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Amado Abdala lleva 65 años de trayectoria comercial en su casa de sanitarios, que empezó como un corralón.
RECONOCIDO COMERCIANTE DE NUESTRO MEDIO

Amado Abdala: “Este negocio es mi vida”

Empezó a trabajar a sus seis años y se desempeñó en diferentes labores, hasta que abrió su corralón de materiales para la construcción, que derivó en una casa de sanitarios que está cumpliendo 65 años de trayectoria intachable.

Sin dudas, Amado Abdala se hizo solo y empezó bien de abajo. Tenía apenas cuatro años cuando su padre falleció trágicamente: iba en su charré –en el que solía llevar mercadería a la estancia La Elvira– cuando fue alcanzado por un cable suelto y la descarga eléctrica resultó fulminante.
“Había que afrontar la vida, no había otra solución”, suspira Amado recordando aquellos años. Desde entonces, tuvo numerosos trabajos hasta que abrió su corralón de materiales para la construcción, que derivó en una casa de sanitarios que está cumpliendo una extensa trayectoria de 65 años, con un intachable comportamiento comercial.

“Yo nunca le tuve miedo a nada y jamás le esquivé al trabajo”.

Primeros años
A los seis años, con unos amigos, Amado juntaba bolsas vacías y palos de escobas que luego vendían en la carbonería Cano, donde también embolsaban carbón.
“Hacíamos de todo, lo que venía –recuerda Abdala– y se comía lo que había. Solíamos comer ranas o caracoles, que hacía un vecino, que hoy es comida de lujo y para nosotros era lo que nos permitía pasarla”.
También iba al monte Periné a juntar duraznos, ciruelas y manzanas, y al monte Siete Copas a recolectar peras, para luego vender las frutas.
Mientras iba a la escuela también trabajaba, por la tarde, en la sastrería de Gamazzo. Y los fines de semana le llevaba los palos de golf al doctor Bozzio. “Con todo eso sacaba una plata que me venía muy bien”, dice.
Fue cadete en la escribanía de Blanc y tenía doce años cuando, por medio del escribano, entró a trabajar la compañía de Enrique Dell’Acqua, que tenía corralón, carpintería, herrería, fundición y otros rubros vinculados a la construcción. A sus 16 años ya era encargado de la ferretería.
“Cuando cerró, entré a lo de Rodolfo Iparraguirre –continúa relatando–, ahí estuve un tiempo hasta que mi suegro me sugirió ingresar al ferrocarril. Y entré, pero no me gustó nada eso, así que después de un año y medio me fui”.

“Así fue mi vida para poder progresar: nadie me regaló nada”.

Su negocio
Cuando Abdala se fue del ferrocarril, se asoció con un amigo y juntos pusieron un comercio de aberturas, caños, hierro en rollo y otros materiales para la construcción, en la esquina de Primera Junta y Alvear: “Los proveedores me tenían mucha confianza, me mandaban mercadería y yo las pagaba como podía. La gente era así, de palabra. Empecé el negocio con 21 mil pesos de aquel entonces, en 1954”.
A partir de ahí, fue creciendo. “Se vendía cualquier cosa –afirma–, hoy hay 50 comercios de este tipo, pero en ese entonces había cinco o seis, y yo debo ser el único que quedó de aquella época”.
Al tiempo tuvo que expandirse y en un tinglado, a cuatro cuadras, puso el material grueso: cal, cemento, portland, y demás. Todo con mucho esfuerzo: “Hacíamos todo nosotros. A veces pienso que no sé cómo estoy parado hoy, por mis huesos, porque cargábamos todo. A la fábrica Pugliese, de aquel entonces, le llevaba cien bolsas de cemento día por medio, y las cargaba y las descargaba solo”.
Para Amado, en aquellos años no había feriados, Navidad o Año Nuevo, y a veces también tenía ocupadas las noches, porque en ocasiones llegaban los camiones a las dos de la mañana y le golpeaban la puerta para descargar, porque tenían que seguir camino. “Así fue mi vida para poder progresar: nadie me regaló nada. Y nunca le aflojé al laburo, por eso hoy, a mis 85 años, sigo viniendo acá”, señala.
Casi una década después de haber abierto y ya separado de su socio, se mudó a su actual dirección, en Primera Junta entre Jean Jaures e Irlanda.

Vaivenes
Abdala también participó de proyectos grandes en la ciudad. “Yo puse el agua y las cloacas en todas las casas de Avenida Libertad para abajo, hacia la Ruta 188 –cuenta–, la obra la hizo Obras Sanitarias y nosotros le dábamos los materiales a la gente. Algunos los pagaban de contado y otro no, pero qué clientes que eran: los días siete, cuando sonaba el pito del ferrocarril, a las dos de la tarde se formaba una cola larga en la vereda de gente que venía a pagar. Eso ya no existe más”.
Abdala también tenía una presencia comercial importante en la zona. De hecho, un par de años tuvo distribución de sanitarios y viajó por la región, pero tuvo que dejarlo. “Yo no conocía la calle en otros lugares, así que era más complicado”, comenta.
Durante muchos años su negocio funcionó como corralón con todos los materiales, pero con el tiempo dejó los ladrillos y las aberturas, y finalmente se quedó con sanitarios.

“Si a mí me sacan esto, me muero. Acá sigue estando mi hijo y le doy una mano, este negocio esto es mi vida. Por eso hoy, a mis 85 años, sigo viniendo”.

Balance
Tal como lo hizo durante décadas, Amado Abdala se sigue levantando todos los días a las seis de la mañana para ir al negocio. “Si a mí me sacan esto, me muero. Acá sigue estando mi hijo y le doy una mano, este negocio esto es mi vida”, resume.
Y con 65 años de permanencia, supo ganarse un nombre en el rubro. “Yo nunca le tuve miedo a nada y jamás le esquivé al trabajo”, asevera.
Y al momento de hacer un balance, concluye: “He formado una familia, con mi señora –con ella empecé esto– con mis hijos y mis siete nietos, y es una familia que la cuidamos”.

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