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PERSONAJES DE NUESTRA CIUDAD

Susana Yópolo: un clásico de la alta costura local

A los seis años ya se hacía su propia ropa y a los 17 diseñó y confeccionó su primer vestido de novia. Con 43 años de trayectoria y unos 2.300 modelos realizados, esta reconocida modista juninense repasa su carrera junto a DEMOCRACIA.

Parece una contradicción, pero Susana Yópolo cuenta que en realidad ella no es Susana Yópolo: “Mi apellido es Rizzo, pero cuando me casé siempre fui la señora de Yópolo, que es mi marido, entonces todo el mundo me empezó a llamar por ese apellido. Pasé a ser ‘la de Yópolo’. Y quedó”.
Es así como casi nadie conoce su verdadero nombre pero prácticamente todos la conocemos a ella, por sus más de cuatro décadas como modista de alta costura y por una trayectoria intachable que incluye unos 2.300 vestidos que hicieron felices a tantas novias y quinceañeras en ese día tan especial para ellas.

Puntos y puntadas

Susana nació en Junín, en el barrio Belgrano, e hizo la primaria en la Escuela N° 18.
Ya desde muy chica estuvo vinculada a lo que finalmente sería su profesión: “Recuerdo que la primera cachetada que recibí fue a los 6 años cuando le rompí una sábana toda bordada a mi madre para hacerle un vestido de novia a mi muñeca. Yo siempre decía que iba a coser vestidos de novia, tenía el arte en las manos y me gustaba”.
Cuando cursaba sexto grado, en la misma Escuela 18 se abrió un curso de corte y confección en el turno noche y ahí se inscribió. De ese taller recuerda a Marta Latreite y Amalia Ermácora como sus grandes maestras.
Más tarde, siguió su capacitación a distancia y se recibió en La Victoria, un instituto muy importante de Buenos Aires.
De a poco empezó a trabajar en esta actividad y a ganar su primer dinero. Hasta que con sólo 17 años, su cuñada le confió el diseño y la confección de su vestido de novia. “A partir de ahí le empecé a hacer los vestidos a la gente más cercana, parientes y amigas que se iban casando”, relata.
Dos años más tarde, confeccionó su propio vestido de novia, desafiando el dicho que asegura que esto trae mala suerte. “Yo me lo hice y hace 41 años que estoy casada y no me puedo sacar a mi marido de encima”, dice y enseguida suelta una carcajada.
Así fue como se dedicó de lleno a los vestidos de novia y de quince años, que era lo que siempre había soñado.
De aquel tiempo, recuerda que “acompañaba a las chicas a comprarse la tela al centro, la elegíamos y cada vez trabajaba más”.
Continuó de la misma manera durante varios años hasta que empezó a viajar a Buenos Aires a traer ella las telas, para darle más comodidad a sus clientas. “Eso era algo que no hacía ninguna modista de Junín -remarca- así que fue una revolución acá porque a partir de eso, la chica se despreocupaba de todo: de los cierres, los botones, el bordado, los accesorios”.

Capacitación con Piazza

Su espíritu inquieto y su deseo de aprender la impulsaron a inscribirse en la escuela del reconocido diseñador Roberto Piazza, donde hizo varios seminarios.
Según dice, allí aprendió “muchas cosas”, principalmente “técnicas nuevas que son muy útiles y facilitan el trabajo, además de la posibilidad de expandir la creatividad”.
Como trabajo final de la capacitación, Susana diseñó un vestido que bautizó “Reminiscencia”, uno de los trabajos que le provoca más orgullo por el esfuerzo y la creatividad que puso en él.
“Roberto nos llevó a la televisión, a su programa, en donde exhibimos nuestras producciones”, comenta.
Más tarde, tuvo la posibilidad de participar de uno de los talleres de Piazza, que estaba coordinado por una de sus principales colaboradoras, Susana Magallanes, y luego formó parte de su staff durante un tiempo, colaborando en los desfiles que él organizaba.

Otras experiencias

Hace algunos años, Susana puso una casa de alta costura en el centro, una experiencia que no resultó positiva.
La iniciativa incluía un salón equipado con todas las comodidades para las clientas: masajista, sala de maquillaje, peinado, “entonces la chica iba a las 2 de la tarde y se quedaba hasta la hora de la ceremonia, con lo que se le daba un servicio muy completo”, explica.
Sin embargo, la falta de personal calificado para una empresa de tanta envergadura la obligó a dejar de lado el proyecto.

Vestidos

Por su experiencia, Susana sabe de antemano lo que le va a quedar bien a cada persona. “Eso es algo natural que yo tengo -afirma-, te veo y ya sé qué tipo de vestido te conviene o te favorece”.
Una de las normas que guían su ética profesional indica que siempre respeta la idea de la clienta: “Ese vestido es para una sola noche, pero también es para toda la vida, porque quedará por siempre en el recuerdo. Dentro de la línea de lo que quiere la chica, una la va formando y le va indicando cómo hacerlo para que quede realmente bien”.
Susana asegura que en sus 43 años de profesión confeccionó unos 2.300 vestidos.
De todos ellos, considera que el más lindo es el que le hizo a su nuera, “porque tuvo un trabajo muy especial y quedó un vestido fabuloso”. Aunque también destaca el que le hizo a su nieta para el cumpleaños de quince.
Además, revela que el más difícil fue, precisamente, el que ideó para el seminario de Piazza, “porque hasta que lo terminé estuve cuatro noches durmiendo en el taller, tirada en la alfombra”.
No obstante, aclara que “todos llevan muchas horas de dedicación” y destaca es lógico que esto sea así porque “el vestido marca la personalidad de la mujer que lo lleva puesto”.
Si bien en algún momento llegó a hacer 15 vestidos en 30 días, actualmente bajó el nivel de exigencia y no hace más de cuatro por mes.
Con todo, tiene trabajos tomados hasta el año que viene.

Balance

Susana se muestra feliz por poder desarrollar una actividad que anheló desde muy chica. “Yo esto lo hago prácticamente desde que nací -puntualiza-, mi mamá nunca aprendió costura y nos hacía la ropa a nosotros, entonces yo creo que tengo naturalmente esta habilidad, que la perfeccioné con el estudio y la capacitación. Creo que lo que yo hago es un arte”.
Por eso, a la hora de hacer un balance se muestra satisfecha: “Lo que me pasó en la vida fue muy lindo, si volviera a nacer haría exactamente lo mismo, no cambiaría nada. Amo estar en el taller, entre las telas, sentada en la máquina, bordando, diseñando, es una pasión. Yo me casé muy joven y me quedé en Junín, algo de lo que no reniego para nada, pero si me hubiese ido a Buenos Aires, seguramente hubiera tenido otra posibilidad de crecimiento. Pero prioricé la felicidad que tengo acá con mi familia”.

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