Mía Scapolan
La juninense Mía Scapolan toma mates en la vereda del Palacio Real de Madrid, en Navidad.
POR EL MUNDO

Juninenses en Europa: cómo viven los que emigraron buscando un futuro mejor

Aun con trabajos estables, algunos se fueron persiguiendo la previsibilidad y el progreso que ofrecen los países más desarrollados. Más allá del peso de la situación económica, a la hora de irse en muchos influyó el agobio, los problemas y la inseguridad. El desarraigo es el precio que hay que pagar para vivir esa realidad. Afirman que son muchos los que consultan para seguir el mismo camino.

Con el objetivo de buscar un futuro mejor, no son pocos los juninenses que en los últimos años migraron a países del Primer Mundo.
En esto tiene mucho que ver la situación económica, aunque no es lo único o la principal motivación que impulsa a los que deciden el exilio. De hecho, muchos con trabajos estables y buenos ingresos -por lo menos para el contexto de nuestro país- sintieron la necesidad de irse.
La inseguridad, los conflictos, la grieta, el agobio que muchas veces impone la realidad nacional, son algunos de las cuestiones que influyen a la hora de tomar la decisión de migrar. ¿Y qué se busca? Básicamente, la estabilidad y la previsibilidad que ofrecen los países avanzados.
Convocados por Democracia, cuatro juninenses que viven en Europa cuentan cómo es ese proceso.

“Enamorado de Madrid”
Alejandro Steffan es comunicador social con orientación en periodismo. Después de trabajar durante varios años en la ACTC y luego en Don Edgardo -un emprendimiento en el que vendía alimentos orgánicos- en octubre de 2020 decidió mudarse a España con su pareja. Había ido como turista en numerosas oportunidades y desde hacía mucho tenía ganas de vivir en Madrid, una ciudad de la que se había “enamorado”.
“Uno cree que el argentino viene acá huyendo de su país y, si bien hay parte de realidad en eso, en nuestro caso no fue así”, explica a Democracia. Es que en él había un deseo muy grande.
No obstante, sabe que muchos de los que emigran lo hacen por motivos económicos y por lo difícil que se torna la vida diaria: “El argentino siempre está cansado de Argentina y en un punto está bien porque es un país que te cansa; pero también viene, en general, gente con un determinado perfil, con cierto bagaje atrás”.
De acuerdo a su experiencia, es muy notorio el estilo de vida en uno y otro lado. “Aun cuando España es el país más parecido a nosotros, el cambio es gigante. Ni hablar de alguien que se vaya a Alemania o a Noruega. Aquí se apagan algunos sentidos de alerta que traemos de allá, se disfruta de otra manera”, asevera.
Con todo, Stefan advierte que el cambio no es tan sencillo. “El proceso de preparar el viaje y acomodar todo cuando llegás, es muy grande y agotador, pero hay que transitarlo sí o sí -señala-, cuando llegamos teníamos algunos amigos acá y, aun así, no fue sencillo. Una clave es tener papeles porque, sin ellos, sos indocumentado y tenés que vivir escondido, también hay que venir con una preparación y un conocimiento de la cultura del lugar para no venir huyendo, para no caer como un paracaidista”.
Su pareja se fue con una propuesta laboral concreta y él está trabajando en una empresa de comercialización de alimentos, algo similar a lo que hacía en sus últimos años acá.
Según dice, “una gran cantidad de amigos y conocidos” se comunicaron con él “para averiguar, para venir, para ver cómo es”, algo que le llamó la atención: “Parece un éxodo tan fuerte como el del 2001, aunque con otra raíz. El domingo pasado almorcé con un matrimonio argentino, los dos tenían buenos trabajos, se hartaron y se vinieron con sus hijos. Como esos, hay un montón. Por mes, llegan dos o tres”.

“Me quería ir”
Desde muy jovencita, Mía Scapolan tenía claro que quería migrar. “Nunca supe por qué ni adónde, pero sabía que me quería ir”, dice. Finalmente, lo hizo en 2019: “No lo hice por lo económico. Sabía que el mundo era demasiado grande y yo quería conocerlo”.
Dejó su trabajo como profesora de educación física y partió. “No ganaba lo suficiente, vivir en Argentina es muy caro, pero más allá de lo económico, me movió el tema de la seguridad: caminar con miedo constante, dar vueltas en el coche antes de bajarse en la puerta, temor a que te entren a tu casa, a que te secuestren por ser mujer”, enumera.
Según dice, eso cambió notablemente desde que llegó a Madrid: “A mí me lo habían contado, pero hasta que no lo vivís, no parece real. Uno cree que no puede ser real vivir sin miedo, mis años en Argentina me enseñaron a vivir con miedo y en estado de alerta, y acá aprendí que no es así siempre, es completamente diferente. Yo salgo de mi casa sin miedo, trabajo en las condiciones que debo trabajar y me pagan como se debe, llego a fin de mes, puedo comprarme cosas que antes no podía”.
Cuando dejó Argentina, Mía vivió unos diez días en Barcelona y después recaló en Madrid que, según su definición, “es Buenos Aires organizada, limpia y segura”. Y si bien el primer tiempo fue “horripilante” por el desarraigo, Mía pudo superarlo por su personalidad: “Hay gente que nunca logró llevarlo bien. Yo estoy en un grupo de argentinos viviendo en Madrid y justo ayer un chico que hace ocho años que vive acá escribió que no lo tolera más y se vuelve a Argentina, y en el posteo aclara que lo hace con todo lo que eso conlleva: vivir mal pero con su gente. Es la elección de cada uno”.
Durante tres temporadas Scapolan trabajó como socorrista (guardavidas) y en la actualidad también se desempeña como bartender en un bar.
“Soy una afortunada porque encontré gente que se ha convertido en mi familia, de hecho, vivo con mi mejor amiga a quien conocí en mi primer trabajo, entonces hay ciertas personas que se convierten en tu familia en otro lado del mundo”, concluye.

“Quería buscar otra cosa”
En 2018, nada hacía prever que Andrés Blasi se fuera a ir del país. “Estaba en mi mejor momento, tenía trabajo estable, hacía cinco años que estaba con las canchitas de fútbol siete de ‘La Loba’, entrenaba las categorías Primera, Cuarta y Quinta en River, y salimos campeones del Nocturno por primera vez”. ¿Qué pasó, entonces? “Quería buscar otra cosa”, responde.
Claramente, su partida estuvo vinculada a un momento del país. Él, que viene de una familia de raigambre política, hijo del ex legislador y ex candidato a intendente Armando Blasi, entendió que “disputa continua, que todavía sigue, me cansó”. Y puntualiza: “Yo estaba bien económicamente, tenía tres trabajos, pero la realidad es que hay una diferencia abismal entre Europa y Latinoamérica en cuanto a la estabilidad: acá con un trabajo, de a poco, vas para adelante”.
Cuando se fue de Argentina, junto con sus amigos Santiago Corbanini y Eliseo Tuñón, estuvo tres meses paseando por Europa, hasta que llegaron a Ibiza, donde los recibió el también juninense Raúl Muscariello, que vive allí desde hace varios años. “Tuve la ventaja de tener amigos que me recibieron”, enfatiza Blasi.
Aunque hizo todo tipo de trabajos, desde mantenimiento en una urbanización hasta camarero y ayudante de cocina, desde el principio siempre pudo desarrollarse como entrenador y tuvo equipos de fútbol once femenino y fútbol sala, también femenino. En este último rubro, actualmente está dirigiendo Sant Jordi, un equipo con el que salió campeón de la liga regional y ahora está compitiendo en una liga autonómica, en la que también participan clubes de Palma y de Menorca, con el objetivo de ascender al Nacional, que es la tercera división de España.
“Las condiciones laborales son muy diferentes -explica ‘El Mago’- hay cosas de acá que no me gustan, pero Europa es muy distinto. Yo trabajaba en La Loba y volvía con la recaudación en el bolsillo con mucho miedo, en alerta, y acá te olvidás de esas cosas, las chicas caminan con el teléfono en la mano y sin temores”.
Es por ello, entre otras razones, que Andrés también observa que está creciendo la cantidad de argentinos que se quieren ir: “Nos caen mensajes todo el tiempo, a mí y a los argentinos que conozco que están acá. Ya hace un par de años de esto”.

“Acá no todo es perfecto”
El músico juninense Tomás Carnelli estaba en pareja con una bailarina de tangos cuando ambos se fueron a vivir a Paris, en mayo de 2019. “Ella quería irse más que nada por la inseguridad, honestamente yo no sentía eso, tal vez porque no me pasó nada, entonces la acompañé”, explica. Para ello, dejó los trabajos que tenía en Buenos Aires, adonde no le iba nada mal
Un año vivió en la capital de Francia. “No me gustó -comenta- me imaginaba una ciudad de primer mundo total y me llevé otra impresión cuando empecé a conocerla, es un lugar con mucha desigualdad, muchos homeless, mucha gente en la calle. Además, el parisino es muy particular, discrimina mucho a los integrantes de colonias africanas que, inclusive, son nacidos ahí, porque por ahí llevan un par de generaciones”.
Además de su actividad como músico, durante la pandemia debió hacer otros trabajos. “Les cuidé los hijos a una familia amiga, y cuando se empezó a abrir un poco estuve de barman en una milonga”, recuerda.
Cuando empezó a viajar a Barcelona para trabajar con una compañía de músicos catalanes, su perspectiva cambió, tanto que el año pasado se mudó allí. “Aunque también es una ciudad muy cosmopolita, es más amable y se respira otro aire”, afirma.
En Barcelona toca, sobre todo, tango y boleros, y sigue trabajando en la compañía que hace espectáculos de teatro danza, algo muy contemporáneo. Hoy está en Ibiza por un trabajo temporal que durará un mes, y luego regresará a Cataluña.
Tomás coincide en que muchos de los que migran lo hacen por motivos que exceden lo económico: “En el último tiempo se han contactado conmigo amigos que teniendo un buen trabajo allá, consultan para venirse. Casualmente, ahora que estoy en Ibiza, le presté mi departamento a un amigo de Junín que se vino con su mujer porque no aguantaban más ese caos que a veces es el país. Yo siempre digo que hay que sacarse la idea de que acá todo es perfecto porque no es así. Sí hay cosas que funcionan mejor, acá el sueldo mínimo de un trabajo normal, te permite alquilar un lugar, comer y vivir. Te alcanza tranquilamente, eso que, claramente, no sucede allá”.
Otro tema es la seguridad. “En estas ciudades se ven robos, pero son más que nada rateros o arrebatos, pero no existe el arma, es imposible ver una, así que es otra cosa”, subraya.
Con todo, explica cómo el desarraigo es el precio que hay que pagar para vivir esa realidad: “Al principio no es difícil porque uno está viajando y conociendo otras culturas. A los tres o cuatro meses se empieza a sentir que no tenés sentido de pertenencia. El tema del idioma es fuertísimo, por eso entiendo que muchísima gente se venga a España. Me costó muchísimo superar eso porque me sentía totalmente incómodo”.

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