante.
La misma ansiedad por la primera vez hace que la aventura comience varios días antes. Los comentarios sobre la idea de usar el servicio de Ferrobaires no eran del todo prometedores por parte de viejos usuarios. No hubo quien no alertara sobre la seguridad a bordo. “Si te dormís, te limpian”, fue una de las frases. “No lleves nada de valor”, “ojo que dicen que te roban y te tiran del vagón”, “tenés que ir con la ventana cerrada porque hay lugares donde te apedrean”. El desafío parecía ser cada vez más peligroso.
Pero antes, había otra prueba que superar. Y la primera premonición de los que advertían sobre lo difícil que se vuelve tomar el tren se cumplió. Tras varios meses sin servicio durante el verano, se había anunciado el retorno del tren Retiro - Junín, con una frecuencia de dos veces por semana.
A una semana de su puesta en marcha, minutos antes de las 4 la estación estaba desierta. La única formación que había sobre las vías pertenecía a la empresa de cargas ALL. Las boleterías estaban cerradas. Un empleado de la mencionada compañía, terminó de confirmar lo que se suponía: “No hay tren. Se rompió la máquina de nuevo y no se sabe cuándo vuelve”, dijo el ferroviario con la misma cotidianidad en su tono que podría usar para decir que se olvidó de comprar pan. Como tantos otros durante todo el verano, el camino a Buenos Aires fue en ómnibus por la Ruta Nacional 7.
Días después, con el rimbombante anuncio de la Unión Ferroviaria y el Partido Justicialista local de haber conseguido una locomotora Alco USA para la restitución, la expectativa se renovaba.
El paso era acelerado para no perder el tren, hasta que en el camino un conocido advirtió: “mirá que parece que se suspendió el servicio”. No podía ser cierto. Pero era. ¿La razón? El descarrilamiento de una formación de cargas entre Rawson y Castilla. Lejos de haber sido una circunstancia casual o de mala fortuna, con el tiempo los episodios de este tipo se repetirían, causando la mayoría de las demoras o cancelaciones. Y otra vez, a la terminal de ómnibus.
La tercera no podía fallar. Esta vez fue distinta a todas. Desde lejos, la formación tricolor ya hacía que la historia pinte distinto. En la estación, las boleterías abiertas. “¿Hay pullman?”, fue la pregunta, después de los rumores de que la vuelta de “Martita”, como le dicen, había sido sin esa clase.
“Sí”, respondió el boletero. El convoy era sólo de una locomotora y dos vagones, uno para cada clase: turista y pullman. Luego de brindar el número de DNI y pagar 90 pesos, la aventura se hacía realidad.
Al llegar al andén allí estaba la Alco USA celeste, aún con las inscripciones de “Transporte Público - Línea Gral. San Martín” y los dos coches. El de atrás, el pasaje común (cuesta 60 pesos), con las luces apagadas. El diferencial las tenía encendidas.
Tras subir los tres escalones, arriba todo era nuevo. El olor a madera, el color del revestimiento, las lámparas, el formato de las ventanas y los marcos. Remontaba a los viajes en tren de películas de mediados del siglo pasado. Los asientos, aunque parecían ser de otra época, igual denotaban décadas de viajes. Y eso se reflejaba en su aspecto.
Para las circunstancias, el estado de los tapizados era aceptable en la mayoría de los asientos –no faltaba el que tenía tajos, quemaduras de cigarrillo o manchas imborrables–, aunque los respaldos, los apoya pies y el mecanismo reclinable presentaba fallas de forma aleatoria en muchas de las butacas.
La plaza asignada a este cronista no era la excepción. Una vez que fue reclinada, nunca más volvió a su posición inicial. Fue un viaje en posición horizontal en casi todo su trayecto. Aunque peor parecía la situación de quienes debieron ir sentados a 90 grados durante todo el recorrido.
Apenas arrancó, unos cinco hombres recorrieron los pasillos y exigieron el pasaje. Todos parecían cortaboletos, guarda y auxiliar a la vez. Pero su presencia daba seguridad.

A toda máquina

La salida fue a todo vapor, o diesel, en este caso. Ni bien partió de la estación Junín y luego de dejar atrás el paso a nivel de avenida República, la velocidad que logró la locomotora acompañó esa sensación de adrenalina por el primer viaje de este tipo. A tal punto, que hubo que medir con GPS lo que, por la fama que tiene el servicio, era inesperado. Y aunque a más de uno le suene descabellado, y a pesar de todas las adversidades de público conocimiento que debe enfrentar, el “Martita” alcanzó los 108 kilómetros por hora en el primer tramo hasta O’Higgins y lo mantuvo por varios minutos.
De ahí en adelante, en varias mediciones realizadas durante el recorrido, nunca más iba a lograr superar la barrera de los 100. Lo más alto que logró después fue en torno a los 70 y 80 km/h. Pero la adrenalina no faltó. Todo lo contrario.
En medio de la nada –por la oscuridad del campo en una noche cerrada y los vidrios de las ventanillas que poco ayudaban para alcanzar a distinguir algo–, la monotonía del ronroneo de la locomotora de repente se veía interrumpida por el atormentado ruido de miles de ramas y hojas que rasguñaban todos los laterales de la formación, en lapsos breves y largos, decenas de veces durante todo el viaje.
El temor a que el latigazo de un árbol terminara rompiendo uno de los cristales se cruzó por la cabeza de este cronista en más de una oportunidad.
Los sacudones iban a robarle progresivamente el protagonismo a la vegetación. Y ahí la explicación por la disminución de la velocidad. Aunque a 70 kilómetros por hora, el zigzagueo violento, y los saltos constantes de los vagones sobre los rieles convirtió por momentos a la imponente formación de madera en una mezcla de zamba y montaña rusa, tal como se había advertido al principio de este relato.
Lejos de interrumpir el sueño por la posibilidad de un delito, los sustos fueron por los bruscos movimientos. Acostumbrado al riesgo de los sobrepasos en la Ruta Nacional 7 y de experimentar frenadas a bordo de un ómnibus en medio de la calzada, el temor a sufrir un descarrilamiento –tal vez por ser una experiencia nueva– se agitaba al ritmo del rebote ininterrumpido. En este punto, la razón por la que la locomotora no puede explotar al máximo su potencial parece ser la misma que causa los descarrilamientos de otras formaciones que provocan las cancelaciones.
De la aventura por la jungla con las ramas al zamba y la montaña rusa, en los baños la escenografía remitía más al tren fantasma. Mugre. Abandono. Desidia. Si los tapizados databan de décadas, la limpieza en los sanitarios también. Eso sí. Lo que no faltaban eran hojas, pero no de papel, sino de todos los árboles atravesados por el camino que decantaron en aquel recinto.  
El inodoro escondía un paisaje inesperado más allá de lo escatológico. Como en las lanchas que permiten ver el fondo del mar, en el Marta uno puede observar el paso de los durmientes debajo del vagón.
Algo a destacar en el servicio pullman es la calefacción. En una noche de intenso frio, en el interior del coche era necesario quitarse la campera para no transpirar, siempre y cuando el tren esté en marcha. Cuando se detiene, el climatizador deja de funcionar. Sobretodo si la formación queda varada por más de una hora, como pasó.
Al revés de cuando partió, el desenlace se hizo eco de la advertencia de quienes dudaban sobre la eficacia del servicio. El arribo anunciado para las 9.25 en la página de Ferrobaires, fue en realidad a las 11.20. La justificación fue la inauguración de un servicio a Manzanares que partió antes de lo esperado. Una aventura de más de siete horas para hacer unos 250 kilómetros.