Los años vivenciados, la inquietud por el desarrollo laboral y el deseo de consolidar una familia fueron los motivos que llevaron a Héctor Perea a escribir su historia en Junín, pese a sus raíces catamarqueñas. “Ahora se usa un solo nombre, pero antes se usaban nombres compuestos y largos. En mi caso, De Jesús porque nací el 25 de diciembre.
Antiguamente te ponían de acuerdo al almanaque, al santo o algún motivo”, introdujo.
En diálogo con Democracia, Perea, rememoró la infancia en el norte de nuestro país; recordó su formación en Córdoba; y brindó detalles de su desembarco en Junín y consolidación como referencia de la medicina regional.
Infancia
Acerca de su infancia a cientos de kilómetros de nuestra ciudad contó: “Soy de Rincón de Catamarca, un pueblo del tamaño de Baigorrita, en el departamento de Pomán. Tiene 15 mil habitantes en el medio de la montaña”.
“Mi infancia fue linda porque en ese pueblo no había restricciones en cuanto al salir, jugar, estar en la calle o con amigos. Ahora hay que tener cuidados por los autos o inseguridad.
Ahí no había restricciones y te divertías con muy pocas cosas. Ahora necesitás un drone, un celular o una computadora”, describió.
Y siguió: “Mi padre productor de nuez y mi madre docente. Ella fue la mentora que yo estudiara en la universidad. De hecho, con 13 años me mandó a la ciudad de Catamarca para terminar la primaria y seguir el secundario. Estuve pensionado, lejos de mi familia con una hermana de 12 años. En el pueblo donde vivíamos no había secundario”.
Siguiendo con la valoración de la figura materna indicó que “ella siempre dijo que íbamos a estudiar. Fue un objetivo en su vida. Sabía lo que significaba estudiar y tener una educación ortodoxa”.
De tal forma, Perea vivió hasta los 18 años en la ciudad de Catamarca para, posteriormente, rendir el examen de ingreso a medicina en Córdoba, ya que, esta representaba la provincia más cerca para poder formarse académicamente.
“La mayoría de los catamarqueños estudian en Córdoba porque siempre fue un centro de formación de médicos con más de cien años de historia siendo un lugar de calidad y buena formación”, indicó y agregó: “Por ende volvía en los veranos a casa y cada vez menos por obligaciones”.
Medicina
Córdoba fue el punto elegido en el mapa para formarse y Medicina había sido la carrera seleccionada. Precisamente, la elección de la carrera fue lo que ocurrió desde un temprano momento en la vida de Perea.
“De chico decía que iba a ser médico y ella se encargó de facilitarme el camino”, recordó y profundizó: “Mi padre tenía un amigo médico que pasaba a visitarnos. Siempre me decía vos tenés que estudiar medicina y él también sembró esa semilla. Terminé con esa vocación: te tiene que gustar y tener constancia porque es una carrera con muchas cosas buenas y complejas. Se me daba con facilidad la biología y química”.
Tras cursar seis años, Perea se recibió como médico, pero, Córdoba, no ocupa un lugar diferencial por ser la casa de estudios donde se formó, sino también, porque fue allí donde conoció a su esposa. Al respecto, comentó: “Ella es de Los Toldos, estudió nutricionista y la conocí allí”
“Con Córdoba me pasaron muchas cosas: la música es el cuarteto, el baile y el fernet. Ninguna de esas cosas para mí fueron interesantes. Lo mío era más simple, quizás, vino.
Ahora se popularizó todo eso y se toma en todos lados”, enfatizó.
Y valoró: “Tengo grandes recuerdos de mi vida como estudiante en Córdoba. Se estudiaba, pero había reuniones de amigos. Algo así como pasaba en La Plata con las peñas y juntadas con gente de otras provincias”.
Cardiología
Tras finalizar el ciclo de grado, llegó el momento de la especialización y la primera inquietud de Perea fue la cirugía. “Pensé en seguir alguna especialidad quirúrgica. Tenía un amigo médico cardiólogo con varios años de ejercicio en el hospital San Roque. En ese momento había nacido mi segunda hija y yo estaba haciendo un año de clínica médica que te lo piden para cualquier especialidad, contextualizó.
Y continuó: “Me recomendaron hacer una residencia en cardiología. Me preparé con un amigo para rendir y el día que fui a rendir nació mi hija. De ahí me fui al examen y había 80 postulantes. Saqué el mejor promedio e ingresé en un lugar de alta calidad médica de Córdoba”.
Una vez que finalizó la residencia, Perea junto a su esposa e hijos decidieron venir a Junín para radicarse y desarrollarse familiar y profesionalmente. Al respecto, rememoró:
“Llegamos en el año 93 y empecé a trabajar en una clínica y luego me ofrecen trabajar en el área de terapia intensiva del Hospital”.
Alternando experiencias entre el ámbito público y el consultorio, fue trazando su trayectoria que incluye huellas por el Hospital Ferroviario, la clínica IMEC y la Clínica Centro. Al analizar cada proceso, Perea resaltó el lugar ocupado en este aspecto por el servicio de cardiología del Sanatorio Junín.
Sobre lo que significó el cambio entre la localidad cordobesa y nuestra ciudad, Perea, relató que “al principio me aburría un montón. Venía de una institución en la que se trabajaba todo el tiempo, donde no había momento para comer. Fue llegar y ver que a la siesta se paraba todo y había una vida más tranquila. Luego me adapté”.
Sin embargo, no fue el ritmo de la urbe lo que más complejidad le ocasionó, sino las temperaturas. “Lo que más me costó de Junín fue el clima: sufrí el frío húmedo y el invierno fue tremendo: me ponía dos pares de media, un sobretodo, y por suerte los lugares tienen calefacción”, sostuvo.
Con más de 30 años en nuestra localidad, al abordar el escenario de salud en la zona, consideró que “tenemos la misma calidad médica que las grandes ciudades. Cuando yo recién vine, eso recién estaba por empezar. El Sanatorio Junín recién estaba por empezar con la cirugía cardiovascular”.
“Eso ha tendido una aceleración importante en los últimos 20 años con la llegada de profesionales que demandaron tecnología de primera y lo potenciaron. Hay más y mejores especialidades y se pueden resolver todas las patologías. Son muy pocos los casos de derivación”, valoró.
Servicio militar
Una experiencia que forma parte de la historia personal de Perea fue la “colimba”. En torno al servicio militar obligatorio expuso: “Fue muy sui generis. Hice la marina y en ese momento cuando me preguntaron tema aptitudes uno pone todo para lograr un destino favorable. La instrucción la hice en la base aeronaval en Punta del Indio”.
“Nos sacaban a las seis de la mañana a correr. Habrán sido tres semanas de instrucción y preguntaron si había alguien tocaba un instrumento y nos abocamos a armar un festival que se estaba organizando”, señaló como la génesis que lo “salvó” de aquel caos que representaba ese momento.
Y explicó: “Sabía escribir a máquina, por lo que, me pusieron en la oficina de la banda y gestionaba toda la parte cultural de la banda. Mi tarea era organizar toda la logística. La banda de música tenía como 80 músicos, una de las mejores que había en la parte militar y yo gestionaba actos e inauguraciones”.
“Gracias a eso fue muy llevadera mi instrucción militar. Cuando fue el conflicto de Malvinas, yo había terminado el servicio militar en el 79 y no me llamaron”, consideró y valoró: “El servicio militar me permitió conocer Buenos Aires. Terminaba la actividad a las cinco de la tarde, tenía pase libre en colectivos y trenes y recorrí. Conmigo había un contingente de formoseños, pero eran muy distintos en cuanto a que era la primera vez que salían de su pueblo y muchos no habían terminado el colegio”.
Cierre
Con más de cuatro décadas de trabajo ininterrumpido, al abordar su trayectoria profesional, Perea expuso: “Siempre dije de jubilarme y tal vez me gustaría volver a Córdoba capital que es una ciudad linda. Pese a ese pensamiento, no sé si lo haría porque los médicos no nos jubilamos porque uno siempre sigue trabajando. Mientras pueda y esté con salud voy a seguir trabajando”.
“Estoy conforme con mi vida y de cómo se fueron dando las cosas. No tengo deudas hacia atrás. Seguí un camino lógico en el que me preparé, me formé y sufrí la residencia. Una de las cosas que tiene la medicina actual es que los médicos jóvenes no hacen residencia”, agregó.
En tal sentido, reflexionó que “si no tenés a alguien que te ayude económicamente cuando te recibís, no te podés mantener y sobrevivir. Son cuestiones relacionadas”.
Siguiendo con su relato, comparó: “Cada vez se cree menos en la formación universitaria. Los de mi generación entraban y se jubilaban en ese trabajo. Hoy se entra en un trabajo y a los meses quizás se van sin valorar eso. Las cosas han cambiado y a la medicina le pasa eso. Se buscan hacer cosas más simples o que no demande sacrificio y eso va a repercutir en la calidad”.
Finalmente, tal escenario descrito por Perea, llevándolo a su ámbito, es una complejidad, ya que, la terapia intensiva es un espacio determinante en la vida de las personas.
“En terapia intensiva uno es el último árbol del que se puede agarrar una persona antes de caer. Por eso, uno como persona y profesional, también necesita un escape para desconectarse de problemas y situaciones que atraviesa”, concluyó.
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