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Van de Cristian Polaroto, transportista.
MORSE

El pueblo continúa sin transporte de pasajeros por la pandemia

A pesar de las restricciones a la movilidad, el consumo local registra tendencias diversas.

Durante la tarde del jueves 19 de marzo, Cristian Polarolo realizó el último viaje de regreso de la ciudad de Junín al pueblo de Morse donde vive, uniendo unos 25 kilómetros de distancia. 
Pocas horas después comenzaría a regir el aislamiento social, preventivo y obligatorio en todo el territorio de la República Argentina. 
A pesar de la liberación de actividades de las semanas posteriores y los cambios de fase en la jurisdicción, Polarolo Viajes no retomó las tres frecuencias diarias que, de lunes a viernes, comunicaba ambas cabeceras desde junio de 2017. Era el único servicio activo de estas características.  
“Hasta ahora la vengo peleando con ayuda de la familia. Siempre dije que hasta julio aguantaba, ya en agosto lo veo difícil”, confiesa Cristian, al día con las cuentas de la casa y el vehículo. “Estoy pagando la Van que compré 0 km en 2018. Son cuotas muy altas. Y sigo con patente y otros gastos, solo corté el seguro”. En pareja con Andrea Garbarini, portera en una escuela de Junín, tras “un mes sin viajes” apostaron a la fabricación y venta de pastas caseras. Como la propuesta “no tuvo mucho movimiento”, se volcaron a las pizzas y empanadas. “La verdad es que pudimos armar un sueldito, la gente nos acompañó. Así la vamos pasando”, completa Andrea, quien agrega que accedieron al crédito tasa cero impulsado por el Gobierno nacional.  


Durante las últimas semanas, el transportista mantuvo un diálogo con interlocutores municipales sobre una probable vuelta y los protocolos a implementar, hasta la posibilidad de sumar la localidad de Saforcada al recorrido. “Pasó el caso del verdulero y se paró todo”, recuerda Cristian. “Cuando retome solo podré hacerlo con la mitad de la capacidad: 10 pasajeros. Se está pensando en una prueba piloto de 3 viajes por semana en un solo horario. En esas condiciones es muy difícil generar ingresos. Por eso solicité un subsidio al municipio de 50 litros de combustible por semana. Necesito volver a trabajar y, los vecinos, transporte”. En ese aspecto, no hay otra empresa en la localidad que brinde una prestación similar. Para aquellos que no disponen de movilidad propia la situación es aún más grave porque, también desde el viernes 20 de marzo, dejó de funcionar el transporte de pasajeros que unía los distritos de Junín, Bragado y 25 de Mayo, e ingresaba al pueblo tres veces por día.

Hecho en casa

 El aislamiento, las restricciones a la movilidad y el “miedo a ir a Junín” impulsaron la demanda de los comercios locales, aunque el consumo registra parámetros disímiles según el rubro. 
Diego Gerez, encargado del supermercado MAXI Morse, señala que “lentamente se está volviendo a números de venta más normales, tras los picos que se dieron al principio de la cuarentena, cuando la gente se abasteció por demás. Igualmente estamos un poco más alto de lo habitual”. Con la reorganización de los horarios de atención, el mercado dejó de abrir los domingos, un “beneficio inesperado” para los 5 empleados del lugar. 
“Al no haber servicio, dejamos de vender los pasajes Junín-25 de Mayo que eran solicitados, ya que el colectivo pasaba tres veces por día. Sí seguimos cobrando impuestos aunque, con el cierre de bancos en la primera etapa de la cuarentena, se cortó la extracción de efectivo que podían hacer los clientes. Hoy solo pueden pagar facturas con débito”, resume Gerez. 


Actualmente en la Delegación Municipal de Morse se puede extraer efectivo con tarjetas de débito adheridas a la Red Link, aunque la cantidad de dinero disponible depende de la recaudación del día. Al no contar con bancos ni cajeros automáticos, la opción más cercana es el pueblo vecino de O’Brien, donde existe una sucursal del Banco Provincia. 
Si bien en los comercios de proximidad se incrementó la concurrencia de vecinos por efecto de la pandemia, por otro lado se siente una caída en ciertos establecimientos. 
Osvaldo Silva, junto con su hermano Ariel, son los dos socios actuales de La Moderna, una de las dos panaderías abiertas en el pueblo de aproximadamente 1200 habitantes. Agradecido de “continuar trabajando” en plena crisis sanitaria, reconoce que las ventas bajaron en “líneas generales un 20 por ciento, como mínimo”. 
El pan es el producto más afectado en ese sentido. “Pienso que, por un lado, al estar en casa la gente aprovechó para hacer su propio pan. También le echo la culpa al horario restringido, a la falta de reuniones y eventos sociales, algo que puede empezar a cambiar con el pase a Fase 5”.
El panadero de 43 años, vinculado “toda la vida” al oficio, sí destaca el crecimiento en la compra de harina y levadura por parte de los clientes. “Cocinar es una buena actividad para hacer con los chicos en el hogar. Así que, en ese aspecto, equilibramos un poco las ventas”. 

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