Claudio Carafiello
Claudio Carafiello, un referente de la peluquería, con su máquina de cortar y su infaltable sonrisa.
RECONOCIDO PELUQUERO DE NUESTRO MEDIO

Claudio Carafiello: “El primer día ya me di cuenta de que esta era mi vocación”

Se inició con Rosario Samperi, trabajó con Bocha Gnavi, tuvo su propio local y, con Los Carras, marcó una época en Junín. Referente en la actividad, formó a varios de sus colegas. Apasionado por el pugilismo, también es promotor de box.

Ya el primer día en que Claudio Carafiello entró a una peluquería para aprender el oficio, quedó fascinado. Tenía quince años y ese primer contacto con las tijeras y navajas se le impregnó en el cuerpo y en el alma de una manera única.
“Enseguida me quedé encantado -recuerda-, porque venía todo Junín al lugar y había una vida social muy linda. Esto es fabuloso, pensé, de acá no me quiero ir más. En ese primer momento me di cuenta de que esta era mi vocación”.
Así inició un camino en el que se convirtió en un referente de la actividad, con más de cuarenta años de profesión en la que también formó a numerosos colegas.

“Yo me comunico a través de mis herramientas y puedo sacar una sonrisa”

Primeros años
Nacido en la localidad de Emilio Bunge, partido de General Villegas, Claudio es el tercero de cuatro hermanos varones. Vivió allí hasta sus nueve años, cuando la familia se trasladó a Junín, de donde era oriundo su padre.
Hizo parte de la primaria en la Escuela N°8 y la terminó en el Padre Respuela. La secundaria la realizó en el Industrial y el Comercial, pero de noche, porque a sus quince años ya había empezado a trabajar. Pasó por un negocio que hacían prepizzas, por una fábrica de calefones, hasta que Rosario Samperi le dijo a su madre que lo mandara a la peluquería porque le iba a enseñar el oficio.
“Samperi se quedaba después de hora para enseñarme. El primero que puso la cabeza para que yo practique fue Cachi Zanello, un amigo de mi hermano”, evoca Carafiello. Un año y medio permaneció con Samperi, “que era un apasionado por la peluquería”.
Cuando Bocha Gnavi, “que era el peluquero que en ese entonces estaba en su apogeo”, abrió su local en avenida San Martín, lo invitó a Claudio a formar parte de su staff y le ofreció mejores condiciones laborales. Y Claudio aceptó la propuesta.
“Ahí ya me había formado una linda clientela -cuenta- que era la barra que se juntaba en la confitería Yellow, y la mayoría no me dejó más, desde entonces. Entre ellos, estaba Mario Meoni, al que todavía le corto”.

Su propio camino
Tenía veinte años cuando siguió su camino y abrió su propia peluquería en Rivadavia y Rioja, donde tuvo “un éxito descomunal” durante cinco años. Después se mudó al centro: dejó a su primo Marcelo en ese local, a su hermano Gaby en otro de República Libanesa y Primera Junta, y él abrió su peluquería en Sáenz Peña y Remedios Escalada de San Martín. Al final, todos terminaron confluyendo en esta última, que fue Los Carras, un lugar que marcó una época en la ciudad. “Fue un boom porque éramos todos muy jóvenes y, además, trajimos la carteta de clientes de Villa que se sumó a la del centro, así que fueron diez años de éxito en donde desfilaban todos. Y siempre con la misma filosofía: que cada corte te salga mejor que el anterior”.
Tan bien le fue que en un año ya había podido comprarse el local, en pleno centro.
Después de diez años, cuando algunos de los integrantes del staff ya habían seguido su propio camino, Claudio decidió cerrarla porque no quería seguir solo allí. Estaba por abrir otro local cuando fallecieron su madre y su padre, con nueve meses de diferencia, un golpe que fue difícil de asimilar. “Paré, me fui a vivir a la Laguna a una casilla prefabricada y me quedé cuatro años. Me desprendí de lo material. La pasé bien porque tenía que vivir el presente. Venía a la ciudad, hacía cortes a domicilio, me ofrecieron un local en Alberdi y Malvinas Argentinas, como no tenía auto tenía que manejarme en el transporte y si no agarraba el de las 9 de la noche, me quedaba a dormir en la peluquería, y así seguí”.
Con el tiempo, y ya con un nombre ganado en el rubro, se dedicó a hacer cortes a domicilio y de manera particular.

“Más de una vez me he besado las manos porque son las que me dan el oficio”

Boxeo
Aunque es fanático del boxeo desde chico, recién a los 25 años lo practicó, pero no hizo más que un par de peleas amateurs.
Su vínculo con el deporte lo desarrolló como promotor. Primero acompañó a boxeadores como Luis Dionisio “Cuty” Barrera y Miguel Medina Burgos, y los respaldaba como sponsor también. Un hecho fortuito, como fue asistir y ayudar a irse de Junín al púgil Bruno Godoy después de una trifulca que se produjo en una velada en el Club Ciclista, le permitió un acercamiento con los directivos de la Federación Argentina de Box, quienes le dieron su respaldo y le otorgaron la licencia de promotor de boxeo.
Así fue como organizó algunos combates y estuvo a punto de hacer “la mejor pelea del país del momento”.

“Los Carras fue un boom porque éramos todos muy jóvenes. Fueron diez años de éxito y siempre con la misma filosofía: que cada corte te salga mejor que el anterior”.

Balance
En su oficio, más que un artista Carafiello se considera “un artesano”. Es, en definitiva, alquien que se ganó un nombre de relevancia en su profesión.
Y al momento de hacer un balance, concluye: “Más de una vez, después de terminar de trabajar, me he besado las manos. Les agradezco todo lo que me dieron, porque son mis manos las que me dan el oficio. Yo siempre digo: peine, tijera y navaja / no ocupan ningún lugar / a todos lados que vaya / siempre los voy a llevar. Yo me logro comunicar a través de mis herramientas y puedo sacar una sonrisa. Así como un boxeador se expresa en el ring o un futbolista en la cancha, yo me expreso socialmente con mis herramientas de peluquería”.

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