Con una amplia trayectoria, Juan y Leopoldo Sangiovani son segunda y tercera generación de peluqueros en nuestra ciudad.
Con una amplia trayectoria, Juan y Leopoldo Sangiovani son segunda y tercera generación de peluqueros en nuestra ciudad.
REFERENTES EN LA ACTIVIDAD

Los Sangiovani: Tres generaciones en la peluquería

Hace más de cien años que el apellido es sinónimo de este oficio en Junín. Juan Carlos y Leopoldo repasan décadas de trayectoria en un rubro que inició Pascual. Y aseguran que la peluquería, más que un trabajo, “es un arte”.

El primero de la familia en abrir una peluquería en Junín fue Pascual, junto con su hermano, hace más de cien años. A mediados de los 60, su hijo Juan Carlos siguió el mismo camino. Luego, a poco de ingresar en el Siglo XXI, Leopoldo se convirtió en la tercera generación en el oficio en Junín.
De esta manera, el apellido Sangiovani se convirtió en una referencia ineludible en la actividad. Durante décadas, centenares de juninenses pasaron por sus salones, con lo que terminaron forjando una tradición en la actividad.
Hoy, Juan y Leopoldo hacen un repaso por la trayectoria de los tres, en un oficio al que consideran, de alguna manera, como “un arte”.

“Hay una tradición, por eso muchos nos eligen a nosotros”.

Juan
No hay certezas sobre la fecha en que Don Pascual Sangiovani abrió su peluquería, pero hay registros que indican que ya en 1916 tenía su salón.
Allí estuvo durante varios años, hasta que falleció. En ese entonces Juan tenía trece años y su madre mantuvo la peluquería con empleados. Cinco años más tarde, tomó el mismo oficio de su padre. “Tengo que agradecer a mi mujer que fue la que me impulsó a seguir esta actividad, aprovechando que tenía la peluquería y un apellido vinculado al rubro. Así empecé”, comenta.
Se formó en la Academia OLI y luego se sumó al salón. Con el tiempo la familia debió cerrar el local y Juan se fue a trabajar a Samperi, un lugar “de mucho renombre”. Nueve años más tarde se trasladó a la peluquería de Bocha Gnavi. “Trabajábamos muchísimo, había que sacar turno una semana antes; y se sostuvo así siempre en el tiempo”, explica.
Permaneció con Bocha durante 34 años, hasta que se jubiló.

“Doy gracias a Dios por haber podido desarrollar este oficio”.

Leopoldo
Aun cuando se crio en ese ambiente, Leopoldo terminó el secundario y se fue a Buenos Aires a estudiar Derecho. A los dos años supo que ese no era la carrera indicada para él y arrancó un curso de peluquería “para hacer algo hasta que decidiera cómo seguir”.
Si bien su padre le dio total libertad para elegir su camino, le regaló una valija con herramientas que le servirían para el oficio.
Al igual que Juan, Leopoldo también se formó en la Academia OLI y a los dos meses ya estaba trabajando en una peluquería porteña.
Un par de años más tarde regresó a Junín y el 16 de marzo de 1998 abrió su peluquería Belgrano 220. “Los primeros meses me costó. Venía gente y eso me permitía cubrir los gastos y trataba de ir devolviendo lo que me habían prestado, pero nada más”, recuerda.
No obstante, al segundo año “ya tenía la peluquería llena”. Polo tenía 23 años y era el único peluquero de su edad en Junín.
Estuvo siete años ahí y luego se trasladó a Belgrano 233, un salón mucho más grande, con más servicios y más personal. De hecho, ahí empezó a hacer peinados de novia, de quince, en eventos, más los cortes de caballero y de dama.
Fueron quince años de éxito. Leopoldo trabajaba con quien hoy es su ex mujer por lo que, luego de la separación conyugal, cada uno siguió por su lado. Y él decidió volver a empezar: regresar a sus raíces. Por eso buscó un salón más chico, donde continúa hoy.

El oficio
En tiempos de proliferación de barberías, Juan y Leopoldo siguen siendo parte de un estilo más clásico. Principalmente Polo padre -aun cuando ya está jubilado- y también su hijo.
“Es algo que no entra en mi salón, porque no puedo juntar todo -señala ‘Polito’- no es que no me guste, de hecho, me parece que esa tendencia es una vuelta a lo que antes era la peluquería de caballeros. Pero cada diez años va surgiendo algo nuevo y si uno se sube a todos los trenes, pierde su esencia y su estilo propio”, explica.
Para Juan, esta actividad es algo más que un oficio. “La peluquería puede ser un arte -dice-, depende de la forma de hacerlo, de la ligereza, de muchas cosas. Si uno se dedica lo que necesita para hacer un corte, puede ser un arte”.
Enseguida, su hijo ratifica: “Es un arte porque uno tiene que conocer a la persona, cómo llega, cómo está vestido, dónde trabaja, la forma del rostro, para ver qué le puede ofrecer”.

Leopoldo Sangiovani: “Cada diez años va surgiendo algo nuevo y, si uno se sube a todos los trenes, uno pierde su esencia y su propio estilo”.

Balance
Así como Juan tuvo muchos clientes a los que les cortaba el pelo su padre y después les siguió cortando él, Leopoldo cuenta que también le pasa algo similar: “Tengo clientes que sus padres se cortaban con mi viejo y sus abuelos con el mío. Eso me pasó mucho”.
Para Polo padre, eso tiene una explicación: “Hay una tradición, por eso muchos nos eligen a nosotros”.
Con todo, al momento de hacer un repaso por esta historia y el camino elegido, Leopoldo señala: “Me encanta haberme decidido por esto, me da muchas satisfacciones. Me gusta el día a día, compartir con la gente, poder desarrollar técnicas nuevas e ir mejorando. Es hermoso pasar el día en el salón, no vería la forma de trabajar de otra cosa”.
En el mismo sentido, Juan Carlos concluye: “Para mí fue excelente haber hecho esto. El empuje de mi mujer me hizo elegir este oficio que me dejó muy conforme por la tarea realizada. Doy gracias a Dios por haber podido desarrollarlo, siempre lo hice con ganas y poniendo lo mejor de mí. Y siento que he triunfado porque tengo cuatro hijos, nietos, y es una maravilla”.

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