Hay cierto grado de quijotismo en el intendente Mario Meoni, que es, justamente, lo que lo torna interesante, en un contexto donde el pragmatismo –y las encuestas- mandan a la hora de las decisiones y estrategias políticas, ejecutadas, la mayoría de las veces, desde complejos equipos de comunicación y marketing. Querer “cambiar el radicalismo” es, a priori, una empresa por lo menos complicada.
Para los “normales” seguramente el radicalismo se trate de una “causa perdida”, una “sinrazón”, algo que va rumbo a la extinción, pero los normales nunca cambian nada, se sabe, y hay un tipo de hidalguía, de esfuerzo denodado, de lucha contra los molinos de viento en la actitud de Meoni que es digna de rescatar, más allá del cristal ideológico con que se lo mire.
En principio, la lógica indicaría que quien se alce finalmente con la presidencia de la UCR bonaerense debería ser un dirigente orgánico, que haya estado siempre “sosteniendo el mástil” (como afirmaba Alfredo Bravo), que no se haya apartado nunca del partido. Dicho de otro modo, no podría presidir el comité alguien que estuvo con Kirchner.
En la vereda de enfrente, desde el meonismo sostienen que “así ha sido siempre” y que el Comité Provincia en manos de dirigentes de esta naturaleza no ha servido para posicionar al partido de cara a la sociedad, o para construir acuerdos programáticos, anteriores, con todo, a cualquier tipo de alianza, para no repetir los errores del Acuerdo Cívico y Social y de Udeso, donde el pueblo, mayoritariamente, les dio la espalda.
Por su poder territorial, Meoni podría ser un botín tentador en cualquier armado electoral; no por nada viene siendo seducido por el macrismo y el FAP.
¿Pero es Meoni una figura de unidad, capaz de amalgamar distintas visiones partidarias, en un cargo como el de presidente del comité provincia?
El 24 de junio, cuando se lleve adelante la elección interna, esta pregunta quedará respondida.
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