RECONOCIDO PELUQUERO DE NUESTRO MEDIO

Rodolfo Álvarez Ríos: Ochenta años en el oficio

Arrancó siendo un niño y hoy, a punto de cumplir 95 años, continúa con su peluquería. Referente de la “vieja escuela”, sigue afeitando a navaja y mantiene inalterable la tradición del oficio. Afirma que “lo importante es la atención al cliente”.

El ingreso a la peluquería “El Trébol” es como el paso a un túnel del tiempo. Allí está hoy Rodolfo Álvarez Ríos, con su chaqueta, corbata y zapatos, afeitando a navaja a un parroquiano. A su lado, en exhibición, un antiguo sillón de peluquero de principios del siglo pasado. Y en las paredes, las imágenes que, de alguna u otra manera, marcaron su historia: fotos de Carlos Gardel, Juan Manuel Fangio, Eusebio Marcilla, René Favaloro y el Papa Francisco, retratos de José de San Martín y de Juan Antonio Álvarez de Arenales, dibujos de Molina Campos, escudos del Club Sportivo Estación Arenales y de San Lorenzo de Almagro, un cuadro del equipo del Ciclón campeón de 1959 y antiguos almanaques.
Álvarez Ríos lleva más de 80 años cortando pelos y barbas. A sus 95, con el pulso intacto, sigue desarrollando su oficio con la misma pasión que en sus primeros años y a la manera de la vieja escuela.

“Creo que soy el único peluquero que todavía afeita con navaja”.

Aquellos primeros años
Rodolfo Álvarez Ríos nació en Estación Arenales, un paraje ubicado a unos cinco kilómetros de la vecina localidad. Y ya desde muy chico debió abrirse paso en la vida, no sin dificultades. Es que, cuando tenía cinco años, su padre, que tenía un almacén de ramos generales y, además, acopiaba cereal y vendía maquinarias agrícolas, murió poco después de que la crisis del ’30 lo dejara prácticamente sin nada.
De chico Rodolfo quería ser mecánico. Sin embargo, su madre habló con el peluquero del pueblo y lo mandó a que se formara en el oficio. Tenía menos de diez años. “Empecé barriendo y él me iba explicando, aprendí observando”, recuerda.
Así estuvo hasta que en un momento se fue con su familia a trabajar a un tambo, que estaba en una estancia en Vedia. “Yo ya me manejaba en la peluquería, pero tuve que irme”, cuenta. Pero al tiempo el dueño de la peluquería se fue a trabajar a Trenque Lauquen y dejó el local a su cargo: tenía 16 años.

“Ahora hay otros cortes, pero yo sigo con mi estilo: clásico”.

Peluquero
Era el año 1941 cuando abrió, entonces, su propia peluquería. “Yo ya conocía la clientela y ellos me conocían a mí. En ese sentido, tuve suerte”, dice.
En ese tiempo eran peluquerías “de pelo y barba”, es decir, que se cortaban el pelo y se afeitaban. Según dice, los sábados eran los días que el local se colmaba: los paisanos iban a rasurarse, después de una semana sin hacerlo, y los jóvenes se arreglaban para los bailes.
El paraje se fue despoblando y en 1952 se mudó a la ciudad de General Arenales y ubicó su peluquería enfrente de la plaza principal. Allí le iba muy bien, no obstante, en 1958 resolvió mudarse a Junín, la ciudad de donde era la familia de su esposa.

En Junín
Una vez aquí, abrió su peluquería en la esquina de Lebensohn y Ramón Falcón. Según dice, al principio “fue muy difícil hacer la clientela porque estaba rodeado de peluquerías”. Es que había no menos de cuatro en pocas cuadras a la redonda.
Y así como en su local de Arenales también vendía ropa y perfumes, acá también amplió su espectro: “Como tenía tantas escuelas alrededor, el Comercial, el Industrial, la 24, puse un kiosco con artículos de librería. En ese entonces, este era el único kiosco que había desde el Banco Provincia hasta el Club Junín. Ahora hay dos o tres por cuadra”.
Sin embargo, su actividad principal siempre fue la de peluquero y con ella fue ganando cada vez más clientela. Hasta alcanzar los 80 años en el rubro.

“Lo principal es el carácter de uno. En el trabajo no nos diferenciamos mucho un peluquero de otro. Importa la comunicación y la atención al cliente”.

El oficio
Podría decirse que Álvarez Ríos es un referente de la vieja escuela de la peluquería. “Creo que soy el único que todavía afeita con navaja”, ejemplifica. Y para el pelo, tijeras y máquina manual, nada de eléctricas.
En épocas de barberías y modernidad, El Trébol se mantiene inalterable como una de las peluquerías más tradicionales. “Como en todos los oficios, hay distintas formas de ejercerlo -afirma-, ahora hay otros cortes, pero yo sigo con mi estilo: clásico”.
Es que, más allá de modas y tendencias, Rodolfo sabe que lo más importante del oficio va más allá del manejo de los filos: “Lo principal es el carácter de uno. Después, en el trabajo, no nos diferenciamos mucho un peluquero de otro. Importa la comunicación y la atención al cliente”.

Balance
Cuando se le dice que sus 80 años como peluquero deben constituir un récord, Álvarez Ríos sonríe y responde: “Es toda una vida. También es mucho estar trabajando con 95 años, en cualquier oficio. Pero mientras tenga pulso, que todavía mantengo, lo seguiré haciendo”.
Por su sillón han pasado varias generaciones y siempre respetó el oficio y lo ejerció con pasión. Por eso, al momento de hacer un balance, concluye: “Estoy satisfecho con lo que logré, no me puedo quejar de mi vida. Mi padre se fundió y fue tan grande la desilusión que, con 33 años, falleció. Yo tenía cinco años. Mi madre quedó con cuatro hijos, viuda y sin un peso. Fue muy difícil. A veces pienso cómo hubiera sido mi vida si mi padre hubiese podido seguir con ese negocio, tal vez habría podido ir a estudiar, pero esta es la vida que me tocó y estoy contento. Quedé sin nada y, a la larga, estoy muy bien”.

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