Hace casi un siglo, don Domingo Muscariello tenía una panadería en el barrio de La Boca, pero decidió cambiar de rumbo y emprendió un viaje a Junín, donde tenía familiares, para empezar una nueva vida.
Aquí puso un almacén de ramos generales, pero al tiempo volvió a dar un golpe de timón y comenzó con un nuevo emprendimiento que ya cumplió 90 años de existencia ininterrumpida.
Corría 1920 cuando junto con sus hijos instaló unas máquinas precarias para la molienda de trigo, dando inicio al Molino San Ignacio.
Luis Muscariello, actual presidente del directorio y nieto de don Domingo, señala que “al principio todo era muy artesanal, no se hacían más de diez bolsas por día”.
Poco a poco, el molino se fue imponiendo y el crecimiento los impulsó a pensar en una nueva propuesta: fue una fábrica de fideos, que finalmente empezó a funcionar en 1928.
Pasaron la crisis del ’30, alcanzaron momentos de prosperidad en los años siguientes, pero el fallecimiento del mayor de los hijos de Domingo, en 1932, fue una tragedia muy dura de superar para la familia, y sobre todo para el padre.
Si bien el molino siguió creciendo, un nuevo golpe sería determinante: el 14 de marzo de 1934, por una chispa en un secador de fideos se inició un incendio que enseguida abrasaría todo el molino, dado que la estructura completa era de madera -como se hacía en aquella época-, no existían los elementos necesarios para estos casos y la asistencia que podían brindar los bomberos también era precaria. De esta manera, el fuego consumió todo lo que había en pie.
Luis asegura que “este hecho terminó por derrotarlo anímicamente” a su abuelo que falleció en 1935, a los 59 años.
Segunda generación
A partir de entonces, la segunda generación debió hacerse cargo de la empresa. De sus nueve hijos, cinco quedaron al mando.
Ya había comenzado la reconstrucción con la colaboración de varias firmas de Junín que les entregaron materiales para facilitar el trabajo.
Al poco tiempo se tomó la decisión de armar una sociedad con Molinos Chacabuco y se comenzó con la reconstrucción del molino.
Enrique Villareale, otro de los herederos de don Domingo, cuenta que “hubo que arrancar de cero y Molinos Chacabuco nos dio una mano muy grande en ese momento”.
Pasados algunos años, se dio por finalizada la sociedad y a partir de entonces la familia Muscariello continuó al mando del molino.
Crecimiento
En el año 1963, la Sociedad Colectiva se transformó en Sociedad Anónima con el 100% del capital de los socios fundadores.
En ese entonces, la estructura edilicia ya ocupaba el mismo espacio que tiene hoy.
Es a partir de ese momento cuando se le dio un gran empuje a la manufactura con la incorporación de nueva tecnología, principalmente con la adquisición de un molino neumático que tenía una capacidad de producción de 60 toneladas diarias.
“Eso nos permitió aumentar la molienda -explica Villareale- y en 1972 ya estábamos produciendo 120 toneladas por día, y diez años más tarde llegamos a 180 toneladas, que es la producción actual”. Esto gracias a la compra de más maquinarias y una rediagramación en la producción.
Luis agrega que “en aquellos años era un molino grande, pero actualmente somos un molino mediano”.
Dentro del mercado harinero nacional, la incidencia de esta empresa es del 3%, algo que no es menor si se tiene en cuenta que son más de 150 los molinos que hay en el país.
Sin embargo, para la familia Muscariello esto no es suficiente, según lo que comenta Luis: “Hoy tenemos compradas maquinarias en Suiza, algunas de las cuales ya están acá y otras están por venir, y calculamos que en un lapso de 12 meses, llevaremos nuestra producción a 250 toneladas; y en una segunda etapa esperamos llegar a 300”.
Momentos económicos
En el marco de una economía oscilante, cíclica, fluctuante como la argentina de los últimos 90 años, los referentes del molino aseguran que su empresa siempre estuvo influenciada por esos vaivenes.
“La peor época fue entre el 2000 y el 2005 -reconoce Luis-, y a partir de ahí fuimos mejorando. Pero esto no es algo propio de este molino, sino que es algo que le pasó al sector, en general. Ya veníamos mal de la década del 90, porque con Menem nos empezamos a venir abajo”.
Enrique agrega que “si no se puede exportar en este sector, es muy difícil que se ande bien, porque hay una capacidad instalada muy grande. Si los molinos grandes pueden exportar, nosotros, los medianos, podemos participar en el mercado interno”.
La familia
En la medida que la familia Muscariello se fue agrandando y con el crecimiento de los hijos, éstos fueron ingresando a la firma, que incorporó a una tercera generación y luego una cuarta.
Actualmente, entre hermanos, hijos, primos y sobrinos, hay diez descendientes de Domingo Muscariello que son accionistas o miembros del directorio.
Para todos, trabajar “en familia” siempre fue algo natural, que no representó mayores dificultades, más allá de las propias de las relaciones laborales.
Sin embargo, en el año 2005 se produjo una escisión y uno de los familiares “históricos” dentro de la firma dejó su lugar.
A partir de entonces, no sólo hubo un cambio en la composición accionaria, sino que se modificaron aspectos del funcionamiento interno que democratizaron el trabajo, como explica Luis: “Antes de la escisión, el presidente del directorio decidía todo. Después buscamos un cambio y cada uno pasó a tener voz, voto y responsabilidades, pero con independencia para decidir”.
Enrique agrega que les pareció “que era mejor que el molino no tuviera un manejo unipersonal, sino que las decisiones se tomen de manera conjunta. Eso dio mejores resultados y ahora hay más armonía. Además hay más personas para pensar y cada uno trae sus inquietudes y aporta ideas, lo que se traduce en beneficios para la empresa”.
Balance
Enrique lleva 33 años en el molino y Luis casi 60. A la hora de mirar hacia atrás y ver el camino recorrido, ambos coinciden en que el balance es “sumamente positivo”.
Según dicen, las claves para haber podido mantenerse durante tantos años son, básicamente, dos: “En primer lugar porque trabajamos un producto que no se va a dejar de consumir nunca, como la harina”, advierte Enrique, y Luis agrega: “También siempre fue importante al sacrificio de los socios, porque acá cuando se retira dinero, se hace en forma modesta, ninguno de nosotros tiene camionetas de alta gama ni se da mayores lujos, se prefiere reinvertir en el molino. Al ser una empresa familiar, se le da más prioridad”.
Aseguran que en todos estos años siempre buscaron la calidad por sobre la cantidad. “Acá, de cada diez camiones que llegan, rechazamos tres”, grafica Luis, como para reforzar la idea de que sólo buscan lo mejor.
Por todo esto, el presidente del directorio concluye: “La experiencia es altamente positiva porque acá no hay nada de personalismos, no hay ejecutivos inaccesibles, encerrados en una oficina, acá todos nos hablamos con todos y esa es nuestra forma de trabajo. Creo que ésa fue una buena estrategia, haber tenido la habilidad de abrir el juego y no encerrarnos en una o dos personas. Tenemos muy buena gente, pero sobre todo honrada. Se podrán equivocar, pero no de mala fe. Fue una prueba, que podría haber fallado, pero nos ha ido muy bien”.
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